Protagonistas
«Claro que me gustaría tener una casa, y una mujer con dinero»
En medio de la ola de frío hay personas que desafían las bajas temperaturas y, como Abdou, viven en la calle

Abdou nació en Marruecos, tiene 51 años y desde hace cuatro vive en un banco del paseo de Canalejas . No llegó por casualidad ni a España ni a vivir en la calle, y en un castellano fluido explica que «fue por muchas circunstancias, no por una en concreto».
Frente al bombardeo de noticias sobre el consumo eléctrico, la nieve y la bajada de las temperaturas, él relativiza la ola de frío sentado en su silla junto a la plaza de las Tortugas y rechazando ir a albergue alguno. «No hace tanto frío», dice señalando la pelliza que lleva puesta.
Hace más de dos años que no va a un albergue «porque a mí no me gusta molestar ni que me molesten, yo quiero vivir tranquilo y sé cuidar de mí», pero conoce los servicios y la ayuda que le pueden prestar porque a veces habla con voluntarios que asisten a los sin techo por la noche e incluso hace un par de años fue a los Servicios Sociales.
Llegó a España hace más de dos décadas y en total lleva siete en Cádiz, tras pasar varios años en Algeciras.
Hace años perdió el contacto con su familia y en Cádiz no tiene amigos, «solo conocidos, los amigos son una cosa muy distinta», argumenta mientras señala a Silvio, un italiano de Génova que vive en el banco de al lado y que lleva en la capital gaditana 21 años engrosando la lista de personas sin hogar. Abdou defiende a quienes, como él, han terminado viviendo en la calle «porque la gente se cree que todos estamos así porque tenemos un problema mental o con el alcohol; pero hay otros muchos motivos que no saben y cuando pasan por delante muchas veces te miran mal o te dicen cosas que no gustan».
Hace de la desconfianza su aval para sobrevivir en la calle y en cada frase que pronuncia pone un foco de lucidez abrumador: «¡Claro que me gustaría tener una casa, y una mujer con dinero!», medio bromea cuando se le pregunta sobre la cuestión.
Se gana la vida rebuscando en los contenedores que tiene delante y vendiendo chatarra por donde puede: «unas veces puedo conseguir diez euros, otras veces quince, otras cinco». Eso le da para lo poco que necesita, y enumera: algo de comida, tabaco y dos cervezas.
Abdou hace una radiografía de lo que significa para él vivir en la calle: «no me gusta pero no es tan duro como parece. Ha hecho de la soledad -temida para muchos en el mundo globalizado- su amiga y no duda en afirmar que le gusta estar sólo, «con quién mejor puedo estar que conmigo».
Su caso es llamativo. Está empadronado desde hace «unos siete u ocho meses», su domicilio oficial es «allí en Capuchinos , donde está el albergue» y habla con ojo crítico de las ayudas mientras rumia en voz baja «quién me va a dar trabajo si nadie me conoce».
En estos días de frío mucha gente se indigna cuando ve una persona sin hogar envuelta en mantas o bajo cartones. La indigencia no es un problema de partidos políticos, sino la base de un sistema que tiene sus fallos y, como Abdou, la consecuencia de ellos.
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