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El miope
Después de levantarse de la cama, Juan estiró el brazo para coger sus gafas en la mesilla de noche. No las encontró.
Actualizado: GuardarDespués de levantarse de la cama, Juan estiró el brazo para coger sus gafas en la mesilla de noche. No las encontró. Al principio, se le antojó que había sido uno más de los habituales descuidos que tenía con los objetos que utilizaba todos los días. Pasado ya un margen de tiempo que él mismo se otorgó para buscarlas, Juan comenzó a inquietarse, pues la indeseable prolongación de esta búsqueda, estéril pero torturadora, se convirtió en inusual por lo extenso de su prórroga.
Juan ya no sabía dónde mirar. No lo sabía porque no se sentía capaz de buscar en otros lugares y porque, simplemente, su miopía se lo impedía. Sintió, más que nunca, que en el pecado llevaba la penitencia.
Juan tenía seis dioptrías en cada ojo. Sin gafas se sentía incómodo hasta para leer el periódico, salvo si se lo acercaba anormalmente a la vista. Sin embargo, se resignó y aceptó vivir aquel día sin sus gafas; aunque mientras pensaba en esto ya se había tropezado con una alfombra al salir de su habitación, y a pesar de haberse encontrado con grandes dificultades para preparar su desayuno.
No obstante, se encontró con una sorpresa: descubrió que todos los objetos eran más grandes y a la vez, sus formas estaban más desdibujadas. Las gafas le daban una visión más pequeña e idealizada de los elementos materiales de la realidad de lo que verdaderamente eran. Ahora lo veía todo de un modo más vago, pero también más realista. Y fue entonces cuando decidió prescindir para siempre de las gafas. Era indudable que le costaría adaptarse a su nueva existencia, pero esa aventura naciente, esa diferente y aumentada forma de mirar el mundo le intrigaba felizmente.
Juan decidió salir a la calle a pasear. Después de comprobar que en el ascensor podían caber muchas más personas de las que hasta ese momento había pensado, se encontró con Timoteo, el portero de la casa, mucho más alto de lo habitual; le saludó con simpatía acercándose inusualmente a él, y Timoteo, después de un leve gesto de estupor, mostró una sonrisa más amplia que nunca.
Se encontró por la calle con otros vecinos, familiares, compañeros de trabajo, amigos, más altos y gordos que cualquier día; y pese a advertirlo perfectamente no dijo nada, aunque ellos le hablaron de su favorecedor aspecto sin gafas, y alguno incluso le llegó a recomendar que se sometiera a una operación con láser.
Y la vida de Juan siguió por aquellos derroteros hasta que un buen día, y para su sorpresa, no solamente continuó viendo más grandes a las personas y a los objetos de la realidad, sino que su nueva capacidad comenzó a influir también en su manera de ver distintos aspectos del interior de todo aquel que se cruzaba con él por el camino. Entonces, en la vida de Juan apareció una hermosa mujer que desde el primer momento le fascinó, y muy pronto surgió en él un sentimiento amoroso que por primera vez sintió verdadero, pues resultó ser muchísimo más grande que el primero que vivió, y no tan idealizado como el de aquella miope adolescencia que le impidió ver sus dimensiones reales por usar gafas.