SUCESOS
El Faro de Trafalgar, una trampa mortal para las pateras
Los rescates en esta zona son extremos, las fuertes corrientes y los arrecifes que lo rodean elevan al máximo su peligrosidad
Los cambios de rutas de la inmigración han convertido este punto de la costa barbateña en un lugar de frecuentes llegadas
En mayor o menor medida, da igual, la llegada de pateras a las costas de Cádiz con decenas de personas a bordo no cesa. El viaje de la desesperación sigue al margen de estadísticas o cifras que hablen de tantos por cientos. Son vidas de hombres, mujeres y niños lanzadas a su suerte, a las bravas aguas del Estrecho que hacen lo que sea o lo que les digan para alcanzar la otra orilla. Y este trayecto es siempre peligroso. Pero dependiendo de las condiciones y de las playas exactas a las que se dirijan este riesgo se hace también más o menos mortal .
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El ejemplo se encuentra en uno de los parajes más bellos de la geografía gaditana. En el Faro de Trafalgar. En este punto, a orillas de este impresionante y reconocido faro de 34 metros de altura, y sus proximidades, se han vivido los episodios más dramáticos y peligrosos en el desembarco y los naufragios de pateras estos últimos meses. El más grave aconteció en noviembre pasado cuando una embarcación a merced de un fuerte temporal chocó contra las rocas y provocó la muerte de más de una veintena de personas . Sus cadáveres, como tristemente se recordará, fueron llegando a cuenta gotas a la orilla durante semanas en un fúnebre ritual que dejó terroríficas y desoladoras imágenes de vidas rotas. Acabadas.
Aviso a navegantes
Este dramático suceso supuso un aviso a navegantes. Tras ese naufragio ha habido más rescates en esa misma zona. Uno de ellos, también de riesgo absoluto, al poco tiempo. En enero, agentes del Servicio Marítimo de la Guardia Civil se la jugaron en el mismo lugar del fatal naufragio . A una milla de Trafalgar, una patera con 51 personas a bordo, varios menores, iba directa hacia las rocas. La pericia de la tripulación fue clave para sacarlos de allí. La patrullera se interpuso entre los arrecifes y la embarcación para intentar que con su propio aguaje cambiaran de rumbo. Llegaron a tener una sonda de profundidad de tan solo un metro. Y lo consiguieron. Les salvaron la vida.
También el pasado mayo. De nuevo, de madrugada. En la más absoluta oscuridad y en un barco de madera, setenta magrebíes se encontraban a merced de las olas y las corrientes por las rocas. El impacto podría haber sido fatídico . Hay que tener en cuenta que la mayoría de los ocupantes de estas embarcaciones no sabe nadar y aunque puedan, el terror y el frío les llega a paralizar. Sin embargo, otra patrullera del Servicio Marítimo de la Guardia Civil logró llegar hasta ellos y con una gran pericia los sacaron de aquel agujero. Incluso un agente saltó a la patera para coger él mismo la caña y poder dirigirlos a un lugar donde no volcaran.
Según ha podido saber este periódico, existe una gran preocupación por la llegada de las embarcaciones con inmigrantes a esta zona en concreto debido a el gran riesgo que corren. «Son vidas humanas y lo primero es salvarlos», aseguran. Da igual las condiciones meteorológicas, si hay o no luz, o si el mar está navegable. Si ocurre hay que ir. Además, otro asunto que inquieta es que la videovigilancia en este punto es muy limitada y el poder detectarlos a tiempo es fundamental.
En el Faro de Trafalgar y sus proximidades el baño está prohibido debido a la gran fuerza que tiene la marea. Sus bajíos y bancos de arrecifes provocan remolinos que pueden llevar hacia dentro o hundir fácilmente a cualquier persona que se aleje de la orilla. También es fácil que este tipo de pateras, bastante frágiles e inestables, se hundan o vuelquen y más aún si van atestadas de personas, con miedo, nervios.
Por otro lado, la lucha entre corrientes que existe en esta zona puede resultar letal y el viento sea de levante o de poniente junto a este importante acantilado eleva el riesgo todavía más con olas y turbulencias de gran potencia.
Y en este contexto hay otros factores determinantes. El primero, el cambio de rutas hacia estos puntos de la costa para eludir el ser interceptados. En este caso, al lado de un gran faro que les indica donde está la orilla y donde pueden intentar desembarcar sin saber que en realidad se están dirigiendo a la boca del lobo. Y además, el desprecio por la vida que manejan las mafias a los que no les tiembla el pulso si el viaje no acaba, o mejor dicho, acaba para otros justo ahí. Pero para siempre.