El rey de Marruecos, Mohamed VI, ejerce su derecho de voto. / Efe
reforma constitucional

Marruecos: de la necesidad, virtud

El país africano revalida en referéndum la nueva Carta Magna que limita los poderes del rey

MADRID Actualizado: Guardar
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Tal vez sin pretenderlo (y buscándolo afanosamente según la oposición), el rey Mohamed VI convirtió el referéndum de ayer en un plebiscito, lo que no es lo mismo: un líder sometido a las elecciones es refrendado, pero los autócratas prefieren ser plebiscitados.

No basta el argumento, sin embargo, para descalificar sin más la consulta, que fue ganada abrumadoramente por el sí (98 por ciento de los votos emitidos, que fueron un 72 por ciento) y un reproche parecido se puede hacer a la oposición (la izquierda extra-parlamentaria, el movimiento “20-F”, un sindicato con bastante implantación, la CDT, y una parte de los islamistas, “Justicia y Caridad”) al pedir el boicot de la consulta.

Los primeros harán mal en creer que el abultadísimo triunfo puede trasladar el porcentaje al número de ciudadanos que están de acuerdo con las políticas del rey o su trayectoria general. Y los segundos también errarán si creen que la abstención, elevada para los estándares marroquíes, es resultado de su llamamiento.

Hay explicaciones obvias para las dos posiciones. En el primer paso el régimen no ha podido ni querido evitar todos los tics que aún lo hacen peculiar y digno de muchos cambios. Por ejemplo, habría sido muy preferible que el rey no dirigiera a la nación su discurso del 17 de junio pidiendo explícitamente el sí y hubiera comenzado a dotarse de una figura menos polémica y más arbitral y aceptar, pues, formalmente al menos, la posibilidad de que ganara el no. El rey au dessus de la melée que aún parece imposible en el reino.

Precedentes y ejemplos

El análisis puramente matemático, incluido siempre el dato clave de la abstención, ha sido de rigurosa aplicación en todos los precedentes, y h habido muchos, hasta seis refrendos constitucionales, y vale también para las elecciones, legislativas como municipales. Nótese, por ejemplo, que en las legislativas de 2007 solo concurrió el 37 por ciento y en las locales de 2009, el 50. En ambos casos, y particularmente en el segundo, se interpretó la baja participación como un mensaje de desaprobación.

Esto por no hablar de los fraudes de los grandes días de Hassan II, en los referendos de 1962, 70, 72, 92 y 95, algunos de ellos para cerrar toda veleidad aperturista. En todos los casos siempre se dio más del 90 por ciento de participación y más del 95 por ciento de síes. Cifras que, además, deben ser matizadas por un hecho poco mencionado: se precisa en Marruecos para votar, una tarjeta de elector, además del DNI. Y unos cuantos millones de ciudadanos mayores de edad no la tienen, lo que si hace exacto y útil el dato de los síes o noes en relación con el número de votos expresados, no sirve para medir la abstención porque la llamada “abstención técnica” es altísima.

En este poco estimulante pasado refrendario, la consulta de ahora demanda que, como siempre, se recuerde qué la demanda (desde retoques legales precisos para introducir cambios legislativos o cancelar tirantes situaciones políticas, como bajo Hassan) y parece claro que el rey no la habría convocado si no fuera vista la extensión y potencialmente complicada revuelta social iniciada en el calor de la sedicente primavera árabe, que en Túnez y Egipto ha obtenido éxitos impresionantes. Al modo maquiavelano, Mohamed VI ha hecho de la necesidad (el aprieto, la dificultad), virtud (logro, salida)…



Méritos tácticos y margen de maniobra

Esta condición funcional, no moral, la condición casi técnica de la envoltura política del referéndum no le resta valor político. Tal vez no sea la iniciativa ejemplar tomada por un rey preclaro que ha creído ver el presidente Sarkozy, gran valedor de Rabat como lo fue Chirac, pero sí la respuesta posible y razonablemente aplicable a una situación que sin ser una amenaza grave para el régimen y su supervivencia pedía un cierto cambio que promueva, al menos, un esbozo de monarquía parlammentaria.

Los méritos tácticos del gesto de Mohamed VI, por ello, no son menores y traducen junto a un deseo de encauzar la protesta donde hacen las democracias, en el registro político no en la represión autoritaria, otro de ensayar con otro modelo de monarquía, institución por cierto que un europeo hará mal en comparar de continuo con sus homólogas del continente. El margen de maniobra del rey, por absolutos que hayan sido los sultanes de Fez hasta hace poco y la convicción de su legitimidad social y religiosa por nacimiento, es ahora menor que nunca. Lo que se cede difícilmente será recuperado.

La desacralización considerable de la persona real es, me parece, el cambio más relevante en términos históricos, psicológicos y sociales. Una pequeña revolución en la dimensión almohade de la historia de un país cuya dinastía reina, sin grandes oposiciones o problemas irresolubles, desde el siglo XVII. En lo concreto, un parlamento y un presidente de gobierno con más atribuciones (incluida la capacidad de disolver el parlamento), la oficialización de la lengua beréber, el tamazig, un principio de independencia del poder judicial largamente esperado, una comisión tal vez creíble de lucha contra la corrupción económica y algo poco subrayado: el rango constitucional que toma el proyecto de regionalización del reino.

¿Poco, mucho, apenas nada, un maquillaje? Digamos que el texto navega entre todas las aguas del constitucionalismo marroquí, es conservador y progresista al tiempo y marca un camino que se supone sin retorno. El rey que retrocedió con los atentados de Casablanca en 2003, no se dejó intimidar ahora por el atentado de Marrakech.