Día internacional del acogimiento familiar

En casa de unos padres de acogida de Cádiz, enseñar a querer de otra manera

Blas y Ana Belén acogen en Chiclana a niños que tienen que ser separados de sus progenitores biológicos: «Ha sido la mejor decisión de nuestra vida»

«Les tienes que hacer entender que los papás quieren e inculcarles cosas que para nosotros son normales»

Blas y Ana Belén, un matrimonio de Chiclana, llevan seis años acogiendo en su familia a menores que necesitan un hogar. Francis Jiménez

María Almagro

El vuelo de una libélula, su forma de adaptarse y de cambiar tiene un significado especial. Cuentan que este animal se relaciona de manera espiritual con la idea de adaptabilidad, de transformación, también con la alegría, la resilencia y la empatía. Con la evolución y ... la superación. Ayudan a echar fuera las malas energías, colmar de paz y tener la satisfacción de lo logrado aprendiendo de lo que se ha superado. En casa de Blas y de Ana Belén, justo al lado de sus dormitorios, hay una de ellas decorando una pared que está rodeada de unas cuidadas fotos familiares. Son imágenes de la pareja y de sus dos hijos biológicos, pero sobre todo, en esa pared, se refleja exactamente lo que estas cuatro personas experimentan cada día de sus vidas en su propio hogar, el baile de ese animal tan especial. Ellos son familia de acogida. En verdad no son cuatro. En este rincón de Chiclana siempre hay alguno más .

Esta historia comenzó hace seis años. Cuando Ana María, ya madre de sus dos hijos, tuvo que afrontar por un problema de salud que era mejor que no volviera a quedarse embarazada. Los médicos le dijeron que podía perder la visión. Entonces, decidió adaptarse, no quedarse en su frustración y dolor y coger otro camino. Su «vocación de madre» , de dar cuidados y de proteger, estuvo por encima de esa noticia inesperada y quiso ser ‘acogedora’.

Ella lo cuenta de corazón sin dolor, sin matices, con una sonrisa grande, abierta y unos ojos llenos del brillo que le da el haber tomado aquel día la decisión correcta. «Me enteré por internet del proyecto Acógele», el programa de la Asociación Andaluza de Acogimiento de Menores en Familia ACCAM que ayuda a niños cuyos padres no pueden tener su custodia por diferentes problemas y necesitan a alguien que cuide por un tiempo de ellos. Hasta que se les dé una solución y sean adoptados o de nuevo puedan regresar con su familia biológica.

«Mis hijos tenían entonces siete y diez años. Yo iba por el hogar de Nazaret a echar una mano pero quería y sabía que podía hacer más», cuenta. Su marido Blas estuvo desde el primer momento a su lado. «Lo hicimos por ella. Y ahora con todo lo que llevamos vivido le agradezco que lo hiciera porque a mí también me cambió la vida », afirma lleno de satisfacción.

Así, tras pasar diferentes entrevistas y evaluaciones les dieron la idoneidad y recibieron en su casa al primer ‘invitado’, una niña de nueve años. Estuvo nueve meses con ellos. Y pasó por todos los procesos naturales y normales de alguien que trae consigo una «mochila tan difícil»: haber pasado por experiencias o momentos muy complicados pero que existen y aunque se mire de soslayo ellos lo ven y lo sienten de cerca. Al lado.

«Al principio eres novato», reconocen. «Pero vas avanzando y lo haces junto a ellos. Es un camino de adaptación y vas viendo los resultados », explican. No hay tampoco un patrón exacto, unas reglas fijas porque cada menor llega con su propia historia. Maltrato, niños en desamparo, padres con drogadicción o alcoholismo, abusos sexuales... el servicio de protección lo detecta, les ampara y familias como la de Blas y Ana Belén intentan reconducir y dar cobijo y esperanza a quien lo necesita.

«Nosotros lo que queremos es ayudar», lo resume este padre. Y en eso se empeñan. Porque tienen claro que la pócima mágica que ponen al servicio del otro es dar ese sentido de familia y amor que no han tenido o que, por circunstancias, ha fallado. «A veces les tienes que enseñar que los papás quieren. Inculcarles cosas que para nosotros los que las hemos tenido son normales, que apenas apreciamos pero que son básicas para que esa persona pueda formarse y crecer en valores, ser feliz, tener un futuro... una oportunidad».

