DÍA DEL TRABAJADOR

El primer 1 de mayo sin Marcelino

El recuerdo al fallecido fundador de CCOO marca el Día del Trabajador

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Los ojos claros de Josefina Samper (Fondón, Almería, 1927) se humedecen cada vez que habla de su difunto marido. Hace ya siete meses que Marcelino Camacho falleció, pero su viuda sigue utilizando el presente para referirse a él. «Nunca hemos discutido», recalca la veterana sindicalista mientras posa su mirada al otro lado de la ventana como si buscase en el horizonte a su desaparecido «compañero de vida».

Este domingo Josefina celebrará el 1 de mayo por primera vez sin su querido Marcelino. Desde que se reinstauró la democracia «siempre» ha acudido a las manifestaciones. «La gente me decía que no me había visto en la foto, pero yo les explicaba que me gusta estar cuatro o cinco filas por detrás», explica. Recuerda que durante la dictadura sólo podían organizar concentraciones clandestinas, pero medio año después de la muerte de Franco ya marcharon por las calles de forma masiva para conmemorar el Día del Trabajador.

Mucho antes de conocer a Camacho, el ánimo de rebeldía acompañaba a Samper. La situación económica de su familia provocó que con sólo cinco años tuviesen que trasladarse desde las Alpujarras hasta Orán (Argelia). «Mi madre me decía que era la niña de los por qués», comenta, y es que no dejaba de preguntar la razón de todas las miserias que la rodeaban.

La viuda del sindicalista cuenta que, con apenas diez años ,ya participó en una campaña para ayudar a los exiliados españoles que, huyendo de la guerra civil, habían arribado al puerto de Orán.

Primero ingresó en las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas), y con 14 años pasó a formar parte del Partido Comunista (PCE). «La gente pensaba que estaba loca por meterme tan joven en política, pero toda mi ilusión era luchar para volver a mi tierra», defiende.

«Marcelino fue un héroe y Josefina es una heroina que siempre ha estado a su lado. Si él estaba encarcelado, ella estaba en la puerta de la prisión o de despacho en despacho», sostiene Cristina Almeida, que fue su abogada en el proceso 1001, que culminó con el encarcelamiento de la cúpula de CC OO. Camacho llegó a Orán tras escaparse de un campo de concentración en Tánger. «Era un crío y no tenía más que pelo», rememora emocionada. Su marido, explica, pronto se ganó la admiración de todos y no le costó mucho convertirse en un líder local.

«De cárcel en cárcel»

Tras casarse, el objetivo de ambos siempre fue volver a España «para luchar desde dentro». En 1957 -precisamente un 18 de julio-, cuando Camacho recibió el indulto, llegaron al puerto de Alicante.

«Yo venía convencida de que nuestra vida no iba a ser de color de rosa», admite Samper, y narra cómo aquellos años transcurrieron «de cárcel en cárcel».

«Había veces que Marcelino me explicaba que debía acudir a una reunión y yo tenía que ingeniármelas para despistar a la patrulla de la brigada político-social que siempre estaba frente a nuestro portal», cuenta mientras reprime una carcajada. El semblante le cambia repentinamente cuando recuerda las veces en las que su marido no podía volver a casa o sus fuertes discusiones con el comisario Saturnino Yagüe.

«Yo era la cobertura de las mujeres que venían desde lejos a visitar a sus maridos que estaban presos», comenta Samper, y describe cómo muchas no sabían que sus esposos estaban en la cárcel por política. Algunas se pasaban la noche previa al encuentro llorando. «Les repetía a todas que quería verlas sonreír durante la visita, bastante mal lo pasaban ellos entre rejas», lamenta.

100 pesetas en el buzón

Desde hace un par de años, Josefina ya no vive en su barrio de toda la vida, Carabanchel. La enfermedad de Marcelino les obligó a trasladarse a un piso -alquilado por CC OO- en una urbanización del municipio madrileño de Majadahonda. Vivían en el último piso y con una escalera «muy mal acondicionada», por lo que cada vez que tenían bajar a la calle necesitaban a dos personas para que cargasen al veterano sindicalista en una silla de cocina.

«Camacho nunca ha luchado por él mismo, siempre lo ha hecho por mejorar la situación de los trabajadores», subraya Samper.

Describe que era tal su austeridad que cortaban los bajos de las camisas para renovar los cuellos o que sólo utilizaba un par de zapatos por año. Afirma que muchas veces se encontró «billetes de veinte duros» en el buzón que provenían de gente anónima y que ellos los destinaban a los compañeros que estaban en la cárcel. En su capilla ardiente, la actual ministra de Medio Ambiente, Rural y Marino, Rosa Aguilar, le describió como un defensor de «los de mono azul y la bata blanca» y un luchador por los derechos de los trabajadores para conquistar el bienestar social.

Marcelino Camacho se definía como un hombre «ni alto, ni bajo, ni gordo, ni flaco, ni rubio, ni moreno, muy normal». Su tantas veces abogada María Luisa Suárez lo considera mucho más que eso: «Un luchador por la clase obrera que nunca olvidó su condición de trabajador».

Pese a todos los momentos amargos, Samper asegura que había que luchar «porque los obreros sólo tienen el trabajo y si se lo quitan se quedan sin nada». «Siempre digo que en la vida nunca te regalan las cosas, hay que conquistarlas y mantenerlas con mucho cuidado, porque pronto te las quitarán», sentencia.