Editorial

México pendiente de presidente

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Felipe Calderón, candidato del centro-derecha se ha impuesto por un ajustadísimo margen en las elecciones presidenciales celebradas en México este pasado domingo y podría ser el próximo presidente del país. Y hay que hablar de que podría, porque el aspirante de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, anunció tras conocerse los resultados del recuento definitivo -en el que perdía por menos de medio punto-, que impugnará el resultado; lo que concedería al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hasta el 31 de agosto para resolver la petición de López Obrador de recuento «voto a voto», y hasta el 6 de septiembre para la proclamación del presidente. Si es que no se anula todo el proceso electoral. La conducta del candidato de la coalición Por el Bien de Todos no debe extrañar en absoluto y es casi seguro que Calderón habría hecho lo mismo de haber perdido por tan ajustada diferencia y haber reconocido la autoridad electoral mexicana que en el recuento preliminar faltaron casi tres millones de sufragios por contabilizar. Incluso en Estados Unidos, en el empate técnico entre Al Gore y George W. Bush, tuvo que ser el Tribunal Supremo el árbitro definitivo de las elecciones del año 2000. Formalmente, nada hay que objetar a la maniobra política del candidato de la oposición, López Obrador, aunque distinto es su empecinamiento en cuestionar abiertamente la neutralidad del Instituto Federal Electoral, conocido por su solvencia y alabado, pese al desfase del conteo preliminar, por los observadores del Consejo de Europa. Tampoco puede considerarse muy acertada la decisión de convocar a sus seguidores a una gran manifestación en la capital este próximo sábado, porque en un momento en el que debería imponerse la prudencia de los actores políticos, sobre todo después de una campaña durísima y no siempre muy limpia, no se sabe cómo será metabolizada por el público esta masiva llamada a la movilización. Lo que parece ya fuera de toda duda es que la democracia arraiga en México tras el fin de la interminable dictadura perfecta pilotada durante setenta años por el Partido Revolucionario Institucional. Curiosamente esta formación, que es la gran perdedora de los comicios, admitió ayer su derrota sin paliativos.