
Manzanares se arranca en serio y Gallo da en el clavo
Corrida noble, aunque incompleta del gaditano Marqués Domecq Serafín Marín, fino y competente pero frío con el mejor toro de la tarde
Actualizado: GuardarLa corrida de la ganadería del gaditano Marqués tuvo a favor dos cosas: ser pronta y ser noble. Noble, pronta y seria. Seria pero desigual. Como si fuera corrida muy abierta de sementales . Una anécdota que no es habitual y menos en Pamplona: los dos toros de mejores hechuras y más bonito remate entraron juntos en el mismo lote, que fue el de Serafín Marín. De lindo cuajo el primero de corrida, que tuvo generosísima culata; de casi redonda armonía el cuarto, estrecho de sienes, de largo y poderoso cuello, bien plantado.
Cara tuvieron todos, pero dos no tanta. Y otros dos, bastante más. Así que esos cuatro restantes se abrieron por parejas. El toro de más fina armadura de la corrida fue el segundo: desde la cepa hasta el pitón, afiladísimas, largas guadañas. Era el que más imponía por delante. Ese segundo se enlotó con un quinto muy metido en carnes pero en carnes bien repartidas. Con su cuajo, y con sus astas cenicientas, ese quinto astado sacó estilo distinto. Manzanares se lo llevó en su lote y se entendió con él bastante bien.
El sexto y el tercero, al margen de lo que pintara en la tablilla de peso, fueron menos toro que cualquiera de los otros cuatro. Pero el sexto era casi paso de pitones. No exagerada, pero muy apaisada la cabeza. Fue toro incómodo por eso. Pero sólo por eso. Estaba sin rematar de atrás. Con él hizo lote otro bien serio por delante, que fue el tercero. Acodado y bien armado, muy astifino, hocicudo, zancudito, estrecho, bajo de agujas. Se veía el toro. Mejor que los otros.
Notas positivas
Tanta variedad contó más por la desigualdad que por la riqueza. Pero dentro de las desigualdades se dejaron sentir algunas notas buenas. Por ejemplo, la manera de emplearse el primero en el caballo. Maneras y fondo de bravo que vinieron a palpitar en la muleta también, sólo que de otra forma. La pelea también en varas del segundo, que tomó un primer puyazo largo y metió los riñones en un segundo. El brío y la voluntad del quinto, que habría sido con más fuerza toro de nota para el mismo torero. Y, en fin, la gran cuestión: a la corrida le faltó fuelle.
Ganas de ir y venirse, ni un renuncio, como sucede con los toros prontos, sí, y con abundancia. Pero a los seis les faltó fuerza. No se cayó ninguno. Pero de eso no se trataba. Acusaron las secuelas y querencias del encierro casi todos. Disparados de salida los seis, que parecieron asomar botados desde toriles. Al galope alborotado, sin terminar de fijarse. A algunos toros el encierro matinal de Pamplona los deja marcador por un instinto de huida que confunde porque no es en realidad una huida sino una conducta clásica del toro corrido o movido en el campo. Después de la primera vara, todos sin excepción se acabaron quedando. Con menos garra que ninguno el sexto de la tarde, que fue el único que protestó más o menos en serio.
Estuvieron bien los tres toreros. Ni un paso en falso de ninguno de los tres. Ni uno. Un poquito retórico Serafín Marín. Retórico por la manera de componer y plantarse. Con más soltura que naturalidad. Con buen encaje, buenos brazos y notable temple. Sin cansarse, con las ideas claras. Decidido, bravo y valiente Manzanares. Asentado, convencido, dueño, tranquilo, apurando en los dos toros sin nervios ni prisas. Y dispuesto, sosegado, acoplado, atemperado y seguro Eduardo Gallo.
En la distancia
Serafín se puso en la distancia con los dos toros. Al primero le encontró el sitio desde que lo vio descolgar. El sitio pero no el aire ni el punto entero. El toro se iba largo hacia fuera o hacia la querencia de corrales, que es clásica de Pamplona. La faena fue toda en un palmo, serena y segura. Pero habría lucido en la paralela con las tablas y no en la perpendicular. Al toro le costaba tomar el muletazo para adentro. La estocada de remate fue muy buena. El reconocimiento, escaso. Tal vez pecó la faena por exceso. Al cuarto le costó convencerlo más. Abierto, el toro empezó a distraerse y mucho con el bullicio de ambiente. Serafín lo tapó menos de lo debido. Suficiente pero no brillante. Y una estocada con vómito incluido.
Manzanares se hizo en plaza con una larga cambiada de rodillas en el tercio. Con esas venía y en ese son estuvo hasta el final. Al toro de la larga, que fue el de la alambicada cornamenta, lo trajo y manejó con suavidad. Discurriendo sobre la marcha. No fue sencillo porque el toro escarbó y gateó, hizo amago de pararse. Lo echó hacia adelante con autoridad Manzanares, que se pasó de faena y cobró estocada defectuosa. El buen son del quinto tuvo el lastre de su flaqueza de fuerza. De tanto querer pero no poder del todo pareció hasta toro pegajoso. Manzanares descubrió que al toro había que vaciarlo hacia fuera y perderle un paso. Y entonces dibujó con calidad. Una tanda con la zurda excelente. Y una estocada de valiente pero tendenciosa.
Tranquilo
Gallo se puso enseguida con el tercero, estaba templado al tercer muletazo, cruzado, puesto, quieto. Cuando el toro no llegó al final, hubo que agarrarse discretamente al lomo para soltarse y seguir navegando. Pero a la gente le puso el ajuste. Gallo vio claro el paisaje y, a toro ya rendido, optó por el arrimón, los circulares, los desplantes y una rara serie de muletazos de costadillo muy del gusto de los clientes. Oreja no barata. Con el sexto quiso repetir. Pero el último sólo tuvo diez muletazos medio posibles. Después se vino abajo. El toro. No el torero, que pasó más que bien esta prueba siempre complicada de sanfermines.