Fin de época en Egipto
Actualizado: GuardarFinalmente, y contra pronóstico, el nuevo gobierno egipcio resolvió detener al expresidente Mubarak y a sus dos hijos acusando al mandatario depuesto de “abuso de autoridad y corrupción” y a los dos vástagos, Gamal y Alaa de “corrupción”.
El misterio político que encierra a primera vista la crucial decisión se aclara con la mera exposición de los cargos: los hijos, multimillonarios en dólares hace muchos años (como su señora madre, la influyente Suzanne) ya estaban siendo investigados por la eventual recepción de sobornos, pagados en cuentas millonarias que mantenían con toda normalidad en un banco cairota.
Su padre se enfrenta al cargo de abuso de poder… es decir de haber cubierto con su autoridad la decisión de la policía de disparar sobre los manifestantes inermes de la plaza Tahrir que, con una perseverancia impresionante, terminaron por imponer su caída en dos semanas inolvidables. Hay que subrayar en seguida un hecho capital: fue la Policía, no el Ejército, la que mató a los manifestantes, tal vez a 800, según un último recuento.
Un fiscal desinhibido
La decisión, políticamente crítica, un verdadero test para el régimen interino fue tomada, como es sabido, en un escenario confuso en todos los órdenes, pero que encubre cierta lógica interna. Estaban ya imputados los exministros del Interior, Habib al-Adly, y cuatro de sus ayudantes principales al mando de las diversas ramas de la Policía, y de Hacienda, Yusef Butros-Ghali. Siempre con idéntica distinción: presunta corrupción para el segundo, pero abuso de poder para el primero y su gente.
Asimismo, la Fiscalía ha convocado a muchos otros antiguos funcionarios, como el exministro de Exteriores, Ahmed Abul Gheit, ha congelado las cuentas corrientes de la familia Mubarak y sus colaboradores cercanos e impide salir del país a decenas de sospechosos. Tal benéfico viento anticorrupción tiene dos notas, además, que lo hacen muy notable: no hay, que se sepa, generales en la danza y el fiscal general no ha sido designado por las nuevas autoridades interinas. Era fiscal general… con Mubarak, pero parecía muy al corriente de las limitaciones de entonces para ejercer su oficio.
Mubarak dijo que no saldría del país, y que pensaba “morir en la sagrada tierra de Egipto”. Y lo ha cumplido por ahora. Al Yazeera, la TV inter-árabe que transmitió en directo la revuelta, dijo, la semana pasada, equivocándose, que se había ido a Alemania para seguir tratamiento en la clínica donde fue operado el año pasado. Es seguro que está enfermo, pero no tanto como para no acudir, por consejo de sus abogados, a la cita de la Fiscalía para interrogatorio. Se dice que furioso por la instrumentalización de sus achaques y el aparente montaje del “ataque cardíaco” del martes, el fiscal pasó al ataque y ordenó la detención, eso sí, tasada: por quince días y sin dejar Sharm- el-Sheik.
Cálculos militares
Lo sucedido, literalmente impensable hace pocas semanas, indica hasta qué punto fue juiciosa la decisión del alto mando militar de hacer saber a la presidencia que no dispararía sobre la multitud. En ese preciso instante, el ‘rais’ debió asumir que estaba perdido, pero no lo hizo, lo que contrasta con su reconocida intuición política y su condición de solvente táctico. Ahora hay toda clase de rumores en El Cairo sobre lo que ocurrió realmente en aquellos días, pero son de imposible verificación todavía. Uno de los mejores y más salpimentados quiere presentar a la esposa, Suzanne, medio británica por familia, lengua y cultura, como responsable del empecinamiento un poco sorprendente de Mubarak.
Los uniformados hicieron lo que debían y, de paso, se autoabsolvieron. Tan es así que la vanguardia más joven, twuittera y generosa del movimiento popular, empezó a exigir la detención del ex presidente (y no meramente de los jefes del aparato de represión) y a hacer del hecho un test de la condición genuinamente democrática del nuevo orden institucional. El jefe de la Junta y ministro de Defensa con Mubarak, el general Mohamed Tantaui, disolvió la manifestación del viernes y la del domingo… pero con el saldo de dos muertos. Un escándalo porque esta vez no se podía culpar a la policía. La decisión de detener por fin y, eventualmente, procesar a Mubarak, ha cancelado el conato de incómodo desencuentro político.
Los militares dejan hacer y están haciendo. Lo que faltaba era atacar el registro simbólico y psicológico: abatir, siquiera administrativa y judicialmente, al presidente omnímodo durante treinta años. Ya está hecho y nada extraordinario ocurrirá por eso. Hay que recordar, en cambio, que la detención por dos semanas no significa necesariamente el procesamiento. Pero es muy probable que se produzca. Entre otras cosas, el infatigable –y sorprendente– fiscal Magid Mahmud, cree saber que Mubarak permitió u ordenó vender el gas que se vende a Israel (¡a Israel!) por debajo del precio de mercado.