Covid Cádiz
Un año de coronavirus en las residencias de mayores
Los centros pasaron del miedo a la calma tensa del verano y recibieron el golpe más duro agotadas y a la espera de la vacuna
La residencia de Cruz Roja en San Fernando, con dos brotes en momentos muy distintos, permite reconstruir lo que ha supuesto el último año para los gaditanos más vulnerables ante el coronavirus
El confinamiento entró en vigor en España cuando apenas se habían notificado 21 positivos de coronavirus en la provincia de Cádiz. Con toda seguridad los contagiados eran más -la capacidad de detección del virus era muy limitada- y es posible que el Covid ya hubiera ... entrado en alguna residencia de mayores, donde se encontraba la población más vulnerable.
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Los primeros casos trascendieron unos días más tarde en Alcalá del Valle, donde se detectaron más de 50 positivos. Durante las semanas siguientes varias residencias se vieron afectadas, algunas, como la de Cruz Roja en San Fernando , con un centenar de casos entre sus 138 usuarios.
La historia de esta residencia, una de las más grandes de la Bahía de Cádiz, ejemplifica lo que ha supuesto un año de pesadilla para estos centros. Uno de cada cuatro fallecidos por coronavirus en la provincia de Cádiz han sido ancianos residentes (313), una proporción que va a menos gracias a la efectividad de la vacuna.
Doce meses después del primer positivo, los ancianos, inmunizados, realizan actividades en las zonas comunes. Algunos dibujan, otros siguen las clases de movilidad y otros simplemente observan y disfrutan de una cercanía durante meses prohibida. «Cuando nos llevaron a las habitaciones y vi a todos los trabajadores y los abuelos subiendo a la vez me asusté bastante, lloré en la habitación de la impresión que me dio», recuerda Esperanza, isleña de 62 años. Al lado tiene a su compañera Regla, de 76, chiclanera que conoció en el centro. El confinamiento las separó por habitaciones, aunque siguieron hablando a diario por videollamada. Regla muestra emocionada los regalos que su compañera le hizo llegar durante la cuarentena: una funda de croché hecha a mano y una figurita de la divina pastora. «Para mi es lo más grande», presume.
Las residencias esperaban la vacuna como agua de mayo, aunque algunas, como es el caso de Cruz Roja San Fernando, vivieron un brote a última hora que fue incluso más duro que el primero. La saturación hospitalaria y los niveles de incidencia entre la población gaditana, mucho más altos que en anteriores etapas, provocó que los últimos coletazos fueran realmente duros pese a contar con más experiencia, recursos materiales y el protocolo de medicalización.
El SAS completó hace unas semanas la campaña de vacunación en todas las residencias, permitiendo el regreso a la nueva normalidad , mascarillas y protocolos de prevención mediante, y dejando a cero el contador de contagios activos en estos centros. Las residencias, sin embargo, trabajan aún con las consecuencias de un año demoledor que, al margen de los contagios, ha supuesto un duro golpe para la salud de los ancianos.
Primera ola: incertidumbre
La pesadilla del coronavirus en la residencia Cruz Roja de San Fernando comenzó el 23 de marzo. Un empleado había dado positivo. «Fuimos una de las primeras a las que nos tocó. Llegaban muchas informaciones pero ninguna era clara y nos adaptábamos a marchas forzadas. No había test y tomábamos decisiones sin tener datos. Nos basábamos en la sintomatología del residente, pero muchos eran asintomáticos», recuerda la directora de servicios, Bárbara Ballasote.
En principio, el SAS apenas contaba con pruebas para los enfermos que requerían hospitalización. Cruz Roja pudo conseguir algunos test y comenzó el goteo de positivos. Un día eran cinco. Al siguiente 17. Así, hasta llegar a los 94 en total, 72 en residentes y 22 en trabajadores. Comenzó la labor de sectorización y aislamiento por habitaciones que se mantuvo dos meses y medio: «Todavía se me ponen los vellos de punta. De repente todo el mundo estaba uniformado con EPI y por los pasillos sólo se veían médicos que entonces parecía que venían de la NASA. Eran demasiadas noticias en pocos días, pero los trabajadores se volcaron».
Uno de cada cuatro fallecidos por coronavirus en la provincia han sido ancianos residentes
La Junta medicalizó el centro y valoró la posibilidad de establecer «una especie de UCI» en el edificio, aunque los niveles de saturación asistencial siempre permitieron trasladar a los ancianos al hospital, salvo en excepciones: hubo algunos que desarrollaban los síntomas tan rápido que murieron en la residencia. «Hacíamos una videollamada con los familiares en los últimos momentos. Un trabajador se sentaba a su lado y le daba la mano antes de que se fueran . En esos días echamos en falta la poca humanización que hubo en las instrucciones de las autoridades. Verlos en esa situación nos hizo sufrir muchísimo, aunque teníamos que comprender cómo funciona el virus y pensar en minimizar los contagios», explica Ballasote. En total, según el balance de la residencia, hubo nueve fallecidos.
