Gabrielle Giffords y su marido el astronauta Mark Kelly, antes del atentado. AP
recuperación tras el tiroteo

El cielo de Giffords

La congresista que sobrevivió a un tiro en la cabeza sale del hospital para despedir a su marido, comandante del Endeavour, que hoy parte al espacio

MADRID Actualizado: Guardar
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Cuando los motores del Endeavour empiecen esta tarde a soltar humo, el capitán Mark Edward Kelly se recostará en su asiento, observará el cuadro de mandos y escuchará la cuenta atrás. Quizá sienta mariposas en el estómago, pero tampoco se pondrá muy nervioso: el capitán es un tipo calmado, que afronta su cuarto viaje espacial. Si todo va bien, Kelly y su tripulación (otros cinco astronautas) despegarán, cruzarán la atmósfera, llegarán a la estación espacial internacional, se darán un paseo por las tinieblas e instalarán un extraño aparato, el Alpha Magnetic Spectrometer (AMS), que busca recoger pruebas de esa misteriosa y fascinante 'materia oscura' que agujerea el Universo. Regresarán en apenas quince días. Será el último viaje del histórico Endeavour, que se jubilará para convertirse en pieza de museo.

El astronauta Mark E. Kelly lleva en su equipaje una carta manuscrita de su mujer, Gabrielle. Pone: «My sweetie pie». Podría traducirse como «cariñito» o algo parecido. Tal vez piensen ustedes que es una frase bobalicona y un poco cursi, pero el capitán Kelly la guarda como su mayor tesoro: el trazo es inseguro y tembloroso como un ejercicio de caligrafía infantil y sin embargo refleja una victoria inaudita, un triunfo colosal. Hace solo cuatro meses, su autora, la congresista demócrata Gabrielle Giffords, yacía en el suelo, sobre un charco de sangre, medio muerta y con el cerebro roto por una bala.

Gabrielle Giffords (Tucson, 1970) y el capitán Mark Kelly (New Jersey, 1964) se casaron en 2007. Se habían conocido cuatro años antes, durante un viaje oficial a China. Hablaron mucho, congeniaron y se decidieron a pasar por el altar. Era el segundo matrimonio del capitán Kelly, que ya tenía dos hijas adolescentes, Claudia y Claire, de su primera mujer. Desde entonces, su relación conyugal no ha flaqueado, pese a las absorbentes profesiones de ambos: Gabrielle vive entre Tucson (Arizona) y Washington, y Mark trabaja en Houston (Texas). Ambos aprovechaban los fines de semana para pasar tiempo juntos y hablar de sus cosas.

Pero el 8 de enero, todo este tinglado se les vino abajo. Un muchacho con la cabeza averiada, Jared Lee Loughner, se acercó con una pistola al centro comercial Safeway, en el barrio de Casas Adobe, al norte de Tucson. La congresista demócrata Gabrielle Giffords había instalado una mesa en la calle para ofrecer sus propuestas a la gente. A las diez y diez de la mañana, Jared Lee se lió a disparos. Mató a seis personas e hirió a otras trece. Se dice que su objetivo era Gabrielle, que quedó tumbada en el suelo, malherida. Una bala le había entrado por la nuca y le había salido por la frente. Le dieron por muerta.

«¿Hasta dónde llegará?»

Dicen que los rápidos auxilios que le brindó un compañero, Daniel Hernández, le salvaron la vida. Luego, en un avión medicalizado, fue trasladada a un hospital de Houston. En aquellas primeras horas, nadie se atrevía a pronosticar su futuro, que pintaba muy negro. A Gabrielle le cortaron un trozo de cráneo para dejar que el cerebro se hinchase libremente, sin quedar aplastado por el hueso. Los médicos descubrieron un primer motivo para el optimismo: la bala solo le había afectado al hemisferio izquierdo, lo que auguraba menores problemas para la recuperación. Pero todavía quedaba mucha tela que cortar.

Cuatro meses después del tiroteo, Gabrielle habla con monosílabos y es capaz de sostenerse en pie, pero se mueve en silla de ruedas. Lleva el pelo muy corto y todavía no le han reimplantado el trozo de cráneo que le falta. Maneja con soltura el brazo y la pierna izquierdos, pero aún no controla bien el movimiento de las extremidades diestras. Por eso se ha vuelto zurda y por eso escribió temblorosamente, con dificultad, aquel «sweetie pie» que hoy acaricia el capitán Kelly.

Gabrielle acaba de coger un avión. Ha abandonado el hospital de Houston para despedir a su marido en Cabo Cañaveral (Florida). Los médicos han decidido aprobar el viaje, pese a sus evidentes riesgos, para estimular a la paciente y para medir su recuperación «en un entorno menos controlado». Gaby, como le llaman sus amigos, está eufórica: ni siquiera quiere perderse la tradicional barbacoa en la playa que los tripulantes organizan con sus familias. «Quiero todo», dijo.

El capital Mark Kelly dudó hasta el último momento si debía renunciar a su viaje espacial, pero su esposa le conminó a emprenderlo. Mark sabe que, dentro de catorce días, cuando regrese, quizá se encuentre con otra Gabrielle, más parlanchina, más autónoma, más capaz. O quizá no. Los médicos asisten atónitos a la milagrosa recuperación de la congresista, pero no son capaces de predecir hasta dónde llegará. «Solo un uno por ciento de los afectados por una herida así evolucionan tan rápido como ella», subraya en las páginas del 'Arizona Republic' el neurocirujano Dong Kim, del Memorial Hermann Hospital, donde está ingresada Giffords: «La pregunta es ¿hasta dónde llegará?».

De momento, solo se plantean nuevos mojones que superar. Cuando Gaby regrese de Cabo Cañaveral tendrá dos retos gigantescos por delante: caminar sola y hablar mejor. Para ello se entrena ya diariamente, empujando por los pasillos del hospital un carrito de la compra. Su mente parece funcionar correctamente, pero le cuesta traducir en palabras sus pensamientos: de momento, no va más allá de emitir órdenes sencillas o palabras simples. En las últimas semanas, solía jugar al 'scrabble' con su marido para ganar destrezas lingüísticas. Ahora deberá buscarse otro oponente.

A las 21.47 de hoy (hora española), el capitán iniciará su cuarto viaje al espacio exterior. En aquella oscura inmensidad, Mark E. Kelly rezará para que, a su vuelta, Gaby sepa decir algo más que «sweetie pie».