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¿El segundo Obama?
MADRID Actualizado: GuardarEn cuanto conoció los primeros resultados de las elecciones del martes, el presidente Barack Obama telefoneó a los líderes republicanos de la rama legislativa: John Boehmer (nuevo, en sustitución de la demócrata Nancy Pelosi) y Mitch McConnell (jefe de la minoría y repetidor). Les dijo que en la etapa que se abre se esforzará por trabajar juntos por el bien del país y que procurará encontrar “el suelo común” en el trabajo legislativo y para “impulsar el país hacia delante”. Lo del common ground es casi litúrgico y una de las fórmulas más utilizadas por los perdedores en ocasiones como las que vive el presidente. La derrota de los demócratas ha sido muy severa ya que pasan a estar en minoría en la Cámara Baja y conservan por la mínima el control del Senado. Además, de los 37 gobernadores en juego, los demócratas han perdido doce y los republicanos han obtenido tres adicionales.
El desastre sería total si también el Senado hubiera basculado del lado republicano, pero que no haya ocurrido así da a la Casa Blanca un cierto margen de maniobra desde la unión del gran poder ejecutivo que da la Constitución al inquilino en un régimen crudamente presidencialista, el eventual veto de toda legislación que encuentre inaceptable y la mitad más uno de los senadores, que podrán ratificar o rechazar o enmendar ciertas leyes, aunque otras, básicas o que impliquen inversiones extraordinarias, requieren una mayoría cualificada de 60 escaños. Estará, pues, limitado relativamente incluso en la Cámara Alta.
Detrás de este resultado y una consideración puramente técnica de lo sucedido, el martes electoral ha servido para otra cosa de más calado: ha sido como una especie de referéndum de hecho sobre la política del Gobierno y, aún más, sobre la obra y la persona del presidente. Obama ha introducido en el escenario político y social un factor novedoso, inquietante para algunos sectores, desde su propia personalidad. La derecha popular conservadora, con o sin Tea Party nunca ha aceptado al presidente, percibido como una anomalía en el campo decisivo de la iconografía electoral y la política: es un intelectual frío y distante, un multiculturalista, un recién llegado al país y para más de uno, incluso un musulmán clandestino. Demasiado.
De modo que Obama -que ha tenido mala suerte, porque le ha tocado gobernar en una sociedad aún traumatizada por el 11-S, un antes y un después en los Estados Unidos- es la solución, si se vuelve inclusivo y profesional, como el Clinton derrotado en las legislativas de 1996 o el problema. Un 40% de votantes demócratas cree ya que el partido debería empezar a sopesar nombres alternativos para 2012. Pero el campo republicano tiene también un problema: el desasosiego que a su base más conservadora le provoca Obama se lo provoca Tea Party al amplio e indispensable centro. Los republicanos de la vieja escuela, el llamado 'modelo Eisenhower', un centro derecha clásico, se aprovechan hoy del radicalismo anti-Obama, pero lamentarán eventualmente el error que supondría dar a Tea Party más representatividad que la que realmente tiene.