«Cuando uno de estos niños se enfada, se rebela o grita quizá lo que está pidiendo es más cariño»

Y en este tiempo en casa de los Ramírez Morales han entrado y vivido desde bebés hasta niños de diez años . Y de todos ellos (de los que no daremos detalles por cuestiones obvias) hablan con un cariño y una alegría impactante. De cada uno de sus nombres, de cada una de sus personalidades. Ana muestra las fotos de sus niños. De momentos y recuerdos que se han quedado para siempre con ellos. No entran en el morbo ni en los reproches sobre la vida que esos pequeños dejaron atrás porque, como cuentan que han entendido todos estos años, consiste en solo mirar al pasado si sirve para algo bueno. Si no, como la libélula, hay que transformarlo y crecer lo mejor posible.

Vidas reforzadas

«Nuestra vida ha salido reforzada», sentencia Blas. Él tiene 46 años y es carnicero de profesión, además regenta el Bar El Colinero donde se sirven unos excelentes chicharrones de Chiclana. En su rutina la aparición de todos estos pequeños no ha supuesto un cambio en cuanto a su dedicación laboral aunque sí el tener que estar pendiente de alguien más.Pero está asumido, entendido. Ana, con 43 años, sí decidió dejar de trabajar en el bar porque quiso entregar todo su tiempo al cuidado de sus hijos. Se volvió a hacer cargo de bebés por ejemplo con todo lo que esto supone. «A uno le corté el cordón umbilical», cuenta. «Yo solo pienso siempre... ¡ qué suerte tengo de poderlos cuidar!».

Y para ese cuidado cuentan con la ayuda de los técnicos , los psicólogos y demás profesionales de la asociación que les dan pautas y están disponibles para cualquier requerimiento o problema. «Aunque lleves muchos años acogiendo nunca sabes más que un profesional. Ellos son los que te dan los instrumentos para manejar depende qué situaciones». Porque no es todo bonito. También hay peleas, malas contestaciones, rebeldías, inadaptaciones... «bueno... es normal... además muchas veces el que grita, el que se enfada o resiste es el que más cariño está pidiendo».

Tampoco les ha supuesto un quebranto económico. Ni todo lo contrario. Reciben una ayuda mensual de la Junta de Andalucía que cubre todos los gastos del niño. Y este tema es algo que tienen más que claro. «Quien se meta en esto por dinero se equivoca. No se gana pero además es que si piensas en eso le haces más daño al niño del que ya trae. Ellos necesitan de otras cosas que los billetes no dan».

Y sobre las despedidas, ese momento en el que toca decir adiós o un hasta luego (depende de la situación que también entienden de manera generosísima) son contundentes. «Sabes que es lo que hay que hacer. De hecho el ver que se van mucho mejor de lo que vinieron es una alegría para nosotros, una satisfacción de que has logrado que estén bien.

Luego el contacto que se mantenga es diferente. Hay algunos que nos llaman ‘titos’, vienen a vernos y seguimos siendo una familia para ellos», dicen con una gran comprensión. Lo mismo para sus hijos biológicos que por supuesto son determinantes en los vínculos que se crean. «A ellos también les hace ser mejores personas. Son más maduros y aprecian lo que tienen desde pequeños. Claro que cogen cariño a quien viene pero eso se les queda para siempre». Esa sensación se hace extensible a los abuelos o a los tíos o al resto de personas que pasa por esta casa y siente y observa lo que ocurre dentro.

¿Animaríais a la gente a que sea familia de acogida? se les pregunta. «Por supuesto. Les diríamos que si quieren, que sean valientes y que valoren el hecho de dar una oportunidad a alguien que lo necesita ». Y añade Ana Belén. «Oye, también a los más ‘mayorcitos’, son los que lo requieren más porque son más conscientes de lo que pasa... a veces es duro... pero de verdad, de corazón, es precioso.Vale la pena».

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