JESUS MAEZTU COMISIONADO PARA EL POLÍGONO SUR DE SEVILLA

«Hay que trabajar el proceso humano»

Con 25 años, en 1969, llegó de párroco al barrio gaditano del Cerro del Moro. Allí encabezó una experiencia revolucionaria de intervención social, de regeneración, que culminó con éxito, justo 25 años después y que ahora intenta repetir, con las adaptaciones precisas, en el Polígono Sur de Sevilla. Entre tanto se secularizó, se hizo catedrático de Derecho del Trabajo, fue Defensor del Pueblo Andaluz y se convirtió en una personalidad indiscutible en el ámbito social.

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-¿Qué ve y qué siente ahora, cuando vuelve al Cerro del Moro?

-Es como una vuelta a la casa, al hogar, a donde yo con 25 años cambié mi vida. De un mundo intelectual, de títulos y de ciudades pasé a la cercanía de la gente, a la sencillez del pueblo llano, al dolor de los que sufren, a comprobar que las injusticias, las miserias que estudiaba existen. Digamos que fue una escuela de humanidad y yo eso lo aprendí tanto, se metió tanto en mis entrañas que no lo olvido.

-¿Y qué le dice la gente?

-Me invitó la consejera hace unos meses a la entrega de viviendas. Parecía que no había pasado el tiempo. Entonces la parroquia era la que suplía todas las funciones, de modo que cuando me puse a hablar con los vecinos, tres o cuatro empezaron a plantearme cosas como si yo siguiera allí: «Mira, que yo necesito esto, que a mí me han dicho aquello», y fue como un baño de identificación contigo mismo. Uní veinticinco años, desde el 69 que vine al 2006, y parecía que no había pasado nada. Aparte de que tengo ya canas.

-Sí, pero ha cambiado mucho el barrio ¿no? Se ha producido una actuación que, por una vez, se puede decir que ha sido eficaz

-Preciosa. Creo que nadie sabía lo que íbamos a hacer. Ahora, en el Polígono Sur, es parecido. Podría decir que lo conseguimos porque no sabíamos que era imposible.

-¿Cómo era el Cerro al que llegó?

-La ciudad sin ley. El sacerdote anterior salió a pedradas, y el carromato de la Cruz Roja también. No se podía entrar. Yo, con 25 años, lo intenté por la vía del fútbol, porque jugaba muy bien, y organizábamos partidos y metía muchos goles, de modo que empezaron a identificarme como de la tribu, fui aceptado, me dejaron entrar. Ellos no sabían quién era yo, ni a qué venía. Sólo dije, «voy a vivir allí con ellos y voy a ver qué hago».

-¿Por dónde empezó?

-Allí no había nada, una casulla de misa de no sé qué parroquia y 118 pesetas. Hicimos una jugada Como había que desratizar todo aquello, y hacía falta llamar la atención porque el Cerro del Moro no estaba en el mapa, era la periferia, se nos ocurrió hacer un concurso a ver quién cogía la rata más grande. Mi hermano, que estaba en un banco (Juvencio Maeztu, que fue presidente de la Caja de Ahorros de Cádiz), nos donó un premio y fue para un bicho de dos kilos y pico, me acuerdo que el periódico lo sacó en primera página. Los poderes públicos empezaron ahí a interesarse por el barrio.

-¿Cómo se inicia la rehabilitación?

-Eran casas de 40 metros cuadrados y esa fue la bofetada más grande que yo me pegué, comprobar que en 35-40 metros vivieran una media de 4,8 hijos, más los hijos por penalti, por casamiento de 13-14 años, que entonces el que la hacía la pagaba y había que casarse. El piso aguantaba 8, 10, 12 miembros, había una mezcla terrible, eso dio lugar a niñas violadas y niños Entonces fue cuando uno allí gritó «aquí no hay que arreglar nada, aquí hay que tirar las casas», porque los problemas siempre estarán dentro. Pusimos un barracón, un prefabricado, que fue mi casa, por aquella teoría de integrarse en el mundo de los pobres viviendo como ellos. Me hice dos habitaciones, de uralita, hacía un frío terrible, y allí viví de los 8 a los 10 años, el final de la dictadura y casi toda la transición. Aquel prefabricado fue un referente de libertad, allí se encerraron todos los trabajadores de Astilleros en todas las huelgas que había en aquella época, el movimiento obrero, los grupos políticos hasta la Democracia Cristiana. Hicimos un trabajo que entonces yo llamaba de precalentamiento y que hoy en el Polígono Sur decimos metodología participativa, de participación-investigación-acción.

-¿Cómo lo definiría?

-Yo vi que había mucha gente con oligofrenia profunda, hasta 200 casos y me fui al Olivillo y pregunté: «oye, decidme en román paladino qué es oligofrenia profunda», y me dijeron: «pues en una palabra, falta de cariño». Tampoco existía convivencia, no había bares, nada más que una tasca que se llamaba El 2 de mayo, por eso a la asociación le pusimos Primero de mayo. Empezamos con el precalentamiento, a querer a la gente, a formar un grupo que estaba convencido de que quería identificarse con el barrio, vivir allí. Yo renuncié a la paga del Estado, porque tenía varias carreras, trabajaba en la filial del Instituto del Rosario, en el Amor de Dios, me ganaba mi dinerito así. Cada 10 ó 15 días hacíamos una asamblea con unas sillas que compramos en la cooperativa esa de la sierra, en Benamahoma, y nos controlaba la Policía, la Guardia Civil, pero nosotros identificábamos allí los problemas y a partir de ahí crecimos, hicimos un desarrollo comunitario, que se llama.

