LA GLORIETA

Madrileños

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Ya están aquí, ya llegaron. Uno les distingue porque arrastran las piernas por los súper, en busca de la pizza congelada, con la toalla al hombro y la camiseta coloreada de Desigual o Yellow Rat Bastard. A los madrileños no les dan vacaciones. Les sueltan y ellos huyen despavoridos en esa ciudad donde las grúas amenazan con convertirse en máquinas y expulsarlos como en Terminator. Así que llegan en su último día de oficina, con las sombrillas y las colchonetas hinchables en el maletero y a las tres de la tarde, como si fuera la maratón de San Silvestre, se desperdigan por la geografía española. Algunos, exhaustos, llegan aquí tras horas y horas al volante.

Se les reconoce claramente por dos cosas: están constantemente hablando de lo barato que es Cádiz comparado con Madrid (y haciendo cálculos de cuánto se ahorran con esta tapita y cuánto con esta cervecita) y no pueden evitar seguir dándole vueltas al tema del tráfico. Porque en Madrid se gasta más tiempo dilucidando por dónde tiene que llegar uno a un sitio que en el viaje. «Creo que deberías bajar por la M-30, tirar por Puerta de Toledo y subir por Pintor Rosales». Y el otro protesta y sugiere mejor bajar por la M-11 y desviarse por el carril derecho de La Castellana. Incluso los taxistas te preguntan qué carretera tienen que coger para llegar a algún sitio. O sea, como si un profesor le pidiera a un alumno que corrigiera sus propios exámenes.

Sin embargo, pese a las amenazas a lo largo del invierno, la mayoría, aquí y ahora, en chancletas y a remojo, no están dispuestos a dejarlo. Amenazan, sí («cualquier día de estos me voy y monto un chiringuito en Cádiz»). Pero es sólo eso. Un farol. El año que viene volverán a llegar por la misma ruta.