Las lecciones de la Tierra
El 'vuelo' y otras enseñazas totonacas para ruteros
Enviado especial a PAPANTLA (MÉXICO) Actualizado: GuardarLa Totonaca es una etnia milenaria de la muchas que pueblan el estado del Veracruz, al sureste de México. El alma de su cultura es el amor y el respeto a la tierra, a una madre naturaleza que adoran, miman y con la que dialogan. Esos principios de respeto pleno a la feraz naturaleza son los que tratan estos días los totonacos de mostrar y trasmitir a los jóvenes de la ruta Quetzal BBVA 2010. Los totonacos les han acogido en su casa, una suerte de parque temático de su cultura entre Papantla y Tajín, donde los jóvenes, además de acampar, se familiarizan con la historia y las técnicas del pueblo totonaco. De los cultivos a la artesanía, pasando por su gastronomía, sus danzas, sus creencias y sus ritos.
Y unos de los ritos ancestrales de esta etnia es 'el vuelo', un desafío a la gravedad y al miedo y una muestra de respeto hacia la madre tierra. Los Totonacas, desde muy jóvenes, aprenden a escalar un poste de hasta treinta metros del que descienden colgando cabeza abajo de gruesas cuerdas y girando en el vacío con parsimonia hasta trece veces. Es una suerte de ballet aéreo tan bello como temerario. Cinco varones, algunos tan jóvenes como José, de sólo 10 años, y otros que han seguido descolgándose del ‘palo volador’ hasta los setenta, se encaraman a lo más alto del poste. Tras sus plegarias musicales con pífano y tamboril, cuatro descienden girando sus cuerpos cabeza abajo completando en total 54 vueltas entre los cuatro danzantes, las mismas que meses tiene su calendario.
Desde septiembre de 2009, la UNESCO declaró este rito como patrimonio intangible de la humanidad. Los totonacos voladores visten unos colorista atavíos y unos tocados de plumas que recuerdan al majestuoso quetzal, según explica Narciso Jiménez, responsable del grupo de voladores y veterano que realizó su primer vuelo con 18 años. "Somos trabajadores y campesinos y pedimos que nuestros alimentos y nuestras cosechas sean abundantes, que la madre tierra nos cuide y sustente como nosotros a ella" explica Narciso, reconociendo que este es un rito que se repite, sí, para los turistas y con el que viajan por el mundo mostrando la esencia de su cultura.
Además de asistir al escalofriante vuelo, los quetzales de 2010 han conocido como se extraen de la tierra y las plantas los pigmentos que durante milenios se han usado en el arte totonaco, como se tejen y tiñen sus telas, como se traban sus cestos o como se moldean y cuecen sus vasijas, también con la arcilla y el oscuro barro de esta tierra mexicana. Sus maestras han sido hombre y mujeres como Maria Cirila García, teñidora que lleva toda la viada extrayendo tintes de plantas y minerales y que no quiere perder la técnica. También Beatriz Leal, que pinta cuadros y telas con vivos colores extraídos de las mismas plantas con las que lo hicieron sus antepasados sin un solo aditivo químico.
Atento, muy atento a su enseñanzas estaban jóvenes como el albaceteño Jorge Rodríguez, veterano de la Ruta a la que regresa por tercer año consecutivo y que lo sabe casi todo de los mayas. "Lo bueno de estar aquí es que aprendes a vivir de otra manera, con otras medios y con otra perspectiva. Te das cuenta de lo poco que se necesitas para vivir y de cómo es necesario observar a los demás, ponerse en su lugar, hablar dar con los punto de vista comunes. Sin ese contacto no hay conocimiento y las cosas se tuercen" dice con sorprendente madurez este rutero que estudia tercero de físicas y que no pudo dejar de pensar en los mayas desde el día en que descubrió "que en vez de decir buenos días, su saludo matutino era qué has soñado".