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Zapatero se despide

MADRID Actualizado: Guardar
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Hasta para decir adiós el presidente ha sido fiel a sí mismo. En realidad Zapatero se marcha pero llevaba un tiempo ido, ausente de su cargo y nombre, quizá por eso ha trascendido menos que anunciara que no irá a Rodiezmo en septiembre por segundo año consecutivo, (tampoco creo que le esperen con entusiasmo, también hace tiempo que se despidió de sus postulados de la izquierda). Ya tenía olvidado qué puño se levanta y en qué lugar tenía que situarse entre Cándido Méndez y Alfonso Guerra. Tal vez ni siquiera tuviera un pañuelo rojo en su ropero para ponérselo al cuello.

La segunda legislatura ha sido una lenta agonía de despedidas, entre ellas está el adiós a sus principios, el adiós a sus leales, el adiós a su visión optimista de brotes verdes, el adiós a su promesa de escuchar el ruido de la calle, el adiós al pacifismo, el adiós a no hacer reformas en el estado de bienestar. Es verdad que las circunstancias han estado por encima de Zapatero pero también que él no ha sido capaz de adaptarse.

No será el caso pero si Zapatero ingresara en la Academia de la Lengua ocuparía el sillón interrogación mayúscula. La transparencia no ha estado entre sus virtudes, al revés. En su despedida sólo Bono y un bedel le acompañaran al patio a coger el coche, y Bono porque es un sentimental que le pierden las formas y las corbatas. El bedel porque le toca de turno, como a otros ministros que han aguantado el velatorio durante todo este tiempo.

Rubalcaba le estaría muy agradecido si ya que se marcha se lleva, también, su sombra cerrando el ciclo y la puerta. Nos quedan los encuentros planetarios que nunca fueron, con los que se puede hacer letra de bolero.