Cándido: un okupa en mitad del parque natural de la Bahía

Este portugués de 56 años vive desde verano de 2014 con su pareja en la casa salinera La Dolores, en mitad de los esteros y en grave riesgo de derrumbe

JOSÉ LANDI

«Sí, yo soy un okupa», dice pronto. Como para acabar con cualquier disimulo, con el menor atisbo de debate. Lo repite con una sonrisa grande que tiene un punto de resignación, otro de confesión y algo de orgullo. Ha entrado en un inmueble abandonado que no le pertenece. Vive sin conexión eléctrica ni suministro de agua pero se arregla. Convive con sus perros alrededor. Viste y vive con lo justo. Tiene su denuncia (formalizada en un juzgado de Cádiz, con su abogada de oficio ya asignada desde el 13 de mayo), espera la visita de policías, cualquier día. En suma, un okupa de manual.

Pero su caso no es uno más. Cándido Gonçalves Pereira, nacido en Portugal, «junto al río Miño, casi en la frontera con Galicia» hace 56 años entró hace dos veranos en una casa salinera en mitad de un parque natural, el de la Bahía de Cádiz. Vive rodeado de esteros, en La Dolores, esa que se ve perfectamente desde la autovía entre Cádiz y San Fernando, a pocos metros del Río Arillo pero unos metros más cerca de la curva de Torregorda. Por tanto, legalmente, en suelo del término municipal de la capital gaditana.

La casa se distingue porque tiene un pórtico, erguido en la nada, que debió de significar señorío. Luego, una vereda de 50 metros hasta lo que fuera vivienda. Ahora, esa entrada, como la casa, está en ruinas. Abundan los carteles que prohiben el paso por peligro derrumbe. Hay restos de un jardín, con una palmera y un pino. Altos y robustos, indiferentes a la decadencia general. A su sombra, los vestigios de una fuente seca que sería el solaz de los antiguos habitantes, cuando corrían agua y niños por allí.

El edificio principal tiene dos plantas y un cancerígeno techo de amianto, uralita y otras hierbas, lleno de agujeros. Los ocupantes y los vigilantes coinciden en que es un peligro para la salud, añadido al riesgo general. Hay grafitis llamativos. Uno, espléndido, enorme, en el lateral del edificio princip al, cubre toda su altura. Es visible cuando se llega desde Bahía Sur, a tres minutos en coche por el sendero para ciclistas y corredores. Ese mural recuerda el pasado pescador del lugar. Hay otro de homenaje a Portugal y hasta una estrella satánica. Los dos primeros los hicieron «amigos que han pasado por aquí». El último es el testimonio del paso de la chavalería. «Vienen por aquí los chiquillos a bañarse, a vacilar con las pibitas, no he tenido ningún problema en estos dos años, salvo que me robaron las gallinas una vez», afirma Cándido.

Junto a la casa, un segundo resto de jardín cercado por un murete, infinitamente más feo y pobre que el frontal, el de la fuente. Pero más grande. Tiene un abrevadero, también seco. Enfrente ha plantado tomates, pimientos, calabazas... Se alimenta del huerto como complemento «a lo que traemos de los comedores sociales de San Fernando». Habla en plural porque el okupa vive en la casa salinera La Dolores, entre esteros, con su pareja, Ángeles. Tienen un coche, un Rover pequeño, tan exprimido por el tiempo y el uso como todo lo demás.

De muchos y de nadie

Además del emplazamiento del inmueble, hay otro elemento diferenciador en esta okupación: el casero. Es una trinidad institucional. Ángeles y Cándido viven en una construcción que es teórica propiedad, o responsabilidad, de la Demarcación de Costas , es decir, del Gobierno. Sin embargo, está dentro de un parque natural dirigido por la Junta de Andalucía y el suelo forma parte término municipal Cádiz. Tres administraciones distintas pueden entender del caso. Dirigentes políticos de tres partidos (PP, PSOEy Podemos-Ganemos).

El movimiento okupa tiene una justificación ética, una motivación ideológica, teórica. Según esos preceptos básicos, personas que lo necesitan, que no tienen techo ni patrimonio, están autorizadas a meterse en viviendas o construcciones abandonadas, desaprovechadas, vacías o infrautilizadas. En este particular caso del robinson okupa del parque natural, esas condiciones se dan de forma completa. La casa salinera está abandonada, inutilizada, hasta el extremo de que se cae a trozos. Sus okupantes, no tenían techo que les cubriera: «Sólo tenemos una pensión vitalicia por discapacidad de Ángeles», detalla Cándido.

