La vida en un buque de la Armada Española
Entramos en uno de los camarotes en los que conviven 15 jóvenes
VIZCAYA Actualizado: GuardarCamarotes con capacidad hasta para quince personas acogen estos días a los jóvenes de la Ruta Quetzal. Chicos por un lado y chicas por el otro. Accedemos al que ocupan los ruteros del grupo 8. Es el que está más cerca de las calderas del buque Castilla en el que viajan estos días los expedicionarios de la Ruta Quetzal. Estamos atracados en el puerto de Getxo (Vizcaya). Lo primero que sorprende es las filigranas que hay que hacer para descender por las escaleras metálicas. Son prácticamente verticales y hay que moverse con precaución si no se quiere acabar magullado. En la puerta del camarote hay un letrero: "Soldados, cabos y tropa". No hay lugar a dudas. Camarotes similares a éste acogen a los casi 800 soldados que el Castilla de las Fuerzas Armadas Españolas puede transportar en misión humanitaria o similar. Nos recibe Miguel Fernández-Ordóñez Agra. El ambiente, de primeras, es estupendo. Los ruteros se arremolinan alrededor de la televisión en la que emiten el partido entre Colombia y Bolivia correspondiente a la Copa América. Otros hacen crucigramas y los que hay simplemente descansan en sus camas. En apenas diez metros cuadrados hay sitio para quince camas, una mesa, armarios individuales y televisión. Han leído bien. Todo cabe en este camarote, al que se le suma un pequeño baño en una habitación contigua en el que hay dos duchas, un retrete y dos lavabos. Los ruteros dicen que están como en casa. Y es que cuando se ha dormido más de un mes sobre una esterilla, no se ha tenido oportunidad de ver la televisión y cuando sobran dedos de una mano para contabilizar las veces que se ha pasado por la ducha, la estancia en el Castilla es lo más parecido a un spa.
Huele a desodorante en el camarote. Nada de calcetines y botas sin dueño. "Es un desorden ordenado", dice el portugués Tiago Almeida. Sus compañeros ríen. Un mensaje por el altavoz que tienen todos los camarotes interrumpe la conversación. "¡Hombre al agua!", grita alguien con sorna desde el otro lado del camarote. Es Álvaro Cuellar. El camarote es una fiesta. Todo se ve distinto con el estómago lleno. Los ruteros acaban de cenar y algunos de ellos se disponen a jugar una partida a cartas. Atrás han quedado los días en los que tiritaron de frío en el puerto del Reventón, en Segovia. En el Castilla se sienten protegidos. Y hoy además el buque ni se mueve porque hace noche en el puerto de Getxo. No será hasta mañana por loa noche cuando pongan rumbo a Santander, en la que será la segunda parada desde que el pasado sábado embarcaron en Pasajes (Guipuzcoa). ¿Es fácil dormir en una habitación con quince personas? "Estamos tan cansados que caemos rendidos", dice Alberto Blanco, de Cáceres. "Sabemos que hay un sonámbulo en el grupo que habla por las noches pero todavía no hemos descubierto quién es", añade Blanco entre el jolgorio.
Unos ruteros se disponen a tomar una ducha antes de acostarse. Otros acudirán a la misa que el sacerdote de la Ruta ofrece esta noche en la cubierta del buque. Por el altavoz se escucha una oración y el capitán da las buenas noches a los ruteros. "Mañana nos despertarán a las 6.30 horas con la música de Piratas del Caribe", dice Miguel Cuartero, de Pontevedra. Mañana quedará uno menos en esta Ruta Quetzal que ya entra en un recta final. "Seguro que nos echaremos de menos una vez acabe esta aventura. Es una experiencia increíble en la que el buen humos y el compañerismo primera por encima de todo", reflexiona Fernández-Ordóñez Agra.