REPORTAJE

Inmigración ilegal, la otra cara

La masiva afluencia de pateras desborda e hipoteca el trabajo de los guardias civiles y policías de toda la provincia de Cádiz durante cada vez más tiempo

EFE

MARÍA ALMAGRO

Hablar de cifras ya sirve de poco. Llega un momento que los números pierden su función. Son tantas veces las que se cuentan que se diluye la proporción y la perspectiva . De escucharlos una y otra vez, la referencia se distrae y, por tanto, el impacto no llega. Ocurre cuando es constante, aunque de lo que se esté hablando sea de vidas humanas o de cómo se ponen en peligro. Se sabe bien en la costa de Cádiz. Hasta ella llegan ya casi a diario decenas de personas a bordo de las pateras que cruzan los pocos kilómetros que separan Europa de África, catorce.

Este verano ha sido uno de esos de contar. De cifrar y comparar con otros años. El goteo incesante ha batido récords. Ya van más de cuatro mil personas asistidas, rescatadas, trasladadas, devueltas… justo este sábado siete más. En 2016 no llegaron a las mil. Para que se hagan una idea: uno de esos días se estuvo más de dieciséis horas sacando a gente del agua, de las dos de la madrugada a las seis de la tarde. Nueve pateras lo intentaron, casi 500 personas a bordo.

Pero como decimos esto son números. Ya no llegan. Son noticias que se hacen pero se desmoronan enseguida. Sus imágenes, la mayoría escalofriantes, también se diluyen y nos inmunizan. Pero hay más. Mucho más. Detrás de tanta cifra existe otra realidad que pocas veces se expone. Consecuencia una de la otra. El drama de la huida desesperada ya lo conocemos, lo hemos fotografiado y grabado mil veces, pero tras esos gritos atormentados se esconde otra cruda realidad . La verdad.

«Estamos saturados»

«Me levanto y me acuesto cada día pensando cuándo me llamarán otra vez porque ha llegado otra». Lo cuenta un agente. Aquí no daremos nombres, ni cargos, ni cuerpos. «Estamos saturados… y solos». La situación ha llegado al límite. La continua llegada de pateras a las costas gaditanas está desbordando e hipotecando el trabajo de muchos guardias civiles y policías nacionales de la provincia. La respuesta a estos rescates, devoluciones o traslados a los CIE no puede esperar, pero a estos profesionales no se les libra tampoco del cumplimiento de otras funciones. Por un lado, hay que asistir al inmigrante, cumplir la ley, por otro, tienen y deben de seguir con su día a día. No se trata de no tener sensibilidad, se trata de la práctica, de no tener tiempo o de dejar a un lado otras cuestiones que también tienen apuntado en rojo en la agenda de las prioridades. «Desbordados».

Desembarco de una patera en la playa de los Alemanes, este verano.

Las mafias, los borregueros, las motos; los métodos se multiplican

La inmigración ilegal es un buen recurso para los que no tienen escrúpulos en negociar con ella. Es rentable sobretodo si se tiene en cuenta que de su lado está la desesperación de cientos de personas que quieren cruzar el Estrecho como sea. Las mafias se organizan para conseguir su objetivo y los inmigrantes pagan 'el viaje' al precio que les digan. Puede llegar a los mil euros. Depende de las ‘comodidades’. Son varias las opciones. Desde las barcas tipo 'toy' hasta embarcaciones de pesca. Estas últimas son las que suelen traer a marroquíes. Los recogen en furgonetas y los dejan en playas de Larache y Tánger donde los embarcan y los envían a su suerte. Con ellos viaja el hombre de confianza, el 'patero', el 'garante' se diría si habláramos de narcotráfico, un patrón que luego ninguno conoce una vez que el juez les invita a señalarlo.

También se sirven de motos acuáticas. En ella solo pueden traer consigo a uno o dos pero aprovechan el trayecto para cargar sus chalecos salvavidas de hachís. Si son detectados son capaces de arrojarlos al agua. Saben que la patrulla irá primero a salvar una vida y que quizá así puedan escapar. «Perder la droga les cuesta dinero, una vida humana, no». Así de duro. Así de real.

El plan sigue en la Península. Cada vez se detectan más vehículos que esperan en los alrededores de la costa el desembarco. Los recogen y los llevan lejos de los agentes tierra adentro. Los esconden. Los amenazan. Borregueros y borregos les llaman.

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