REPORTAJE

El día que detuvieron a «mi asesino»

El policía local retirado Ernesto Pérez Vera cuenta cómo ha vivido el reciente arresto del delincuente que casi lo mató hace diez años en La Línea

Lo arrastró con su coche 160 metros y le estampó contra los vehículos que estaban aparcados. Las lesiones que todo aquello le produjo le obligaron a dejar para siempre su profesión

Hematomas y contusiones sufridas por Ernesto cuando lo arrastraron con un coche en 2007. L .V.

MARÍA ALMAGRO

Bastaron solo unos segundos para que la vida de Ernesto Pérez Vera cambiara para siempre. Para que sus sueños de ser policía quedaran desparramados y arrastrados por el asfalto de una barriada linense, esparcidos entre sangre, adrenalina y golpes. Sucedió de repente, solo tuvo tiempo para intentar sobrevivir. Ese día, ese servicio, le costó la profesión. Guardó con rabia y desolación el uniforme que con tanta vocación había vestido y se acostumbró a sobreponerse, a asegurar su resistencia en un futuro diferente porque el pasado ya no lo podía cambiar.

Lo 'mataron' una madrugada de agosto de 2007 . Su condena la firmó cuando por compromiso y responsabilidad no quiso mirar hacia otro lado. Cuando asumió el riesgo de ser policía de los de verdad. Eran más o menos las cinco de la mañana de un jueves. Patrullaba junto a otro compañero cuando en un cruce detrás del hospital de la localidad apareció ante ellos un coche al que apenas vieron debido a la gran velocidad a la que iba. «Fuimos a por él», recuerda ahora el agente. Tras circular sin que los vieran para no provocar una fuga que trajera alguna desgracia añadida, lo siguieron con cautela hasta que lo encontraron estacionado en San Bernardo, en La Atunara. «Allí mismo habíamos actuado muchas veces incautando drogas y armas, además de en riñas e incluso en incendios. Sabíamos que estábamos en una zona en la que no éramos bien recibidos», cuenta.

Pero, aún así, cumplieron con lo que tenían que hacer. Llegaron hasta el coche sospechoso y se pusieron en paralelo a él. En su interior vieron a dos individuos. Parecía que se estaban preparando unas rayas. «Yo iba de copiloto. Me bajé y le pedí la documentación al conductor. La mirada que me echó ya me dijo que la cosa no iba a terminar bien». Se puso a buscar el pasaporte nervioso, miraba hacia todos lados , sus ojos querían una huida. Entonces Ernesto decidió abrirle la puerta para que bajara del coche.

Pero no le dio tiempo ni a identificarlo ni a cachearlo ni a nada. «Arrancó y tiró a toda velocidad hacia atrás buscando desesperadamente escapatoria». « Quedé atrapado entre el bastidor y la puerta. Me arrastró 160 metros », los 230 caballos de un deportivo revolcaron durante segundos que se hicieron horas el cuerpo de este policía local sin que su compañero pudiera hacer nada para evitarlo. «Mi pierna izquierda se quedó debajo y el brazo se agarró a la ventanilla. Ahora pienso que mi mayor suerte es que esa noche hiciera tanto calor y la tuviera abierta. Me pude agarrar. Fue instinto en estado puro». De repente frenó bruscamente y comenzó ya a huir hacia adelante. Pero lejos de acabar, la pesadilla fue a más. Todavía sujeto sin quererse soltar para no morir arrollado, «el conductor giró el volante y empezó a aplastarme contra los coches que había aparcados en la calle». Unos ocho vehículos. «Rompí con mi cabeza y mi espalda cristales, puertas, retrovisores...recuerdo que me gritaba '¡te mato, te mato!'».

«Rompí con mi cabeza y mi cristales, puertas, retrovisores... recuerdo que me gritaba, ¡te mato, te mato!»

Los disparos

Sin saber cómo, mientras su cuerpo no dejaba de ser zarandeado y chocado contra los coches, con su mano derecha logró desenfundar. Efectuó cuatro disparos en dos series. «Pensé solo en asustarlo pero siguió matándome». Los dos primeros impactos dieron en el interior del vehículo. El 'asesino' no desistía y casi suspendido en el aire volvió a apretar el gatillo. Le dio en las piernas pero tampoco se paró. El policía cayó al asfalto. «No me solté conscientemente, al menos no recuerdo haberlo hecho... hubiese sido un suicidio». Quedo tendido en el suelo. Solo. Su compañero fue tras ellos. «Temí que reapareciera y me arrastrara otra vez o pasara por encima de mí. Me intenté poner de pie pero me caí tan pronto apoyé la pierna izquierda. Quería apartarme hacia una farola. Tuve que reptar varios metros».