Pese a cumplir todos los mandamientos del buen okupa, disculpa a los funcionarios e incluso tiene un plan de salida: «Ya han venido dos o tres veces a darnos cartas que no hemos cogido. Nos habrán puesto multas pero no las puedo pagar. Sé que nos han abierto expedientes, uno de los vigilantes nos lo va comunicando. Ya sabemos que hay denuncia, mira, incluso tengo abogada y juzgado asignado [muestra el documento legal con naturalidad]. Sabemos que pueden venir cualquier día. Han venido ya, a veces con guardias muy fuertes, muy grandes. Volverán. Sobre todo cuando un juez lo diga. Entiendo que los guardas y los funcionarios hacen lo que les piden, es su trabajo».

Si el juzgado decretara el desalojo forzoso, Cándido tiene ya una idea: «Nos gustaría comprar una caravana vieja y podríamos vivir dentro, cerca de la naturaleza. Y movernos cuando quisiéramos». Aunque tiene asumido todo lo que puede pasar, se resiste a darle la razón a las leyes: «Esto está desaprovechado, abandonado. No le hacemos mal a nadie. Si nos vamos, esto seguirá abandonado otros 30 años o más. No sabes lo que hemos trabajado. Era una selva cuando llegamos. Estos jardines, o el de la entrada, el de la fuente, ni se veían de basura y de hierbas. Cuando llegamos, en verano de 2014, intenté construir una pequeña habitación, un minibungalow aquí fuera en el terreno tapiado. He trabajado en la construcción, además de ser fotógrafo y vigilante de seguridad, en Sevilla, en Madrid, en Pontevedra. Sé de construcción un poco, sé hacerlo, compré ladrillos y empecé a levantar ese cuartito –señala entre gestos de contrariedad–, incluso iba a tener su saneamiento y todo. Pero los guardas de la Demarcación de Costas me pararon. Ese fue uno de los primeros expedientes, a los tres o cuatro meses de llegar. Me dijeron que no se podía mover una piedra. Lo tiré, es una pena. Si me dejaran, yo podría reparar poco a poco esta casa entera, por dentro, lo de fuera, todo».

Refugio de peregrinos

Afirma convencido que no teme derrumbes ni efectos cancerígenos: «Yo sé cómo cuidarme de todo eso y la casa no está tan mal. Si me dejaran arreglarla, la pondría como un reposo para los peregrinos del Camino de Santiago. Pensé en hablarlo con el Obispado pero me quitaron las ganas. Me dijeron que no iban a dejarme». Esa idea está conectada con sus creencias. «Es que yo soy muy creyente, muy cristiano, como toda mi familia. De aquí sólo salimos para ir a la Iglesia o a por los alimentos». El resto del tiempo, transcurre en calma, viendo la sal asentarse los esteros a diez pasos, con el canto de los pájaros, cultivando la huerta. Muy bucólico, muy hippie. Sólo se permite algún capricho burgués. «Me gusta el fútbol y lo sigo por radio. No puedo tener tele porque consume mucha energía. Sólo tenemos un par de bombillas LED y la radio, todo conectado a una batería de coche. La cargo por unos euros y me dura 15 días».

El agua para regar la obtiene de la lluvia. Una pila en el tejado, con capacidad para 4.000 litros la recopila en invierno «y me dura todo el verano». La baja por una tubería, también artesana. Para beber, «la garrafa de 50 litros que nos dan en el comedor social». Y así tira mientras un juzgado, Costas, la dirección del Parque de la Bahía de Cádiz o el Ayuntamiento gaditano toman alguna medida. Mientras la Justicia o el sistema hablan.

Hasta ese día, el ermitaño ilegal de la Bahía, el okupa del espacio natural protegido, el robinson de los esteros se levanta cada mañana entre salinas, en un mundo ilegal, algo irreal y muy particular. Es un país limitado por el mar al frente, una autovía a la espalda, un centro comercial a la derecha y dos puentes a la izquierda.

Todo pegado y a la vista. O lejísimos.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios