Aromas tunecinos en El Cairo
MADRID Actualizado: GuardarEl pasado martes sucedió en Washington algo notable por infrecuente: dos tonos bien diferentes en el Departamento de Estado y la Casa Blanca al juzgar la situación en Egipto. Hillary Clinton, casi lacónica, dijo que se trata de un país estable que, entiendo, está buscando atender las necesidades de sus ciudadanos. Y el portavoz de Obama, Robert Gibbs, más largo y contundente: la gente en Egipto quiere, allí como en todas partes, lo mismo: mínimos de dignidad, de libertad, campo para pensar y moverse y ausencia de corrupción (…)
El reflejo de la Secretaria de Estado es de aroma geopolítico y propio de un observador del inquietante statu quo regional. El de Gibbs es el de Obama, más de político demócrata, más comprometido, más claro, más reformista y liberal. Pero ni es la primera vez que tal cosa sucede ni un Secretario de Estado en su sano juicio se enfadará porque la Casa Blanca le matice.
Clinton tiene razón si se valoran antes que nada el orden público, la estabilidad formal y el control social, es decir, la seguridad oficial, sensorialmente comprobable por los amables turistas. Pero ignora que la seguridad genuina es y solo puede ser política y de consenso institucional previo. El segundo escenario, sencillamente, no existe en Egipto, un país que vive en estado de excepción desde el seis de octubre de 1981, cuando el presidente Sadat fue asesinado por un terrorista islamista.
Resignación y miedo
Tal situación jurídica, periódicamente renovada según manda la ley, autoriza todos los excesos y ha creado una cultura de miedo a los potentes servicios de seguridad que, sin embargo, es compatible con un uso relativamente cordial de la libre expresión en los propios ámbitos estatales. Por ejemplo hay algún medio independiente, aunque cauteloso, la TV no evita asuntos delicados o, sobre todo, personalidades moderadas y sinceramente pro-demócratas escriben en el universo oficial de "Al Ahram", nombre del gran grupo editor y sus ramificaciones, con un tono muy aceptable cuando son, de hecho, paniaguados del Estado.
Tras el asesinato de Sadat mucha gente pareció creer sinceramente que una fuerte autoridad era precisa al frente del Estado, pero ganada la guerra contra la guerrilla islamista (la temible "Yamaa Islamiya") podría haber comenzado un periodo de normalización y apertura desde la propia Constitución. Pero tal Constitución, por lo demás, es un papel mojado para el gran "Partido Nacional Democrático", un enorme partido-Estado, formalmente socialdemócrata, gran acarreador de votantes bien instruidos en las áreas rurales y dispensadores de favores pequeños, tal es el Movimiento milagroso en el manejo de las elecciones, que han llegado a ser una ópera bufa desde el modesto experimento de hace cinco años (cuando se aceptó el control judicial de los colegios y el recuento).
Fraude electoral
En las últimas se batieron todos los récords: al término de la segunda vuelta el cinco de noviembre, tras la retirada del Wafd (liberal-conservador) y los Hermanos Musulmanes visto lo visto en la primera, el PND consiguió 420 escaños (de los 508), la oposición propiamente dicha, 14, incluyendo un "hermano" y seis del Wafd que insistieron a pesar de todo y el resto hasta algo más de setenta, para independientes, la gran mayoría de los cuales vota con el gobierno. Conclusión: alrededor del 95 por ciento de los diputados, son del oficialismo. Todo el fraude, además, hinchando mucho la cifra de participación, que el gobierno cifró en un 27 por ciento y que fue mucho menor.
Este gobierno, pues, es ilegítimo de pleno derecho, como hijo del fraude. Añada el lector las cifras del desempleo juvenil (del 80 por ciento entre los jóvenes de hasta treinta años) y el par de dólares diarios con que debe sobrevivir un egipcio pobre, que es el treinta por ciento del total y habrá una respuesta tentativa a la pregunta de si hay posibilidad de contagio por lo deTúnez.
Es fácil responder que sí, pero si todo lo dicho es verdad, no lo es menos que como acaba de reiterar muy sagazmente el gran arabista americano Eugene Rogan en su libro "Los árabes", ya no hay una identidad nacional árabe, sino muchos contextos árabes. Y el de Egipto, ciertamente, es muy específico, muy complejo y dependiente también de un factor clave: la actitud de las fuerzas armadas, que no se mezclan en política sobre el papel pero son una especie de estado dentro del Estado cuya opinión pesará decisivamente en caso de crisis. Solo sabemos, y a medias, que la operación sucesora supuestamente en marcha (por la que Hosni Mubarak sería sustituido por su hijo Gamal) no goza de predicamento entre los uniformados…