Imagen de la trayectoría de los disparos en el coche del delincuente. LA VOZ

Desde aquel momento, desde que acabó esa batalla, comenzó otra quizá más dura. El policía local, casado y con un hijo, tuvo que ser operado de urgencia por graves lesiones en su pierna. Un año después de aquello las secuelas seguían dando la cara. Como los problemas de espalda. Hasta seis operaciones. Y a pesar de que tras una baja temporal volvió a la Jefatura, en 2013 le jubilaron cuando iba por su segunda operación de columna. Rehabilitaciones, sesiones de psicólogos y psiquiatras, y, «lo peor», escuchar incluso a compañeros elucubrar sobre lo ocurrido. «Creo que eso ha sido una de las peores cosas que he tenido que soportar en todo este tiempo. Que dijeran que me lo tenía merecido por meterme en líos o estupideces de ese calado... es lo que más me ha podido doler, y ¡mira que he tenido dolores de verdad!».

Ernesto, convalenciente en el hospital tras lo ocurrido.

«Algunos compañeros dijeron que me lo tenía merecido o que me lo había inventado... es lo que más me ha podido doler de todo»

En estos diez años desde que Ernesto 'murió' policialmente su 'malo' seguía suelto. El hombre que le condenó a dejar su oficio disfrutaba de la libertad mientras que él se sentía encerrado en casa. Hasta el pasado 18 de noviembre cuando la Guardia Civil lo detuvo. Anthony J. L., gibraltareño de 42 años , con numerosos antecedentes por delitos contra la salud pública, atentado y lesiones caía por fin. Sobre él pesaba una orden de busca y captura internacional. Durante esos años se había movido entre Gibraltar, San Roque, Los Barrios y Manilva evadiendo el ser localizado.

Capturado

Pero se acabó. La Policía Judicial de la Guardia Civil de la Comandancia de Algeciras dio con él tras recibir varias informaciones sobre su posible presencia en Palmones, Los Barrios. Los agentes pusieron en marcha una investigación , a fin de intentar determinar dónde se ocultaba. Fruto de las pesquisas, fueron localizados varios domicilios, ubicados en las urbanizaciones de La Vega del Golf y Guadacorte, siendo igualmente identificados varios coches que usaba de forma alternativa como medida de seguridad para evitar ser detectado. La mañana del 18 lo vieron salir de una casa y en el polígono de Palmones paró en una tienda. Un agente entró a por él. Cuando lo apresaron tenía en su poder un DNI y un permiso de conducir falsos y supuestamente expedidos en Gibraltar a nombre de otro ciudadano británico. Pasó a disposición judicial y de ahí a Botafuegos, donde de momento permanece a la sombra a la espera de juicio.

Ese mismo día. Tras diez años esperando a Ernesto le sonó el móvil. «Me llamó un compañero muy emocionado. Mientras me lo estaba contando no daba crédito. Fue como una tormenta de emociones . Comencé a reír, a llorar y solo pensaba en llamar a mi familia pero esperé un rato para asimilarlo solo. Me acordé de mi madre fallecida y lo que había sufrido por toda esta mierda y de mi amigo del alma y compañero Víctor Sánchez», el agente local que murió el pasado mes de junio en La Línea cuando perseguía a un contrabandista de tabaco. «Me vino la imagen de cuando me montaron en la ambulancia y Víctor llegó corriendo hacia mí lleno de lágrimas... esto lo hubiéramos celebrado juntos...».

Ernesto, junto al fallecido Víctor Sánchez (a la izquierda), su «amigo y compañero del alma» LA VOZ

Tras esas primeras sensaciones, han venido de nuevo otras. «Se ha removido todo. Han vuelto las pesadillas y los gritos de noche pero ahora ya sé que está dónde tiene que estar». Pronto le volverá a ver la cara. Será ya en un juzgado. «No le odio más que a cualquier otra persona que haya intentado matar a alguien. Yo era policía y tenía asumido que algún día me podía pasar».

«¿Al que me 'mató'? No le odio más que a cualquier persona que intenta matar a otra. Era policía. Tenía asumido que un día me podía pasar»

El atentado que sufrió le provocó a Ernesto graves problemas físicos y también psicológicos. Pero el desconsuelo, la desazón o la inquietud no vino solo porque un coche le arrastrara durante minutos, sino que llegaron desde su propia 'casa'. «Tengo ganas de que salga condenado pero sobre todo por tapar la boca a todos aquellos que llegaron a decir que eso era una película y yo me la había inventado». «He pasado tres traumas. El sobrevivir, el tener que jubilarme y el hecho de soportar el rechazo y la burla por parte de algunos».

Incomprensiblemente, este agente retirado nunca ha sido condecorado por el valor y entrega que tuvo aquel día. «Incluso he llegado a tener momentos de remordimiento y pensar que no debería haber actuado, que había otros policías en la calle y que yo tenía que mirar hacia otro lado». Pero no pudo. Ni podrá nunca. Su carácter visceral, su sentimiento del deber se lo impiden. «Cuando he visto que han reconocido a otros por lo mismo o por menos me ha dolido. No lo voy a negar. No es malo querer sentirse querido, elogiado, pero a mí no me lo han dado».

El tiempo ha pasado pero las emociones vividas se congelaron aquella madrugada. «Ahora cuando lo han cogido he recibido multitud de mensajes y llamadas de amigos y compañeros congratulándose. Desde toda España. Eso sí que me ha hecho un poco más feliz».

El día que detuvieron a «mi asesino»

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