Los duques independientes
Guillermo y Catalina quieren llevar una vida similar a la de cualquier otra pareja. En su hogar, en Anglesey, no tienen sirvientes
MADRID Actualizado: GuardarLa rutina pronto regresó a palacio. El pasado martes, la primera jornada laboral tras la boda de Guillermo y Catalina, la reina Isabel visitó las yeguadas de Newmarket al tiempo que su marido, el príncipe Felipe, se desplazaba al condado de Norfolk para asistir a un banquete en el ayuntamiento de King's Lynn. La circular palaciega informaba también del viaje a Estados Unidos del heredero de la Corona, Carlos, y del recorrido de su hermana, Ana, por varios enclaves de la isla de Jersey. Ese mismo día, el duque de York estuvo oficialmente ocupado en varios actos en la villa universitaria de Oxford mientras su hermano pequeño, Alberto, atendía a escolares en Stoke-on-Trent, cuna de la celebrada cerámica inglesa.
Solo Camila insistió en prolongar las ceremonias relacionadas con el gran evento real de la primavera. La duquesa de Cornualles plantó esa mañana un árbol en la parroquia de Tetbury, el pueblo más cercano a la finca rural de su marido, el príncipe de Gales, para «conmemorar el matrimonio» de los duques de Cambridge. Fue la única alusión a Guillermo y Kate Middleton recogida en la circular de la Corte.
La ausencia de los nuevos duques en el programa de actividades públicas de los Windsor responde a una estrategia de palacio para dar tiempo a la pareja a afianzar su vida matrimonial. El príncipe regresó esta semana a su puesto de trabajo, como copiloto de helicópteros en operaciones de rescate, en la base Valley que la Real Fuerza Aérea (RAF) ocupa en el principado galés.
El lugarteniente y la señora de Gales -como Guillermo se identifica entre su círculo de conocidos- no tienen previsto realizar funciones oficiales hasta finales de junio, cuando emprenderán una visita de seis semanas a Canadá. Este primer viaje de casados al extranjero se completará con una breve estancia en California. Hasta entonces, según señalan los portavoces palaciegos, la duquesa de Cambridge se ocupará de las tareas domésticas del hogar conyugal como «cualquier esposa» de un oficial de la RAF.
Si la prensa acierta en sus pronósticos, Guillermo y Kate pasarán pocos días de mayo en su domicilio de Gales. Aún tienen pendiente la luna de miel que puede llevarles este mismo fin de semana a algún islote exótico del Caribe o el océano Índico o, tal vez, a recónditos parajes de Kenia. El destino del viaje se guarda tan en secreto como la localización exacta de la casa de campo (cottage) que ambos comparten desde hace tiempo en Anglesey, una isla en el noroeste de Gales unida al resto del país por un puente construido originalmente en 1826.
El príncipe se mudó el año pasado. Quería un espacio propio, más íntimo que los dormitorios de su base aérea, para acomodar a su entonces novia, Kate. Guillermo ganó independencia pero también recibió un torrente de críticas cuando trascendió que la seguridad de su nueva residencia corría a cargo del servicio policial del norte de Gales, a un coste anual cercano a los dos millones de euros. Cuando la región se ajustaba el cinturón debido a los recortes en el gasto público impuestos por el Gobierno de Londres, la policía de Anglesey se veía forzada a destinar una unidad de quince oficiales armados para custodiar el hogar del segundo en la línea de sucesión a la Corona. Para los desplazamientos de la pareja se requiere, además, la colaboración adicional de Scotland Yard.
Una residencia modesta
Los medios calculan en 900 euros la renta mensual que Guillermo paga por su nidito de amor de Anglesey. Todos coinciden en que el cottage es modesto, con fachadas encaladas y cinco dormitorios. Se levanta en una zona apartada de una remota granja con acceso privado a las playas de la bahía de Llanddwyn, al sur de la base de Valley. Los vecinos respetan la privacidad de tan distinguidos inquilinos y se resisten a identificar el camino que conduce a la vivienda, según cuentan los extranjeros que intentan dar con ella.
La complicidad de algunos galeses y la indiferencia de otros por los asuntos monárquicos han permitido a Guillermo y Kate llevar una vida relativamente anónima en Anglesey. Delata su presencia la moto Ducati que conduce el príncipe o los dos vehículos que circulan delante y detrás de su Audi negro por las carreteras de la zona. Pero ya nadie se sorprende cuando Kate hace la compra en los supermercados de Holyhead, la ciudad portuaria más importante de la isla, con un servicio regular de ferris a Irlanda. De hecho, se le ha podido ver (y fotografiar) empujando el carrito como cualquier ciudadano de a pie... aunque con escolta.
Tampoco extraña a los parroquianos del White Eagle, en Rhoscolyn, ver a la pareja cenando en una mesa del pub. Dicen que ella suele pedir pescado y ensalada; él prefiere hamburguesa con patatas fritas. En la bebida también difieren: a Catalina le gusta el vino blanco; a Guillermo, la sidra o la cerveza local. A corta distancia, en la bahía de Trearddur, el hotel y restaurante Seacroft se menciona entre los favoritos de los recién casados. Ambos locales están estratégicamente situados para dar variados paseos por la dramática costa galesa, avanzando entre acantilados y playas de arena dorada.
Solos en casa
Los duques de Cambridge viven solos en Anglesey. Están acostumbrados a resolver las tareas domésticas sin el batallón de sirvientes que atiende al resto de la familia real. Es una tradición plebeya que Guillermo logró imponer después de iniciar sus estudios universitarios en Saint Andrews (Escocia) y que desea mantener hasta concluir su etapa en la base de RAF Valley, en 2013.
En la sede del legendario campo escocés de golf, el príncipe compartió un céntrico piso con Kate y otros dos estudiantes. En el tercer y último año de carrera, la pareja arrendó Balgove House, una granja cómoda y alejada del centro de la ciudad. Otra granja, esta vez del patrimonio del príncipe de Gales, se dibuja en el horizonte de los duques de Cambridge. El ducado de Cornualles, fuente de financiación de los herederos de la Corona, adquirió en el año 2000 Harewood Park, una finca de unas 365 hectáreas con su propia iglesia, establos y viviendas de campesinos que se están restaurando con las últimas tecnologías 'verdes'. La mansión original fue demolida en 1959 y en su lugar se va a construir una casa de dos plantas en la que probablemente fijarán su residencia campestre Guillermo y Catalina. Entre sus futuros domicilios londinenses se barajan los palacios de Buckingham y de Kensington, donde Guillermo vivió de niño con su madre, la princesa Diana.
El Ejército ha suplantado a la universidad como eficaz escudo contra la intromisión de los medios de comunicación en la vida privada de Guillermo y Catalina. Palacio también les protege y prepara una entrada paulatina de la duquesa en la esfera pública. De momento, asistirá a actos oficiales acompañada de su marido y quizá de algún otro familiar, aunque nunca sola. Pero la coraza protectora no puede prolongarse durante mucho tiempo. Dada la avanzada edad de la Reina (85 años), se espera que su nieto y su esposa comiencen a hacerse cargo de sus múltiples compromisos.