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¿Qué hacemos con los niños?

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LA GLORIETA Ya llegó el verano, con sus vacaciones, sus calores, sus ausencias y sus presencias. Los pequeños andan revoloteando por la casa, sin saber muy bien a qué dedicarse, si ver el Tomate o destrozar sus dedos con la Play. No tienen libros al alcance de las manos ni compañeros con los que jugar. Esperan que los mayores les acerquen a la playa o -si tienen más suerte- les lleve de viaje a un lugarcito de esos que están llenos hasta los topes de especímenes humanos sacando fotos a todo lo que se mueve.

¿Ay, verano! Estamos en tiempos de pelearnos por un trozo de arena donde poner nuestra sombrilla y esperar largos minutos para que nos pongan una cervecita con una tapa grasienta, de la que no sabemos muy bien su procedencia y la que ni dudamos para tragarla. Por lo menos que no lleve de invitada una salmonela.

Pero sobre todo, a veces, ha llegado el instante de tener a nuestros hijos cerca. Esos enanos a los que decimos amar, aunque nos destrocen el Marca y se hagan dueños y señores del mando televisivo todo el día. Los más impacientes se desesperan, rogando que llegue pronto el curso académico. ¿Pero no se dan cuenta de que alomejó es lo único con vida propia del hogar? Se preguntan, ¿pero qué hacemos con los niños? ¿Un campamento de scouts? ¿Aparcarlos en Irlanda o en el norte de Francia con la excusa de que aprendan una lengua extranjera? ¿Mandarlos empaquetados a los abuelos para que disfruten de los nietos? Ellos, en el fondo, odian amargados la existencia, su propia existencia.