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El mito de Luis XVII
MADRID Actualizado: GuardarEl cadáver del pequeño de diez años aparentaba menos edad debido a la extrema delgadez. Su cuerpo era el reflejo de dos años de encierro en el más absoluto abandono. La autopsia certificó la tuberculosis como causa de la muerte. Consciente de la trascendencia y contrario a toda práctica, el doctor Philipe-Jean Pelletan extirpa el corazón del menor y se lo guarda. El cadáver es enterrado sin identificación alguna. Es el 8 de junio de 1795. Acaba de fallecer Luis XVII, legítimo heredero al trono de Francia. Nacía el mito.
El niño fue una víctima más de los excesos de la revolución francesa. Cada 14 de julio el país vecino celebra con gran algarabía la toma de la Bastilla en 1789. Fue la chispa que desencadenó la revuelta. El rey Luis XVI y su esposa María Antonieta fueron guillotinados en pos de la libertad, igualdad y fraternidad. Pero el matrimonio real tenía un hijo de siete años. ¿Qué hacer con él?
El pequeño fue encarcelado en la fortaleza del Temple en París. Estuvo custodiado en todo momento por guardias afines a la República y bajo la tutela de Antoine Simon y su mujer, dos convencidos revolucionarios. Las condiciones de vida del pequeño Luis fueron empeorando poco a poco. Las esporádicas salidas al patio de la prisión del inicio de su cautiverio desaparecieron con el transcurrir de los meses. Mal alimentado, bajo la oscuridad de las cuatro paredes y conviviendo con sus heces en una habitación insalubre, el niño se fue consumiendo durante los dos años que soportó su encierro.
Su muerte conmocionó a la sociedad francesa de la época, parte de la cual se negaba a aceptar la terrible suerte del ‘delfín’. ¿Quién podía creerse un trato tan inhumano a un niño, por el que además circulaba sangre azul? Las especulaciones comenzaron. La leyenda sobre la posibilidad de que el niño muerto no fuese realmente Luis XVII empezó a cobrar fuerza. El mito sobre la mujer de Antoine, que se habría compadecido de tan pequeño e ilustre prisionero y lo habría cambiado por otro niño, se extendió con más rapidez que las proclamas revolucionarias. La historia llegó a oídos del mismísimo Robespierre, que dejó constancia de ello en una nota.
El regreso del heredero
Lo que estaba claro era que si Luis XVII había huido, volvería un día para reclamar el trono. Muchos hombres afirmaron ser Carlos de Francia, hasta cuarenta pretendientes, pero ninguno desató tantas dudas como Karl Wilhelm Naundorff. Este hombre se presentó en París y repitió lo dicho por tantos otros: Era Luis XVII. Sin embargo, Naundorff relató con sumo detalle las estancias del Palacio de Versalles y su fuga de la fortaleza del Temple. Su historia convenció a Madame de Rambaud, en su día, institutriz del menor. Hasta María Teresa, hija de Luis XVI y, por tanto, hermana del Delfín, reconoció su incertidumbre, aunque se negó a recibirlo. Finalmente, Naundorff fue expulsado del país por orden del entonces monarca Luis Felipe de Orleans, de la casa rival de los Borbones.
El misterio se mantuvo hasta el 19 de abril del año 2000. Ese día el profesor Bernard Brinkmann, de la Universidad de Munster, y el profesor Jean Cassiman de la Universidad de Lovaina presentaron un veredicto basado en el ADN mitocondrial (que se transmite de madre a hijo). Para ello analizaron restos de cabello de María Antonieta guardados en varios museos y colecciones privadas, con el corazón extirpado al niño muerto en la fortaleza del Temple, conservado en la cripta real de Saint Dennis en París. Los resultados coincidían. Luis XVII nunca sobrevivió a su cautiverio. La crudeza de la realidad vencía al mito.