Críticas FIT

«Desembarco de sirenas en claroscuro»

La tribu de mujeres comandada por Mónica Calle abre un espacio a la reflexión sobre la importancia del cuerpo como instrumento narrativo y reivindicativo.

Germán Corona

En la obra “Carta”, de la hispano-lusa Mónica Calle, está sobradamente justificada la desnudez del colectivo de mujeres que inunda el espacio, pues refuerza la idea de comunidad defendida por las singularidades y particularidades de cada una.

El cuerpo y el escenario desnudos, una iluminación más que precisa, y una idea clara de lo que es el grupo al que se pertenece, sirven para defender y definir una propuesta escénica limpia y brillante que, tomando como pretexto algunos fragmentos de la 7ª Sinfonía de Bethoveen, nos evoca de vez en cuando a la obra del pintor norteamericano Arthur B. Davies y su Espejo de Ilusiones.

Belleza y contundencia en lo que al conjunto estético de Mónica Calle y sus sirenas se refiere.

La evolución de cuanto sucede en escena es interesante y potente, -pues sin apenas recursos más allá de los instrumentos musicales, y la sencillez y eficacia de la iluminación de José Álvaro Correia-, dan lugar al placer de la contemplación a raíz de lo que se narra entre música, tarareos y musitaciones, y una constante y extenuante cadena de movimientos a baja frecuencia que nos hacen casi sentir que respiramos con las intérpretes.

Ese latido permanente, ese pulso marcando desde un principio con un sólo paso de flexión de rodilla, pareciese una flama que el grupo debiera mantener siempre viva; un fuego que todas alimentan y mantienen a través del movimiento casi ritual y que pareciese sororidad festiva.

Estamos ante una tropa de mujeres que bien pudieran ser la metáfora de una enorme barca en la que todas y cualquiera es quilla, y a su vez puede ser timón o mascarón de proa. Con sutileza y empuje esta nave surca las tablas para llevarnos por distintos pasajes de claroscuros muy bien equilibrados en el espacio y rítmicamente bien enlazados que no dejan lugar al desinterés del público, pues los matices de la luz junto con los trazos coreográficos que combinan la presencia de la individualidad a veces, con la contundencia de la participación de la masa, nos hacen percibir un ente cambiante lleno de vida y armonía.

Ojalá algún día ni las calles, ni las tablas, ni las plazas, tengan que ser lugar de reclamo de ningún colectivo a través del cuerpo; y que la desnudez sea simplemente eso, desnudez, y no una herramienta de reivindicación.

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