El litoral
Actualizado: GuardarNo puedo creer que todos nuestros antepasados fueran más tontos que nosotros, pero sí me da la impresión de que algunos de sus descendientes han salido más listos que ellos. En general, salvo la de algún señor extravagante o simplemente inglés, la gente se construía sus casas de espaldas al mar. Ahora se edifican al borde de la orilla, en el lugar exacto donde los ecologistas aseguran que se sitúa el borde del abismo de la degradación medioambiental. El informe de Greenpeace es apocalíptico. Si nos lo creemos a pies juntillas, en vez de utilizarlos para salir corriendo, el Mediterráneo, en vez de azul marino, se vestirá de luto riguroso. Van a construirse millón y medio de viviendas en las costas españolas y según todos los síntomas la llamada fiebre urbanística continuará subiendo.
Hay personas a las que les gusta vivir tierra adentro, con vistas a más tierra. Otros prefieren la montaña y, según tengo entendido, los hay que se suben a todo lo alto, pero somos muchos más los amantes del mar. ¿Cómo impedir las aglomeraciones? La cercanía de la orilla puede ponernos en un estado de flotamiento, muy cercano a la hipnosis, y cuando se llevan varias horas contemplando las olas dimisionarias percibe uno su inexorable temporalidad y se da cuenta de su insignificancia. Leyendo las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su papá y mirando el mar se sabe casi todo lo que hace falta saber.
Va a ser difícil detener el éxodo. Todo el mundo ha descubierto el Mediterráneo y no importa que haya demasiado tumulto de bañistas y muy pocas depuradoras de las aguas residuales. A los litorales se les identifica con las vacaciones. Ahora han llegado al mío las medusas. Son como curvos trocitos de armadura o como goterones del sudor de Neptuno. Agua compacta y navegante. No podrán picarme. Nunca pican a los que miran el mar desde una terraza.