De vinos en el 'Kulixka' de Ondarroa, bar de alterne de los simpatizantes de la izquierda abertzale. / Bernardo Corral
RUTA POR LOS FEUDOS ABERTZALES

En el corazón de Batasuna

Viaje por la geografía de la izquierda radical tras el anuncio histórico de su rechazo a la violencia

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En el mismo instante en que Iñaki Perurena empezaba a levantar una piedra de 100 kilos la friolera de 1.700 veces para batir su enésimo récord mundial, un etarra le descerrajaba tres tiros a Joseba Pagazaurtundua, jefe de la Policía Municipal de Andoain, militante socialista y antiguo miembro de la autodisuelta ETA político-militar. «Dicen que esta tierra es verde. Te lo puede parecer una día, pero es gris», profundiza el deportista rural, escultor y actor nacido en Leitza (Navarra). Este mismo martes, Andoain y miles de vascos volvieron a llorar a 'Pagaza' en el octavo aniversario de su asesinato mientras la izquierda abertzale anunciaba el nombre de su nuevo partido, Sortu (amanecer, crear o surgir, en castellano). En sus estatutos, por primera vez, «rechaza» toda violencia de ETA, aunque no pide su disolución.

Éste, como bien dice Perurena, es un viaje gris y emocional en doble sentido, con mucha más lluvia que sol, a un pueblo con menos escoltas y menos miedo a opinar, pero escéptico ante las verdaderas intenciones de la banda. Con ganas de que escampe de una maldita vez después de 50 años de terrorismo y más de 800 funerales -los primeros, por cierto, a escondidas y sin pancartas en la calle-, pero no a cualquier precio.

Tampoco es ésta una ruta sugerente por el brillo del Guggenheim de Bilbao, la exquisitez culinaria de San Sebastián o los infinitos parques vitorianos que la han convertido en capital verde europea. Ni por ese País Vasco que, pese a los 7.000 nuevos parados de enero, parece consolidar su crecimiento económico al incrementar su PIB un 0,3% en 2010. No. Descendemos a los pozos negros del terrorismo para intentar vislumbrar alguna luz que anuncie el amanecer de un nuevo tiempo de paz. A pueblos gobernados por los radicales -33 en el País Vasco y 9 en Navarra-, y con la convivencia dinamitada con bombas, tiros y miradas que aún hieren como balas. A localidades donde las siglas de ANV (la anterior Batasuna) fueron ilegalizadas y están timonadas por socialistas y peneuvistas con tanta presión como la soportada por concejales del PP, que hacen oposición en aldeas minúsculas donde todo el mundo sabe a qué hora tomás el café o llevas a tu hijo a la escuela.

Mientras algunos jueces y empresarios empiezan a prescindir de la escolta, un millar de cargos públicos continúa con esa sombra agobiante pero protectora. Y muchos de ellos, como la edil popular de Mondragón Icíar Lamarain, no piensan desprenderse de ella: «Sobre el papel hay cosas positivas, ¿pero qué piensan los terroristas? Mientras la pistola persista esto no es nada nuevo. Estoy deseando que termine y no sé si éste es el mejor camino».

Ondarroa. El pueblo sin alcalde

Nadie puede garantizar que la dinamita no vuele de nuevo las esperanzas como en las treguas anteriores. Pero en el muelle de Ondarroa (Vizcaya) ya hay quien empieza a darle vueltas a cómo se cicatriza la herida en cada familia, vecindario y cuadrilla. Y lo que es aún más novedoso, en voz alta, con nombre y apellido. Desi Beitia. Marino mercante (jefe de máquinas) jubilado. Toma los txakolis solo. «Hace años, el pueblo se puso de asco. Padres que no se hablan con los hijos. Un desastre. Yo venía de pasarlas canutas en Nigeria, y no había manera de estar todos los amigos juntos. Al final decidí andar a mi aire. Ahora la gente está reticente, ven a los de los tiros por ahí y.... nos han mentido tanto. Con la ilusión que teníamos y lo rompieron todo. Yo voy a veranear a Santa Pola, y me da vergüenza decir que soy vasco. Quizás los nietos sean capaces de olvidar, de enterrar tanto dolor. Es tan triste...». Casi tanto como ver el muelle, por donde Desi pasea su escepticismo, con apenas una veintena de barcos ondarreses amarrados. Hace cincuenta años eran 240.

Asfixiada entre el mar y cinco montañas, Ondarroa siempre ha sabido navegar y pescar. Aunque Félix Aranbarri (PNV) tenga días tan malos que no sepa a qué salvavidas agarrarse para seguir a flote. Preside la gestora que asumió la gestión municipal ante la imposibilidad de que se constituyera la Corporación elegida en las urnas. Ondarroa fue el 27 de mayo de 2007 una de las doce localidades vascas donde las papeletas invalidadas superaron a las obtenidas por el primer partido legal. Y, aquí, en este pueblo que no llega a 9.000 habitantes, ANV logró que el voto nulo que propugnó en campaña fuera aceptado por las formaciones mayoritarias. Ningún concejal electo se atrevió a sentarse en su escaño.

