Francisco Apaolaza - OPINIÓN

El mangazo camillero

España ha sido una potencia deportiva, pero de todas las disciplinas, sin duda ha brillado con fulgor en el mangazo

Ha sobrado tanto el dinero en España que había que ponerlo en alguna parte. El suegro de Francisco Granados, por ejemplo, insinuó ante el juez que los de Ikea le habían escondido detrás de los libros un maletín con un millón de euros en billetes de quinientos. Esto no es nuevo. En los setenta hubo un banderillero -pudiera ser de la cuadrilla de Antoñete- que no tenía ni para tabaco y que cuando le entraban veinte duros de sueldo, temiendo que el picador con el que dormía en las pensiones se los despistara, los guardaba donde estaba seguro de que nunca fuera a buscarlos: en el bolsillo de la chaqueta de su compañero.

España ha sido una potencia deportiva, pero de todas las disciplinas, sin duda ha brillado con fulgor en el mangazo. Paco Márquez decía que el mangazo camillero -el mayor de todos-, consiste en mirar para adelante muy serio como estando a otra cosa y poner las dos manos por detrás al mismo tiempo como si se sacara a Neymar en camilla del campo. España ha sido un país vigoréxico en el robo.

Llevarse lo de otros ha sido durante años, y quizás lo sigue siendo, como el límite de velocidad en autopistas. Se lo pasaba todo el mundo. Quizás todo provenga de la concepción de lo público como lo de todos, por tanto lo mío, así que trae ‘p’acá’. Este es un problema de límites. Conocí una vez a un tipo que me confesó que se llevaba «lo habitual». Me lo dijo con un wisky en una mano y un pitillo en la otra, riéndose, porque no creía en su culpa.

El país se ha visto sometido a un expolio sistemático desde los ministros hasta los parados. No sé si quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, pero existe una cadena de mangamiento que amordaza España desde San Sebastián hasta Tarifa. Si uno hila los titulares, no es que se trate de un descuido aquí o allá, es que entre obras, favores, tantos por ciento, contratos fantasma, comisiones, regalos y fraude fiscal, España es una cadena humana del desfalco.

Los políticos han convertido los periódicos en una novela de gángsters. No deja de ser una graciosa casualidad que el gigantesco ‘castell’ del cobro de comisiones en Cataluña se comenzara a caer con el órdago independentista, o que se declarara la desconexión de España cuando Artur Mas tenía a la Policía en la puerta. Qué más da quién fuera primero, si la independencia o el robo: resulta un escándalo del derecho o del revés. También es casualidad quizás que Esperanza Aguirre se muestre implacable con los casos de corrupción en su partido y en cambio sean la policía y los periodistas los que destapen una tras otra todas las tapas de alcantarilla que jalonan el país.

El alcalde de Zaragoza ha puesto una graciosa guinda a este pastel al pasar a los gastos del Ayuntamiento 15,90 euros de un bote de gomina. En números es pecata minuta, pero no deja de tener gracia, pues el miedo ha cambiado de bando, pero también la gomina. Pepe Landi lo describió muy fácil: el escándalo nace de la distancia entre el discurso y el ejemplo. Media un abismo.

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