La imagen del dolor
Actualizado: GuardarC omo si llegase a un baile de máscaras, Frida Kahlo se coló ayer en el Castillo de Santa Catalina para enseñar de una forma teatral y fotográfica, un hilo narrativo que abarca desde su niñez hasta su lecho de muerte. La exposición, que ya pudo ser vista en la Casa de América de Ma-drid, podrá ser apreciada en la provincia de Cádiz hasta el próximo 17 de septiembre de forma ininterrumpida.
La fotografía fue un elemento fundamental, al igual que la pintura, en la vida de la artista mexicana. El rojo de sus labios y su deseo por mostrarse impecable en todo momento muestra a una mujer segura de sí misma, pero completamente triste. Esa certeza queda confirmada con uno de los retratos, en el que se ven dibujadas unas lágrimas y una dedicatoria a una amiga, donde expresa claramente la melancolía que la persiguió siempre. Su marido, Diego Rivera, ya se codeó el pasado año con los gaditanos en una exposición situada en el mismo lugar que ocupa, desde ayer, su mujer. Parece un intento de encuentro póstumo.
La colección, formada por 53 re-tratos, abarca una vida en la que podemos ver desde la Frida más cercana, de la mano de su marido, a la más artística.
Su vida fue un calvario de dolor y operaciones tras el accidente que sufrió en 1925. Entonces comenzó a pintarse a sí misma desde su propia cama, con un sencillo estilo de dibujo que la hizo única.
Frida era una gran ocultadora -ese es el nombre de la muestra- como se puede apreciar en los retratos. Todo se encuentra planeado al milímetro, le gustaba manejar su imagen. Por ello preparaba todas y cada una de sus puestas en escena. En ellas, es posible ver su evolución a través de su vestuario. Hay mo-mentos que los círculos pueden cerrarse de forma mágica y, gracias a su relación con Diego Rivera, se vio rodeada por grandes personajes entre los que se encuentran importantes fotógrafos que contribuyeron a la colección de la artista.
El de la mítica creadora norteamericana, convertida en icono mundial, es un recorrido vital que desde ayer puede ser compartido en la fortificación gaditana.
Es un periplo lleno de experiencias dramáticas, pero también recalcado por un idealismo sin límites que finaliza con su mejor retrato: una fotografía póstuma, en su lecho de muerte, realizada por su amiga Lola Álvarez Bravo después de vestirla personalmente siguiendo las instrucciones de la propia Frida momentos antes de morir.