«Para la cultura, la tele es portadora del virus de la ignorancia», dice Salas
Actualizado: GuardarEl presidente de la Academia de la TV afirmó ayer que, para la cultura, «la televisión es la portadora del virus de la ignorancia». Sin embargo, señaló que, «guste o no, la tele es el icono de nuestra época» y aseguró que «constituye nuestra memoria colectiva». Ignacio Salas hizo estas reflexiones en el curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) sobre El Júbilo del Aprendizaje: Beatos y Bibliófilos en la pedagogía de la imagen' que se está celebrando en el Centro de Estudios Lebaniegos de Potes. Junto a Salas, también participó el director de cine Jaime de Armiñán.
Salas comenzó su conferencia explicando la «perversión» de la tele, que a sus ojos reside en «la confusión entre notoriedad y solvencia». «Había ayer mucha gente por ver a Saramago, pero nada que ver si hubiera estado Bisbal. Saramago es solvente, tiene detrás de sí una obra, o Armiñán, que hablará después y es uno de nuestros gurús, y sin embargo no es conocido. Esto es la diferencia entre notoriedad y solvencia». Agregó que «antes sabíamos la diferencia entre la notoriedad de Pelé y la solvencia de Einstein. Nuestros hijos ya se equivocan, y se produce una distorsión importante».
Tele destructora
Propuso un «juego de reflexión» y un recorrido por el pasado televisivo y la historia española durante los últimos 50 años, ya que en octubre TVE cumple 50 años de emisión. Destacó todas las «perversiones» del medio, aunque igualó el invento a «hitos» como el descubrimiento del fuego, la rueda y la imprenta. Del lado negativo, citó a expertos que aseguran que «todo lo que se construye en la escuela se destruye en la tele».
Por su parte, Jaime de Armiñán aseveró que «la palabra es casi tan importante como la imagen», puesto que «hay que saber hablar, un actor al que le doblan es medio actor». Defendió «la dignidad, la inteligencia y el buen hacer en los medios audiovisuales» y repasó su biografía, destacando sus inicios en la sombra, cuando le pagaban «300 pesetas por guión», así como anécdotas de los primeros días de la tele y programas de los que fue padre, como Érase una vez, el primer espacio infantil.