A tres meses de las elecciones, este jubilado valiente y cabal de 70 años cuenta «los días y las noches para acabar con el calvario». Cuesta un poco que lo detalle, porque Aranbarri es uno de tantos vascos que sufre para dentro, sin ventilar sus emociones. «Oye... es que mi mujer no quiere pasear conmigo porque tengo que ir con escoltas por nuestro pueblo». Eso es casi peor a que te quemen el coche dos veces, te pinten la casa o debas convocar las sesiones y plenos fuera del municipio por seguridad. Pese a todo, con Sortu quiere ver una «pequeña luz al final del túnel. Cuando todo está tan negro, una luz la agradeces muchísimo. Ahora bien, los que tienen que dar sentido a los estatutos son las personas. Los estatutos del nuevo partido no van cambiar mi vida en Ondarroa».

Su ilusión, como la de Desi, es que las próximas generaciones «cambien nuestras calles». Que sean capaces de sacudirse el estigma de la violencia, de restablecer la convivencia, de echar un vino en el concurrido Kulixka sin que te pregunten qué pintas ahí. La 'decoración' es inequívoca. Carteles reivindicando la independencia, huchas para recabar ayudas para los presos y en la puerta del baño de chicas, las rejas de una celda pintadas junto al lema 'Todos a casa'. No hay un solo corazón. El camarero, Ibai -«sin apellidos, no me fío»-, tampoco está para ternuras. «Ahora la pelota está en el tejado del Gobierno español, debe dar paso a un proceso democrático».

-¿Tú te sientes más cómodo ahora que la izquierda abertzale rechaza la violencia?

-Cómodo no voy a estar, porque en cualquier momento vuelven las torturas, las redadas.

Es la una de la tarde y el Kulixka está repleto de hombres -lo de la paridad en los bares aquí parece casi más difícil que la convivencia- que votarán a Sortu si los tribunales lo legalizan. No es la sede de la izquierda abertzale. La Herriko Taberna está bien situada frente al instituto de secundaria, no vaya a ser que algún adolescente no se entere de su existencia. Pero, a medio día, en el Kulixka están de poteo muchos de los que por la tarde se tomarán el café en la Herriko. Es su bar. Y no les gusta que unos periodistas desconocidos hurguen en sus ideas. Pero no se les enfrentan, disculpan su silencio con educación, y algunos incluso posan para la foto. Algo, por muy sutil que sea, parece que ha hecho click en las cabezas de muchos vascos.

Andoain. Las dos Euskadis

Sí, algo pasa, aunque sea intangible, cuando en la Herriko Taberna de Andoain (Guipúzcoa) puedes tomar unas cañas con tres amigas de 25 años y radicales convicciones. No han votado en las tres últimas elecciones porque su opción estaba ilegalizada. «Nos sentimos totalmente discriminadas. No tenemos ni voz ni voto. La izquierda abertzale siempre ha trabajado por la paz política», corean Saioa, Maider y Amaia. Sin apellidos. Otras que tampoco se fían. «Es que por menos de lo que estamos diciendo, te detienen». Complicado seguir profundizando en una conversación donde los asesinatos de ETA suenan a metáfora literaria y el dolor de sus familiares es equiparado al de sus verdugos.

En ese largo túnel donde quizás un día se encuentren las dos Euskadis, las distancias que deben cubrir cada una no son equidistantes. Y eso ni se ve ni se siente así en las sedes de ANV. Los que dicen que ya no apoyan el terrorismo, «tendrán que lamentar el pasado, reconocer que han estado equivocados. No hablo de pedir perdón, sino de reparar». Habla Estanis Amutxastegi (PSE), alcalde de este pueblo con cinco muertos de ETA. El solo creerá que todo ha acabado cuando los etarras se quiten el pasamontañas y dejen las pistolas sobre la mesa. Como hicieron los poli-milis de la VII Asamblea el 30 septiembre de 1982, asumiendo su trayectoria y comprometiéndose a seguir luchando por sus objetivos políticos en el marco de Euskadiko Ezkerra. A Estanis le han quemado la casa dos veces, una con su hija dentro. Por muy poco acaba en el cementerio, como 'Pagaza', íntimo del alcalde. Todavía se acuerda cuando se enfrentaron los dos solos «a los 40 vándalos que venían a atacar la Casa del Pueblo».

La sede socialista está arriba, en el Andoain habitado por muchos inmigrantes de hace una generación, que algún vecino de abajo aún no frecuenta «porque eso es España». La Herriko de Saioa, Maider y Amaia está abajo, «donde vivimos los que somos de aquí de siempre».

En el antiguo cementerio se ha creado el parque de José Luis López de Lacalle, el periodista asesinado cuando salía de casa el 7 de mayo de 2000. Llovía y su paraguas, escocés rojo, se quedó abierto boca arriba junto a su cadáver.

