Siria: de Bouthaina a Bashar
En medio de fuertes especulaciones e indicios de cambios pro-democráticos, el presidente pronunció un esperado discurso para no decir nada
Actualizado: GuardarFiel a su condición de opaco o, al menos esotérico, como es en cierto modo la confesión alauí, endogámica y de iniciados, el régimen sirio ha hecho una exhibición de cómo se puede hacer creer al mundo entero que se hará una cosa… y hacer la contraria: en medio de fuertes especulaciones e indicios de cambios pro-democráticos, el presidente Bashar el-Assad, pronunció un esperado discurso para no decir nada, excepto repetir el mantra socorrido de que “Siria hace frente a una conspiración de sus enemigos”.
No hubo la menor referencia a promesas expresadas en círculos oficiales en los días precedentes, incluyendo el levantamiento eventual del estado de excepción vigente desde la creación del régimen hace cuatro décadas y una liberalización sincera del pluralismo político empezando por una legislación de prensa que permita la aparición de medios de oposición. Ni siquiera un anuncio de amnistía. Solo un tono beligerante (“Siria no quiere pelea, pero si se la imponen la aceptará y la ganará”) y un recuerdo para Israel, el gran adversario, que esta vez parece inocente.
El mensaje es, sin embargo, algo más que una decepción y, como casi todo en Damasco, sigue suscitando especulaciones en el sobreentendido de que la decepción debe ser interpretada como un asalto perdido por los reformistas, pero no indica necesariamente un estancamiento que, vista la importancia de la revuelta, sería peligroso y frívolo. En otras palabras, los círculos reformistas habrían perdido este “round” frente a los duros del régimen, pero el presidente, no del todo seguro, habría optado por salir al ruedo y decir algo a falta de tiempo de ganar la negociación intra-muros.
La pura esencia del régimen
La extendida versión de que hay algo más tiranteces en el seno del sistema podría explicar lo sucedido y por qué el presidente ha desperdiciado una ocasión de oro para probar que la República tiene los mecanismos para promover un cierto consenso social cediendo a demandas racionales en un contexto árabe completamente pro-democrático. Las interrogaciones a este propósito no cesan en la prensa libre de los alrededores (por ejemplo en Beirut, donde es muy útil la lectura de los diarios estos días) y algunos observadores veteranos expresaban la opinión de que Bashar, sencillamente, no ha podido hacer lo que quería. Alguno ha dicho que, al fin y al cabo, “el no es su padre”.
Esta tesis se resumiría en una argumentación casi didáctica: el régimen no puede legislar bajo presión porque no lo ha hecho nunca. Es una pura maquinaria de control y supervivencia política y es inimaginable que haga algo por exigencia de terceros… y, así, lo aplazará hasta que nadie lo espere y podrá presentarlo entonces como una concesión hecha desde la normalidad, sin imposiciones de nadie. Las exhibiciones de autoridad en Damasco tienen precedentes, como la liquidación de la efervescencia kurda hace cinco años por no hablar del aplastamiento implacable de la insurrección islamista en Hama en 1982, a cargo de las unidades políticas del régimen (las “Brigadas de Defensa”, mandadas entonces por el tío del presidente, Rifaat, después exiliado a la fuerza cuando no se avino a aceptar sin más que el poder recayera en Bashar tras la muerte del designado, Basel, hermano mayor del hoy jefe de Estado).
Es decir, para entender mínimamente lo que sucede es preciso dejar de lado el termómetro que mide la opinión pública y recordar sobre todo la esencia del régimen, una mezcla del Baas (el partido nacionalista y socializante fundado en los cuarenta por Michel Aflak, un cristiano) y la comunidad alauí, a uno de cuyos clanes, el de Azd, de la prestigiosa tribu Haddadin, pertenecen los Assad. El viejo aparato baasista -purgado muchas veces- y el hecho cultural, político, económico y confesional que son los alauíes brilla en todo su esplendor.
Tiempo muerto
Con todo, no es imposible que, a su modo, con sus calendarios y cuando lo tenga por útil, el gobierno termine por proponer algunas reformas, aunque no el gran programa que, en pleno descontrol de sus portavoces y pugna de sus tendencias internas, fue abiertamente sugerido por voces que parecían autorizadas, singularmente la de la influyente consejera política y de información del presidente, Bouthaida Shaaban, que hizo una notable comparecencia en la TV estatal para decir nada menos que “ya está tomada la decisión de levantar el estado de excepción” (aunque reconoció que sin fecha precisa) y que habría una nueva legislación sobre prensa y multipartidismo. Fue, hacia el domingo pasado, la hora dulce de la crisis.
Las posibilidades de que eso ocurra ahora son muy pequeñas, pero tal vez no han desaparecido del todo si, como algunos observadores regionales creen, el gobierno debe tomar nota de la evolución regional, singularmente de lo que ocurra en Egipto, donde los “Hermanos Musulmanes”, en una virtual coalición de gobierno con las fuerzas armadas, van a jugar un gran papel en el nuevo escenario político. Y, para decirlo todo, el régimen no desea comprometer el lento, pero visible, re-encuentro pragmático con los Estados Unidos.
En efecto, Washington, a falta de una democracia moderna y liberal allí, ha decidido trabajar con un régimen duro de pelar, aparentemente duradero y que ha sabido anudar relaciones muy sólidas con Irán y, más recientemente con Turquía. Lo mismo que hizo Francia (la antigua potencia colonial) cuando Sarkozy ordenó la reconciliación con Siria, los norteamericanos han optado por el pragmatismo y, con la hostilidad republicana, el presidente Obama ha enviado un embajador a Damasco, el arabista Robert Ford. El régimen, pues, se sabe indispensable, por su robustez, un peón de peso en el tablero y entiende que, más allá de las cantinelas de rigor, las potencias no harán nada -porque no ganarían la partida- por poco democrático que sea el régimen. Sí, en Damasco saben muy bien que en Washington saben también que Siria… no es Libia.