Los ancianos pasaron del miedo durante unas semanas en las que los militares acudieron a desinfectar el edificio al agotamiento: «Entre ellos se echaban de menos. Se asomaban a las puertas de sus cuartos y se contaban cómo estaban. Pensamos en cómo se podían relacionar entre ellos y promovimos que se enviaran cartas, las videollamadas...».
La residencia guarda aún algunas de esas cartas redactadas por los ancianos. «Ya te dije que estoy contenta, en mi casa es imposible estar y aquí estoy como en un hotel. No sabemos el tiempo que Dios querrá dejarnos aquí, pero mientras tanto aquí estamos», rezaba el escrito de una residente. «Me acuerdo mucho de ti. Sabes que te quiero y te echo de menos. Ruego a Dios que esto pase, ya verás que va a ser así», respondía su compañera. Una de ellas superó el coronavirus tras ingresar en el hospital. Su amiga falleció.
Segunda ola: Alerta
Aunque el brote se dio por cerrado a finales de mayo, hasta el 8 de junio no se pudo bajar a las zonas comunes. Habían pasado casi tres meses y el exterior de la habitación era asimilado como lugar de riesgo. «Había quien tenía miedo de bajar, quien bajaba y se ponía a llorar... El confinamiento durante tanto tiempo para una persona mayor dependiente tiene consecuencias en sus capacidades físicas, que se ven mermadas inevitablemente. No andan, no se relacionan, no tienen una rutina.. Pusimos talleres cognitivos, fisioterapia y otras actividades en las habitaciones, pero no es lo mismo. Es mucho tiempo. A nivel muscular, emocional y cognitivo se ven muy mermados », explica Ballasote.
Los profesionales destacan las secuelas físicas y psicológicas para los usuarios dependientes
Costó volver a la normalidad, pero las primeras visitas de los familiares, siempre con normas de seguridad muy restrictivas, facilitaron la adaptación. Pese a la desescalada, muchos centros mantuvieron medidas muy restrictivas para evitar contagios. En el caso de Cruz Roja San Fernando se mantuvo la sectorización, se limitaron las visitas y se acometieron obras en el edificio para dividir a los más de 130 ancianos por grupos.
Las medidas mostraron su efecto cuando en septiembre un empleado dio positivo. Se cerró la residencia, se activaron todos los protocolos y -esta vez sí había material- se hicieron todas las pruebas pertinentes. Los ancianos se confinaron en sus habitaciones a la espera de resultados y todos dieron negativo.
Tercera ola: Rebrote
Los últimos meses del año fueron una cuenta atrás para todas las residencias. Esteban, usuario de La Granja de Jerez, estrenó la campaña de vacunación en la provincia el 27 de diciembre. Sin embargo, la curva de la tercera ola en esos días empezaba a crecer y las residencias temían que un brote retrasase su turno. «A principios de año San Fernando tenía una tasa muy alta de contagios. Fue inevitable y un empleado dio positivo», apunta Ballasote. El positivo se confirmó justo el día antes de la fecha en la que estaba prevista la campaña de vacunación. El brote esta vez afectó a 36 personas, 23 residentes y 13 trabajadores.
La tercera ola fue la más dura de todas, a pesar de contar con más experiencia y medios
«Fue muy duro porque estábamos a punto de vacunarnos y se paralizó todo. Además, vimos que esta vez el virus se comportaba de manera muy diferente. De repente salía un contagio en un residente que no había tenido contacto con el positivo o el que se había pegado dos semanas bien se ponía muy mal y fallecía», resume.
El coronavirus esta vez fue más mortal -fallecieron seis ancianos-. Con niveles de incidencia de récord, la saturación hospitalaria y asistencial era mayor que en la primera ola y era mucho más difícil encontrar personal de sustitución: «Se medicalizó pero había menos presencia. Nos conformábamos con lo que nos daban y nosotros contábamos con dos médicos, una a jornada completa y otra una vez a la semana. Entiendo que no había sanitarios disponibles, todos estaban en el hospital, pero somos los focos más vulnerables».
La vacuna: Esperanza
La vacuna llegó a las residencias como «un regalo de Reyes Magos». «Los residentes salían de las habitaciones con la manga bajada, enseñando el brazo. Sabían lo que significaba», resume Ballasote.
La campaña se inició en el centro incluso antes de que todos los ancianos dieran negativo. El brote acabaría cerrándose unas semanas más tarde y todos los empleados y usuarios recibirían la primera dosis, alcanzando la inmunidad en febrero.
En tiempos prepandémicos la nueva normalidad en las residencias no sería ningún chollo: los ancianos deben seguir llevando mascarilla, las visitas están limitadas a dos familiares y sigue habiendo normas estrictas de acceso al edificio. Sin embargo, tras dos brotes y un año de sufrimiento, los empleados se vuelcan en que los ancianos recuperen el tiempo perdido. «Nuestro objetivo es añadir vida a los años», concluye la directora.
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