REPORTAJE

La tragedia tiene nombre

La muerte del pequeño Samuel y su madre Verónique tras naufragar en una patera pone cara a una drama que sigue navegando sin rumbo

Verónique, junto al pequeño Samuel de 4 años, en una foto del album familiar.

MARIA ALMAGRO

Sólo en lo que va de año 28 personas han muerto intentando alcanzar la costa de Cádiz. En todo 2016 fallecieron dos. Diecisiete de esos cadáveres se han podido recoger. Otros, se los tragó el mar. Estas son las cifras, los números. Datos que sirven para hacer tristes balances y noticias que a menudo quedan minimizadas porque el goteo constante de pateras y rescates parece que nos ha hecho inmunes a un drama casi diario. Pero tras los números hay personas que se lanzan a la desesperada por un futuro que, aunque sea incierto, siempre sueñan con que será mejor. Nombres, familias, sueños, vidas.

Y una de esas vidas era la de Samuel Kabamba, un niño de 4 años que ha puesto rostro a la desesperación sacudiendo las conciencias de todo el mundo como ya hiciera el pequeño sirio Aylan. Su cuerpo tendido en la orilla de una playa barbateña no ha sido en esta ocasión fotografiado pero sólo la idea de que le ocurriera algo tan terrible a este pequeño congoleño ya estremece lo suficiente. Un final tan atroz ha acercado la desgracia al reconstruir su historia y ver que formaba parte de un mundo real. Como el nuestro.

Los Kabamba son una familia de clase media. Viven en Lemba, un distrito de la capital del Congo. Samuel era el pequeño de cuatro hermanos y dos hermanas. Su padre, Aimé, un pastor evangelista, y su madre, Verónique Nzazi, 45 años, la última que lo vio con vida. Ella murió junto a él tras caer de la patera en la que ambos naufragaron. ‘Maman Véro’ era educadora en la misma iglesia donde impartía doctrina su marido. Hasta que contrajo un tumor que se le extendió entre la oreja y el cuello y le hizo pasar dos veces por quirófano. Al no mejorar el médico le recomendó que intentara curarse en otro país donde hubieran medios suficientes para poder combatir la enfermedad. Sus ganas de vida y el temor a que sus hijos crecieran sin ella le hicieron coger la maleta e intentar llegar a Europa. Primero, de forma legal solicitando un visado durante meses, pero, al ver que se retrasaba entre eternas e infructuosas burocracias, la desesperanza le pudo y se embarcó desde Marruecos en una barca de goma. Se llevó con ella al pequeño. Él padecía de una enfermedad pulmonar y tenía la esperanza de que le pudieran tratar. La última vez que en Lemba supieron de ambos fue el 15 de enero. Una compatriota llamada Brenda les dijo que habían embarcado en una patera. Ella misma la cogía al día siguiente. Los tres: Verónique, Samuel y Brenda murieron ahogados.

«La aparición de cadáveres está llamando ahora más la atención porque se están encontrando en la costa española pero esas muertes son frecuentes en el lado marroquí». Lo cuenta la activista Helena Maleno, especialista en migraciones y miembro de la ONG Caminando Fronteras. «En el Estrecho intervienen los dos servicios de rescate. En Marruecos lo hace la marina militar con barcos y personal que no están ni preparados. La última desgracia en la que hubo nueve personas desaparecidas fue frente a las costas africanas y la patrullera ni se pudo acercar con el temporal de fuerza siete que había. Al final volcó la balsa y solo dos personas pudieron coger la cuerda. Cayeron al agua y nadie fue a buscarlos. España había pedido entrar en la zona pero Marruecos no aceptó».

De 1.000 a 3.000 euros para cruzar el Estrecho

Además de costar vidas, cruzar los algo más de diez kilómetros que separan la costa marroquí de la gaditana cuesta dinero. Y bastante. La cuantía depende de las circunstancias del viaje. Por ejemplo, del tipo de embarcación, una más consistente o una de las llamadas ‘de juguete’, de goma o plástico. También depende de las personas que viajen a bordo. El ‘billete’ oscila entre los 1.000 y los 3.000 euros. Aunque si por ejemplo se prefiere intentar por tierra, cruzando metidos en el doble fondo de un vehículo o un maletero, se puede llegar a cobrar también unos mil euros. Otra opción es la autogestión: entre varios comprar la neumática y probar suerte.

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