Rosario: «Vivo al día. Y cada uno es un regalo»
Más de 250.000 españoles necesitan cuidados especiales para pasar dignamente los últimos días de su vida, pero 60.000 no reciben la atención adecuada
VALENCIA Actualizado: GuardarA Rosario le gusta vivir "más que a un tonto una tiza", pero se apaga con el tumor que crece en su estómago. En el hospital Laguna le han cambiado la angustia por una sonrisa.
Rosario: «Vivo al día. Y cada uno es un regalo»
A Rosario no la abandona el humor ni en el lecho de muerte. "Ya ves, soltera y ahora voy a tener un hijo", es su guiño ante un vientre hinchado a causa del cáncer de estómago. La morfina y otros medicamentos contra el dolor hacen tenues sus palabras. Pero ella es hasta irónica. "¡Ay! ¿Eso qué es, para quitarme el hipo?", le suelta a una enfermera tras dar un respingo por el pinchazo de una aguja mientras dormitaba. Admirable la capacidad de autodefensa de la mente humana. Aunque también hay días malos en Laguna. Rosario anda hoy algo baja de tono. "Anoche no pegué ojo".
Se refugia en la religión en los momentos bajos. "Rezo un padrenuestro y lo tengo que volver a empezar dos o tres veces. Se me va la cabeza...". El capellán del hospital acude a darle la comunión cada día. "Después me quedó mucho más tranquila".
La trascendencia y la existencia de 'vida' tras la muerte son otras dos 'armas' en el Laguna. Dios está muy presente. Pero no limitado a un Dios católico. Lo confirma el discurso casi idéntico de varios de los profesionales: "Se trata de creer en un ser superior, en un ‘algo’ que lo rige todo y que permite la continuidad en el más allá". Rosario prefiere seguir con los pies muy pegados a la tierra. "¿Cuándo es la próxima fiesta?", pregunta a una doctora. En su horizonte vital, el bingo del Laguna. De premio: un pañuelo, un par de medias... "Cosas de viejas", ríe ella. Se aferra a cada minuto, a cada hora. "Vivo al día. Y cada uno es un regalo. Cuando llegue el último, habrá llegado...".
Antonio Fernández: «Yo sí querría para mí la eutanasia»
Antonio apenas puede ya ni hablar. Pero escucha cada palabra que le dirigen como si fuera la última. Recibe cada gesto de cariño como si no fuera a haber otro. Sin pestañear, con un esbozo de sonrisa en la boca. El anciano de 78 años mira fijamente a la doctora Zuriarrain. Asiente con la cabeza. Niega. Y agarra débilmente la mano que acaricia la suya. Su hija Claudia lo observa con ojos agridulces. De nuevo el visitante siente miedo a preguntar. El maldito tabú. La duda de saber si uno quiere cualquier tipo de vida para un ser querido o el final de la angustiosa espera, aunque el precio sea perderlo. "¿Te refieres a la eutanasia? Si fuera yo quien está en esa situación, yo sí querría para mí la eutanasia. Pero eso es una decisión personal. Y mi padre niega incluso la gravedad de lo que tiene...", aclara Claudia.
En el Laguna consideran que si un paciente pide "acabar con esto" es que no sabe interpretar qué le está pasando. "O no hemos identificado bien un síntoma y hay dolor o hay que anular alguna angustia que aflige al enfermo. Pero nadie quiere morirse", defiende la subdirectora de Enfermería. ¿Tendrá razón? Difícil respuesta hasta que uno no siente en su propio pellejo el peso de esa travesía vital.
Fernando Freire: «Leer, recibir cariño... ¿quién quiere morir?»
Fernando no se quita las gafas ni para colocarse bien la goma del oxígeno. Es un lector empedernido. Dos periódicos a su lado. Hasta tres libros apilados en la mesilla. "Mi vida es leer. Y aquí te inundan de cariño. Así, ¿cómo va uno a querer morirse?". Ni el cáncer que ha dejado mermada su movilidad hace cambiar de opinión a Fernando. Ana, la fisioterapeuta, ajusta con cariño varios electrodos para estimular con descargas los músculos de las piernas del paciente. "¿Así va bien de fuerte, Fernando?". A él no le convence. Pide "más" con ostensibles gestos de sus manos.
Todo el trabajo en Laguna busca evitar sufrimiento. Ni se prolonga la vida inútilmente ni se acelera la muerte. "Al enfermo se le pone lo que necesita. Si algo sobra, se quita. La Ley de Autonomía del Paciente ya regula su derecho a rechazar un respirador", explica Javier Rocafort, director del centro y presidente de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos. Sintió la vocación en su Pamplona natal, hace 19 años. "En mi primera guardia de residente vi a un hombre que se ahogaba. Murió con gran sufrimiento. Y decidí volcar mi carrera en evitarlo. La muerte no es un fracaso; el éxito es llegar a ella sin miedo ni dolor".
Enrique Picatoste: «Hay que sobrellevarlo todo»
Enrique te mira con ojos vidriosos. A menudo pierde el hilo del discurso. Pero a sus 83 años hace gala de una memoria envidiable. Recuerda cuando el Ejército de Estados Unidos lo nombró "ingeniero segundo civil" mientras trabajaba como topógrafo y delineante en la construcción de la base aérea de Torrejón. Sus muchos viajes por media Sudamérica. Otea su pasado para no acordarse de su presente. Y prefiere no asomarse a su futuro. "Tiene cáncer de páncreas. Aunque él no lo sabe...", musita su esposa Rosario, sentada en un sofá junto al tresillo de Enrique.
"Los pacientes saben mucho más de lo que sus familiares creen", apunta el psicólogo Borja Múgica. Enrique Picatoste, 'maño' de nacimiento, da alguna prueba de ello con su mensaje ante los periodistas. "Lo llevo lo mejor que puedo. Hay que sobrellevarlo todo". Y se pone a hablar en pasado... "Quiero dar las gracias a todos por lo bien que me han cuidado aquí. Aquí no he sabido qué es el dolor. Me han tratado con un cariño y una sencillez inmensos". Aunque el instinto de supervivencia es innato: "El otro día una enfermera me salvó la vida. Me caí de la cama. Poco a poco vamos haciendo progresos...".
Rosario cierra los ojos cuando lo escucha. Siete hijos en común, 54 años casados... Todo un mundo que se viene abajo. La mujer casi no se separa de su lado. Se hace 80 kilómetros diarios en autobús. De Navalcarnero a la capital. Y vuelta a casa. "Estoy muy cansada. Tengo los nervios destrozados". La pelea continúa; la vida sigue...