En un pueblo tan dado a las metáforas como el vasco, quizás ese paraguas de Andoain que no se borrará jamás de la memoria colectiva, sea un día capaz de cobijar todas las sensibilidades. El escultor Gotzon Etxeberria, padre de este jardín y de la escultura que lo preside en memoria de todas las víctimas, prefiere apelar a las unanimidades que ha logrado el Ayuntamiento de Andoain. «Yo estoy convencido de que vamos a ganar. Aquí, gracias a una moción del PNV, se logró que todos los partidos estuvieran de acuerdo en hacer este parque de la memoria. Eso no está mal. Yo estoy convencido de que vamos a ganar. Pero también vamos a sufrir, igual no nos gusta cómo acaba. Aquí hemos mirado mucho al otro lado, se ha consentido mientras otros hacían el mal con mucho sentido. Ahora no se puede olvidar todo. ¿Quién ha causado el dolor? ¿Y las víctimas? ¿Todo está olvidado? Si vienen donde estamos los demás, serán bienvenidos, pero que vengan. Que no nos hagan tragar más». Quizás entonces, jóvenes como Nidia Luis, con los 18 recién cumplidos, voten. Amiga de Ander Pagazaurtundua, hijo del policía asesinado, no lo piensa hacer en las elecciones de mayo. «En mi clase la mayoría son borrokas, yo no. Lo pasamos muy mal con el asesinato. No creo en la política».

Pasajes de San Juan. El más esperanzado

En este pueblo guipuzcoano de una sola calle y colgado al mar, donde Víctor Hugo descansó y escribió, gobiernan los radicales y sus vecinos llevan toda la semana brindando por el nacimiento de Sortu. «¡De puta madre! Estamos deseando que legalicen el partido. Aquí la gente está ilusionada. A ver si les dejan, porque a todo lo que hacen les meten caña. Luego todos tendremos que ir dando pasos, y ceder un poco, poniendo un poco de nuestra parte», coincide Luis U. Alkain, 52 años y empleado de una gasolinera, con Patxatxa Castillo, camionero jubilado, entre vino y vino en un bar donde no faltan las referencias a los presos. Algo parecido piensa Joxeanjel Legorburu, profesor jubilado. A él también le daban «hostias» en la escuela por no dar la lección en castellano. En las casas solo se hablaba el euskera. Ahora el problema para muchos es que sus hijos no pueden estudiar en castellano. Pero eso no se entiende en Pasajes de San Juan, donde las seis personas entrevistadas al azar, las seis, equiparan a las víctimas de ETA con los comandos caídos en tiroteos con la Guardia Civil.

Leitza. La Navarra euskaldún

Algo tiene este minúsculo pueblo navarro, a 50 kilómetros de Pamplona y a unos 30 de San Sebastián, con 2.900 habitantes y tres muertos. Una media demasiado alta para ser casualidad. Es Navarra, pero los radicales, con las siglas ANV, gobiernan en mayoría con 6 de los 11 concejales de la Corporación. Los anagramas de ETA campan a sus anchas por sus imponentes caseríos. Un paisaje casi borrado con aguarrás en el País Vasco desde que gobierna el PSE con el apoyo del PP.

El primer ertzaina del pueblo, al que le pintaron el coche, pusieron su cara en una diana porque jamás se ha colocado el pasamontañas y le prepararon una encerrona en la Parte Vieja de San Sebastián es el portavoz de UPN, el principal partido de Navarra. De centro derecha, defiende la identidad diferenciada de Navarra frente al nacionalismo vasco que pregona la incorporación del territorio foral a Euskadi. Se llama José Miguel Goicoechea, primo carnal de la etarra Inmaculada Noble Goicoechea, entre rejas desde 1987. Entonces, compañera de cama y comando -el sanguinario Madrid- de José Ignacio de Juana Chaos. «Mira, aquí somos pocos y andamos jodiéndonos todos. Ellos dicen lo que quieren y nosotros aguantamos, pero no nos acojonamos. Tienen que cambiar mucho las cosas para que esto mejore. La duda es absoluta».

Los concejales de UPN se reúnen con sus familiares en una sociedad gastronómica «para estar más cómodos». En cuanto pasas, cierran la puerta al instante. Hace muy pocos años intentaron quemarla con unos cuantos dentro. Contrasta con la libertad que se respira en el caserío Gorritinea, donde Iñaki Perurena ha esculpido con sus manos un parque temático dedicado al levantamiento de piedras y al euskera, al alma vasca. «Aquí ha habido asesinatos, se han dicho y hecho barbaridades, pero también deberemos preguntarnos por qué nació ETA». Al deportista le «sobra» la nacionalidad española, es de los que cree que «esto es Euskalherria». Pero eso no le ha impedido condenar atentados y gritar en la calle para que suelten a secuestrados como el empresario José María Aldaya. Ahora solo desea, «con esperanza», que Sortu no sea el mismo lobo con piel de cordero. «Esto tiene que acabar. Y para eso, para que haya paz, tiene que haber ganas de entender».