PROVINCIA
Jale, la ruina que se hizo eterna
López Esteras, el empresario que creó un referente del turismo andaluz denuncia el «expolio» que sufrió y no ceja en su batalla legal
Han pasado casi nueve años y a José Antonio López Esteras no se le olvida aquel día. Lo tiene señalado en rojo en el calendario mental con el que repasa con todo detalle la historia de su ruina. Fue el 3 de marzo de 2008. El gestor turístico más influyente que ha tenido Andalucía caía. Uno de los mayores embajadores del despegue económico de la provincia de Cádiz se iba a pique. Y con él, más de mil familias que tenía empleadas en su grupo empresarial de manera directa (indirectos otros miles), más cientos de empresas que dependían de este gigante que López Esteras había creado y alimentado desde hacía años. Pero, como un dominó, se fueron tumbando las fichas de la treintena de sociedades que había levantado. En el tablero de juego: hoteles, constructoras, promociones de viviendas... «Fue el principio del fin», explica el empresario cuando recuerda como aquel día «en sólo ocho horas se aprobó un concurso de acreedores que suele durar meses».
Entonces, ciertos sectores temían pronunciar la palabra crisis. Ponerle nombre a la hecatombe de la burbuja inmobiliaria que tantos beneficios les había dado a muchos. Se vislumbraba lo que venía y el caso de José Antonio López Esteras no sería ni por asomo el único. «Me asfixiaron». Resume así la sensación que todavía le queda tras continuar en la batalla legal por recuperar lo que levantó y que, según ha denunciado en multitud de ocasiones, le expoliaron.
Esta es su versión de los hechos. Su propia lectura de lo que ocurrió y que le llevó no sólo a perder todo su patrimonio sino también a pasar por tener que despedir a sus hijos que tuvieron que marcharse a otras ciudades, a sufrir extorsiones y amenazas por las que se detuvo incluso a varias personas y a pasar por un depresión en 2012. Pero a sus 74 años, arruinado y embargado, afirma con voz alta y clara que sigue confiando en la Justicia. «Me iré pero antes quiero que quede claro quiénes son los malos».
Hijo de fontanero aprendió el oficio de su padre desde pequeño aunque su inquietud era ya otra. Se licenció como aparejador. Primero, trabajó para los americanos en la Base Naval de Rota, y en los años 70, creó junto a otro socio una empresa propia. Ya en los 80 se desvinculó y comenzó con la aventura Jale, nombre que creó uniendo sus iniciales y que le terminó situando como un referente de empresario de éxito.
Los comienzos
«Lo que él hizo por El Puerto no lo hizo nadie», cuenta un buen amigo. Primero vendría el negocio de la construcción y después se haría con un antiguo convento que transformó en el Hotel Monasterio y que le haría cambiar parte de su estrategia empresarial del ladrillo a lo turístico.
Tras este primer emplazamiento hotelero vendría otra decena más. Entre ellos, el famoso Incosol de Marbella, también convertido en símbolo para la ‘jet set’. O más tarde, las Beatillas, un lugar de ocio, deporte y restauración, situado en una loma, con vistas a la Sierra de San Cristóbal. Llamado a ser un símbolo de la nueva tendencia en oportunidades turísticas, terminó siendo un paraíso para expoliadores que arrasaron con sus instalaciones en cuanto se cerró.
Pero rebobinemos al principio del fin. Con los azotes de la crisis, Jale empieza al igual que otras sociedades a tener deudas. En su caso, unos 300 millones. Se hace una tasación entonces del grupo que fija su valor patrimonial en 920 millones. «Era fácil para haber llegado a un acuerdo», lamenta López Esteras acerca del concurso, «de hecho por esos 600 millones de euros de diferencia podríamos haber salido reforzados. Pero ocurrió todo lo contrario…».
Porque a partir de ahí, según el empresario, se puso en marcha la máquina concursal que acabó con todo. «Nunca me opuse a nada. De hecho mis hijos y yo decidimos que yo presentara mi cese como administrador para no perjudicar el concurso y que fuera adelante». Pero, tras su marcha, comenzaron las sospechas de que algo «raro» estaba pasando.
Cuenta que en diciembre de 2010, ya inmerso en todo el proceso legal, se dio cuenta que «todos los meses salían de la caja de Jale 100.000 euros a tres empresas que nada tenían que ver con el grupo, sociedades vinculadas a los administradores concursales», denuncia. «¡Entonces los trabajadores que quedaban estaban cobrando 300 euros porque no había dinero, mientras ellos se habían puesto unos honorarios que excedían hasta lo estipulado por la ley concursal!».
La «asfixia» no quedó ahí. Otras de las fechas señaladas corresponde a 2011. El 30 de octubre. Entonces, la jueza de lo Mercantil dictaba un auto dando por terminada la fase común y con ello se daba comienzo a la fase de convenio y también cesaba a los administradores por haber detectado ciertas ilegalidades en su gestión. «Mis hijos y yo sentimos una total alegría al saber que a todas luces se aprobaría en la junta de acreedores la propuesta de convenio y con ello se cumpliría lo que marca el espíritu de la Ley Concursal, que los acreedores cobraran su deuda y la sociedad deudora pudiera volver a ser una empresa normal y productiva, máxime en este caso con una trayectoria empresarial de 50 años», relata en una de sus más de treinta denuncias interpuestas en estos nueve años.
Pero nada más lejos de la realidad. Tras varios intentos fallidos y la sensación de que los nuevos administradores de multinacionales «de fuera de Cádiz y que nunca me hicieron caso y nos despreciaron», el acuerdo nunca llegó. Cuatro días antes de que se celebrara la esperada junta de acreedores la jueza declaró la liquidación porque no se había presentado la propuesta. Más tarde, en abril, se volvió a abrir el plazo. Y los administradores volvieron a oponerse.
Va y vuelve. Así lleva casi nueve años este asunto. Más de una veintena de denuncias y muchas horas de angustia y reflexión para López Esteras. «Seguiré luchando. Quiero que se nos devuelva a todos hasta el último euro».
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