Lo central y lo accesorio en las palabras del Papa
Benedicto XVI no sorprende y no defrauda: es coherente y va a lo esencial
TEÓLOGO Actualizado: GuardarDetrás de los gestos, símbolos, ceremonias y protocolos que han jalonado las pocas, pero densas horas del Papa en Santiago se pueden descubrir aspectos muy significativos de la Iglesia y de la sociedad española. Tiempo habrá para hablar de ello. En este comentario de urgencia lo más propio es centrarse en las palabras de Benedicto XVI. No sorprende y no defrauda: es coherente y va a lo esencial, pero lo hace con rigor, sencillez y no pocas veces con belleza. Como es obvio, las más importantes son las de la homilía de la misa, en la que ha abordado fundamentalmente lo que la Iglesia le dice a Europa: que Dios existe, que es origen de la vida y único valor absoluto. La gran tragedia es que en un momento de la historia europea se vio a Dios como enemigo de la libertad, como el antagonista del hombre.
Sin embargo el cristianismo cree en un Dios que quiere que todos los seres humanos vivan en plenitud. Por eso abrirse a Dios implica abrirse al ser humano y reconocer su dignidad El Papa ha reivindicado la presencia pública del nombre de Dios, advirtiendo contra sus usos perversos y vanos, y sin vincularlo a ningún tipo de tutelaje eclesiástico o ingerencia confesional. Abrirse a la trascendencia y al ámbito de lo espiritual es ampliar el horizonte de la vida humana y salir del embotamiento egoísta y de la superficialidad cultural. Al presentarse en la Catedral como peregrino el Papa, más allá de vincularse a la tradición compostelana, ha recurrido al símbolo universal del hombre religioso: el que busca, se esfuerza, se encuentra con otros caminantes, con los que habla y aprende, tiene siempre metas por delante. Bella imagen para trasladarla a la vida de la Iglesia.
Como suele ser costumbre, el Papa ha tenido un intercambio con los periodistas durante el viaje. Son palabras menos solemnes, pero en esta ocasión muy jugosas. Ha manifestado lo que ya dejaban ver sus hechos: su preocupación por Europa, se verifica de forma especial por la situación española. Con todo respeto, cuando afirma que “en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como se vio en la década de los años treinta”, creo que acepta el diagnóstico que realizan sectores eclesiales españoles muy beligerantes, pero que muchos no compartimos en absoluto. La Iglesia goza de plena libertad e, incluso, de privilegios.
Ciertamente hay reductos anticristianos recalcitrantes como también los hay cristianos nostálgicos de una Iglesia políticamente poderosa. Lo que sí es cierto es que en la sociedad española hay un desconocimiento e incomunicación, anormal en Europa, entre la cultura laica y la que se genera en ámbitos eclesiales. También dijo ayer el Papa que “del choque entre fe y modernidad hay que pasar al encuentro entre fe y modernidad”. En efecto este es un gran reto, pero para abordarlo hace falta una fe que se articule con la razón y goce de suficiente libertad para expresarse en categorías propias de la modernidad.