Las rebajas
Actualizado: GuardarHan llegado, ya están aquí, y yo aprovecho, como corresponde a mi clase media tirando a apretaíta, para darme una vueltecita por el «Güoman Secre», con el objetivo de renovar mis exiguas existencias de ropa interior, mayormente lo que son los sujetadores, con perdón. Llego allí y empiezo a mirar, primero los precios, luego las tallas. En llegando a este punto comienzo a volverme un poco loca. Porque no tengo ni idea de cuál es la mía. Un liazo grande: 90A, 95C, 95D, 90BC... Todo el abecedario, vaya. Y el probador lleno de gente, y yo que soy la más floja del mundo para comprarme ropa, me digo: «Ya estoy yo donde siempre».
Y pa Amalia me voy. Después de mi breve incursión en el mundo de los grandes almacenes, tiro para el pequeño comercio de toda la vida, esa pequeña tiendecita de la calle Libertad (¿qué bonito nombre!), donde me reciben los rostros de siempre, y un flamenquito más o menos pachanguero que contamina el ambiente de compás y alegría. Lo primero que hace Amalia es escrutarme con su mirada escaneadora, y luego me pregunta qué quiero. «Sostenes, Amalia, de la talla 90 de toda la vida». Y ella me contesta: «No, tú tienes la 95». A mí me da una alegría grande, pero le vuelvo a insistir en que yo gasto la 90. «Tú llévate la 95, que es la tuya, y si no te queda bien me la traes». Y pa mi casa me voy, con tres sostenes de la 95, más contenta que qué, y también con unas cuantas bragas que me ha encasquetado con todo el arte de mundo. Me pruebo las prendas, y mira, niquelao, niquelao, lo que es hecho pa mí, vaya.
Luego bajo al chicuco de la esquina, el de siempre, y le hago los mandados a mi madre. Y por último, me tomo mi cervecita con mi tapita en el barecito de siempre, con la gente de siempre. Como a mí me gusta. Ni Gömansecre, ni Carrefú Espré, ni Burguerkin, ni ná de ná. El pequeño comercio, donde me entienden, me sonríen, y me dan las cositas que me gustan sin tener que calentarme la cabeza. ¿Que no?