Inmigrantes: Desde el exilio de Cádiz
Tierra de Todos y Cajasol han organizado un taller de cocina multicultural
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La sensibilación de la sociedad gaditana hacia el que vienen de fuera ha crecido, aunque las redes sociaes a veces contribuyen a quedarse en la superficie.
En los últimos años las muestras de solidaridad ciudadana hacia los inmigrantes y refugiados han crecido y Cádiz no es una excepción. Pese a un contexto internacional de avance de las políticas de extrema derecha, los populismos y la utilización de la crisis de los refugiados como un arma arrojadiza para encubrir intereses económicos o geoestratégicos, los movimientos ciudadanos, organizados o no, han proliferado en la calle pero, sobre todo, las redes sociales se han convertido en el muro ciudadano donde cada individuo denuncia, reivindica y se posiciona frente a la realidad global que le rodea .
Pero fuera de ese cómodo escenario virtual, ¿escuchamos a los inmigrantes que tenemos cerca o nos preocupamos más por lo que ocurre a miles de kilómetros y nos desentendemos de la realidad local?
Dentro del grupo de los que dejan su país por falta de oportunidades, trabajo y futuro, los más numerosos en Cádiz provienen de países de Latinoamérica, África Subsahariana y el Magreb. Estas navidades se han dado cita en Cádiz varios ciudadanos nacidos en otros países y residentes en la capital gaditana para participar en un taller de cocina multicultural, organizado por la Fundación Tierra de Todos y la Fundación Cajasol. Además de mostrar la gastronomía de sus países pusieron cara a la realidad de la inmigración en la provincia.
Siete países representados
Representaban a siete países (Colombia, Bolivia, Venezuela, Marruecos, Rumanía, Portugal y Madagascar) y a un crisol de circunstancias familiares, laborales y políticas que fueron las que les trajeron hasta Cádiz. Desde la falta de trabajo hasta la persecución política –con amenazas incluidas– pasando por alguna historia de amor, las motivaciones evidencian que el hecho inmigratorio en Cádiz es tan diverso en su origen como homogéneo y reduccionista en el imaginario de la sociedad gaditana.
Leidy lleva más de dos años en Cádiz, es de Colombia, vino por amor y sigue cultivándolo pese a echar de menos un país conflictivo que está inmerso en un proceso de paz. Simón y Paula (nombres ficticios por motivos de seguridad) no llevan ni dos meses en Cádiz. Se vieron obligados a huir con sus tres hijas de Maracaibo (Venezuela), donde fueron perseguidos y amenazados repetidamente por el gobierno de Maduro y ahora temen por la vida de los familiares que le quedaron allí.
Alice es la única ciudadana de Madagascar que vive en la provincia de Cádiz. Allí trabajaba en el sector del turismo y en Cádiz estuvo varios años estudiando español en el Centro Superior de Lenguas Modernas de la universidad de Cádiz y, aunque se declara feliz y enamorada de Cádiz, le es muy difícil encontrar trabajo en ese sector por el idioma. Siham es de Kenitra (Marruecos), su pareja es de Cádiz. Ambos se dedican a la restauración. Tras un negocio hostelero fallido en la calle Zorrilla, en la capital, ella acaba de encontrar trabajo hace unos días en un bazar. Svetlana es de Rumanía y por circunstancias personales, prefiere permanecer en un segundo plano aunque afirma que tuvo que dejar su país porque no había ni trabajo ni futuro. Todos participan regularmente en actividades para estar en contacto con gente de Cádiz y personas que, como ellos, viven fuera de su país.
El taller gastronómico –planteado como una actividad de integración al participar también gaditanos– culminó con una degustación gratuita y abierta al público de las recetas elaboradas durante el curso. Cada alumno ha enseñado a preparar al resto algún plato típico de su país (hallaca venezolana, ensalada agridulce colombiana, pique macho boliviano, pastela marroquí, coçoné rumano, etc) y ha compartido su experiencia vital y su impresión sobre Cádiz y los gaditanos.
Unos llevan varios años viviendo en la zona, otros apenas dos años y algunos unos pocos meses. En general coinciden en que la acogida en Cádiz ha sido buena y «no es difícil conocer a la gente y establecer cierto lazo de amistad», confiesa Alberto. Encuentran especial apoyo en las asociaciones que trabajan en la asistencia a los migrantes así como en los propios usuarios, inmigrantes también, donde la empatía fluye sola.
Complicada homologación
A nivel laboral, muchos desempeñan trabajos mal remunerados o están buscando trabajo. También es complicada la homologación de títulos académicos para quienes lo tienen –depende del país– lo que crea una brecha añadida que separa más los conceptos inmigrante y trabajo cualificado.
Ante el turista, Cádiz sonríe y es hospitalaria. Frente a los inmigrantes, la acogida es buena pero la igualdad de hecho (y de derecho) dista de ser una realidad. Se puede venir a Cádiz por mar pero la historia al desembarcar es muy diferente según si se llega en crucero, en patera, o con una visa de turista para no volver más.