YOLANDA VALLEJO - OPINIÓN

El año que votamos peligrosamente

El 2015 pasará a la historia por ser el año con el horizonte más incierto y la campaña electoral más larga y el 2016 promete ser un año con mucho ritmo, aunque descompensado

El alcalde de Cádiz, el día de su investidura F. J.

YOLANDA VALLEJO

No es casual que, de todos los años que acaban en cinco este que ahora se nos va de las manos, sea el único que no tenga rima. Rima-rima, ya usted me entiende, haga la prueba; cinco, veinticinco, cuarentaycinco…Quince. A ver qué ripio se le ocurre, y no me vale la niña bonita porque, para qué vamos a engañarnos cuando apenas hace unas horas que hemos dicho adiós a este año en el que hemos vivido tan al filo de nuestros propios miedos. Si algo nos quedará en la memoria es que, de entrada, ha sido un año atípico –por utilizar un eufemismo anodino y que no compromete mucho- , y de salida, ya ni le cuento.

Porque al repetir la misma liturgia cada diciembre, tenemos práctica más que suficiente como para elaborar el catálogo de propósitos y despropósitos –fortalezas y debilidades, que dirían los analistas del tiempo- a los que hemos asistido entre atónitos y resabiados durante los últimos doce meses. De aquel enero en el que parecía que definitivamente nos íbamos a instalar en la desesperación a este diciembre en el que, por fin, hemos roto la barrera del autoconformismo han pasado muchas cosas, aunque a usted no se lo parezca porque sigue resolviendo con lápiz rojo las cuentas de su casa. Pero han pasado muchas cosas, créame.

Igual que de cuando en cuando, vuelve a los viejos álbumes de fotos solo por el perverso placer –o el dulce tormento- de ver cuánto ha engordado y cómo han crecido sus hijos, pruebe a buscar en los restos de aquel primer brindis de 2015 todos y cada uno de los deseos con los que empezó el año. Cosas como que bajase el paro, que la palabra corrupción saliese del diccionario, que los bancos dejasen de jugar a las casitas con su hogar, que los jóvenes pudiesen volver a estudiar como lo hicimos nosotros. Que volviesen los que se fueron de movilidad exterior –el tema semántico lo dejamos por el momento-, que estar sano volviera a ser un derecho y no una obligación, o que llegar a fin de mes de manera desahogada dejase de ser un privilegio. Que la política volviera a ser un servicio público y no una merienda de negros –es frase hecha, no crea que soy tan políticamente incorrecta por gusto-…. siga usted, que seguro que algún deseo se me fue por el desagüe al vaciar las copas. Y ahora piense donde estamos, cómo hemos llegado hasta aquí y lo más importante, cómo le gustaría entrar en este 2016 que, sin rima conocida, promete ser un año con mucho ritmo aunque sea descompasado.

Volviendo la vista atrás, el quince pasará a la historia por ser el año con el horizonte más incierto y la campaña electoral más larga. Los gaditanos hemos pasado por las urnas no una ni dos, sino tres veces en lo que dura un embarazo. Marzo, mayo y diciembre. Tres citas electorales en las que hemos vuelto a poner de manifiesto que somos de lo más socráticos o, más bien marxistas –de Groucho, claro está- porque de otra manera no se entiende que tengamos unos principios tan frágiles o tan retorcidos como para votar en cada una, una opción política diferente. En la variedad está el gusto, dirá usted. Y tanto. 2015 quedará fijado en la wikipedia, y en nuestra memoria particular, por ser un año electoral. El año del cambio. El año que votamos tan peligrosamente que hemos preferido hipotecar el futuro con tal de proteger el presente del acecho de nuestro pasado. El año de los líos, de los líos gordos. Qué se yo la de historias que se podrían contar. Porque de tanto esperar, a punto hemos estado de la desesperación.

También aquí, tan cerca. Después de doce meses nuestra ciudad sigue agonizando, en estado comatoso, casi. Liderando las listas del paro, y sin capacidad cognitiva para desenvolverse en el día a día como no sea con la ayuda de terapias –muchas veces experimentales- de choque. Aún no nos hemos despertado de este sueño del cambio que cada vez parece más una pesadilla; tal vez no sea malo, después de todo, dormido o anestesiado se vive mejor.

El sueño de la razón produce monstruos, titulaba Goya a su capricho número 43. Cuando la razón se duerme, suelen aparecer fantasmas por todas partes, muchos más de los que usted y yo conocemos, que no son pocos. Qué le vamos a hacer, a veces los sueños se hacen realidad y como decía el proverbio chino, hay que tener cuidado con lo que se desea por si acaso se cumple. Y el 24 de mayo tuvo algo de eso, ¿verdad?

El año que se va también nos ha dejado –no se ría- cosas buenas. Pocas, es cierto, pero conviene recordarlas para que no se pierdan en el enredo del laberinto de la fortuna. Si algo bueno tienen los años electorales es que la barra libre está abierta hasta el amanecer, ¿qué te apetece tomar? nos dicen desde los carteles unos sonrientes candidatos a lo que sea. 2015 será para siempre el año del Puente –y del mamarracho de la pérgola mirador de Santa Bárbara. El año del Puente, aunque para eso le robara el sitio a 2010, 2012 y 2014. Un puente que ha costado mucho más de lo que se esperaba. Más dinero, más tiempo, más quebraderos de cabeza, más esfuerzo, más enfrentamientos… pero que, como todo en esta vida, finalmente –y felizmente- ha llegado. El significado del puente tiene mucho más de simbólico que de real, porque en el día a día hemos ganado tan solo diez, quince minutos en cada trayecto, pero en el imaginario de la ciudad hemos ganado un icono, una nueva imagen que proyectada convenientemente puede ser nuestra nueva carta de presentación. Una imagen nueva, moderna, distinta a lo que estamos acostumbrados.

Tal vez necesitemos reinventarnos. Salir de nuestra propia burbuja, de este bucle cansino y agotador en el que llevábamos tantos años atrapados. Dejar de mirarnos el ombligo y encontrar el equilibrio para seguir andando sobre el alambre de este circo. No mirar hacia abajo, ni hacia atrás. Mirar siempre adelante. Y lo que tenemos por delante es este 2016 cargado de futuro.

Hágame caso. Anote en un papel –vuelva a sus orígenes- todo lo que espera de este año y guárdelo junto a las cajas del árbol y el belén. Todo lo que espera para sus hijos, para usted, para esta ciudad, para este país. Olvídese del papel y dentro de doce meses, lo vuelve usted a leer y entonces, hablamos. Ya me dirá.

Mientras tanto, feliz 2016. Para qué vamos a decir otra cosa.

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