Edición especial de 'Time' que da cuenta de la eliminación de Bin Laden. / Reuters
golpe al terrorismo mundial

Una larga y trabajosa cacería

El espionaje norteamericano obtiene su presa después de diez años acumulando pistas y reveses

NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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La operación secreta que culminó con la muerte de Osama bin Laden en un barrio residencial cercano a Islamabad se había preparado meticulosamente durante años. Aunque casi no había pistas de posibles paraderos, todas la hipótesis apuntaban a que el escondite se hallaba en algún rincón Pakistán. Poco después de que el Ejército estadounidense invadiera Afganistán hace casi una década, la CIA reunió suficientes indicios de que al jefe de Al-Qaida ya no le valía la protección proporcionada por los talibanes y había buscado refugio en el país vecino, un territorio infinitamente más seguro pese a la condición de teórico aliado de EE UU.

La prohibición expresa de los gobiernos de Islamabad de que tropas estadounidenses entraran en su país supuso un duro golpe para las aspiraciones de George Bush, que pretendía desarticular los campamentos de entrenamientos de terroristas y, sobre todo, dar caza al líder que ordenó los ataques en suelo estadounidense en 2001. El cerrojazo paquistaní no afectaba, sin embargo, a los servicios de espionaje de EE UU, que sí podían operar dentro de sus fronteras aunque no de manera libre sino en estrecho contacto con el ISI, el servicio de inteligencia local.

Durante años Washington no tuvo más remedio que aceptar esa relación como la única posibilidad de obtener información valiosa. A la vez que cuidaba mucho sus movimientos para no enfurecer a su aliado, vertía un río de millones en las fuerzas armadas paquistaníes con la esperanza de que esa actitud ayudaría a ganarse mayores cotas de confianza y más capacidad de maniobra. Es en esa situación de estancamiento, y ante la falta de resultados tangibles, cuando la Administración Bush deja de lado la prioridad de capturar a Bin Laden y fragua con sus ayudantes la invasión de Irak en 2003. El terrorista más buscado no aparecía pero Sadam Hussein no dejaba de ser una pieza interesante que ofrecer al pueblo norteamericano.

Frustración y reveses

¿Pudo su antecesor, Bill Clinton, hacer algo al respecto? El ex presidente ha repetido que durante su mandato dio a la CIA la orden de eliminar al 'enemigo número uno'; "y fui criticado por quienes ahora me acusan de no haber hecho nada", se quejaba amargamente el líder demócrata.

Tras años de frustración y de reveses, la llegada de Leon Panetta a la CIA, marcó un cambio en la estrategia de la Casa Blanca hacia Pakistán. No está claro todavía con qué herramientas, pero en los últimos dos años los servicios secretos norteamericanos han actuado con más libertad, construyendo sus propias redes de información y mirando con lupa todo lo que les llegaba del ISI. Sin ese decidido empujón, Bin Laden podría estar todavía cómodamente instalado en el barrio residencial donde fue abatido el domingo, opinaba ayer un analista en la radio pública estadounidense.

Otro elemento de debate es que el aire queda la sensación de que Pakistán no ha colaborado lo suficiente sino que habría optado, para mantener su particular 'statu quo', restringir el acceso de los espías norteamericanos a información privilegiada con el objetivo de seguir beneficiándose de la ayuda multimillonaria de Washington. Con Bin Laden descansando en el fondo del océano, esos buenos tiempos han podido llegar a su fin.