-Su actuación está en el punto de mira de otras ciudades que se enfrentan a problemas similares. ¿Cómo es la otra cara de la ciudad, esas bolsas de marginalidad con las que convivimos?

-De los 274 barrios de grave marginación, incluso de exclusión social, de España, el Polígono Sur sevillano es el cuarto, puede que San Francisco de Bilbao, la Coma de Valencia y algún otro le superen. Lo componen seis áreas y 50.000 personas, en las mismas narices de Sevilla, cerca del centro. Eso está pasando en otras provincias, que el desarrollo de una ciudad es a costa de la parte más frágil, la parte más pobre, y cuando el mercado llega a esa zona, ya no puede aguantar el depósito. El mercado quiere ser mercado, vender viviendas, hacer negocio, y entonces los vecinos o se resisten y consiguen meterse dentro del mercado y normalizarse, integrarse, o venden sus casas y otra vez vuelven a situarse en la periferia, en nuevos guetos o depósitos. El Polígono Sur ha sido una confluencia, desde el año 70, del Ministerio de la Vivienda, de zonas de Triana, de zonas de San Diego, etc., de los barrios de la ciudad que han ido aglutinándose en un espacio donde habían unas pequeñas casas, ruinas de los edificios, la gente que se quedaban sin hogar se marchaba allí, e iban aumentando y aumentando en número.

-Esa intervención social ¿cómo se hace?

-Hay que integrar, no trabajar por un lado en igualdad y bienestar social, por otro en infraestructuras, en cultura, o en educación, porque entonces las políticas van sueltas. Obras Públicas entiende de ladrillos, Educación de colegios, Cultura de algún edificio cultural y Empleo entiende de empleo, de desarrollo de las empresas, no de sacar al que está desestructurado para el empleo, al que le dicen: «es que usted no quiere, usted es un pobre, usted no tiene hábitos sociales de trabajo», entonces esta gente se van quedando arrinconada. Las políticas se hacen y se invierte dinero en ladrillos, en urbanización, en colegios, pero no hay nadie que trabaje el elemento, el proceso humano, el de quien tiene que conservar el barrio, el que lo tiene que vivir. Nadie se ocupa de los hábitos de convivencia, las curas de ciudadanía, de entenderse con los demás. De modo que hacemos una glorieta y ponemos unos bancos para que los vecinos se vean, en vez de bloques, gente que no quiere convivir. No hay espacio de encuentro, no hay espacio de ciudadanía, no hay convivencia, cada uno vive metido en un sitio, si encima tiene el sitio malo, si no tiene empleo, se hace arisco, peligroso, difícil, conflictivo, aislado.

-¿Dónde sitúa la causa?

-Nadie mete las políticas de intervención social en las políticas públicas. ¿Quién se preocupa de cómo es esta familia que vive en esta casa?, cómo se entregan las casas, a quién se entregan, a esta persona desestructurada ¿quién la sigue? Y ¿cómo se le apremian hábitos sociales? Pues estas políticas no se hacen, y por eso es la apuesta del comisionado, la apuesta mía, la metodología de toda intervención social en este tipo de barrios tiene que ser la metodología de la participación, pero entendida como investigación-acción, que el vecino co-decide con el político, con el técnico.

-En estos tiempos, en que todo el mundo está retirado, retraído, mover a la participación es realmente revolucionario.

-Claro, es revolucionario. Es decir, a la democracia representativa hay que inyectarle la democracia participativa, porque si no se queda en el voto y poco más. La participación es decir sentémonos juntos, usted es el técnico y me trae un proyecto base, yo soy el vecino, el que vivo aquí, y le digo a usted lo que hace falta, y corregimos el proyecto entre todos, la mitad es asunto técnico, pero la otra mitad es lo que garantiza la sostenibilidad, la implicación del vecino.

-Por ejemplo.

-Dicen «vamos a ordenar el tráfico» y se les ocurre poner semáforos. Pues mire usted, vamos a poner badenes primero, porque hemos comprobado que no se obedece al semáforo. El badén no es lo mejor, pero logra parar el coche y eso es lo que ahora mismo es posible en ese sitio. Cuando ya hayamos dado el paso entero llegaremos al semáforo. Entonces, venga usted aquí y yo le diré dónde están los puntos peligrosos, porque usted lo va a estudiar pero usted no vive aquí. Eso se llama participación y tú co-decides conmigo y hacemos juntos y por lo tanto yo garantizo que lo voy a cuidar. Cuando participo, trabajo, me esfuerzo, eso es mío y lo cuido.

-¿Y qué hacer con los pisos?

-Hacemos un seguimiento a las viviendas que estamos construyendo para ver qué tipo de gente las va a ocupar. Si es un chatarrero tendrá que tener un sitio para la chatarra fuera, para no estropear la casa. Entonces cuando se hace un bloque conviene saber la tipología de gente que va a entrar dentro y según ella se hace el bloque y lo que haga falta.

-La palabra mágica es, entonces, participación.

-Esa es la primera palabra, la segunda es la integralidad. Nosotros estamos trabajando sobre un modelo de 150 familias, en las que todas las políticas están juntas. Es decir, uno tiene una vivienda, pero al mismo tiempo ha de tener un empleo para pagar esa vivienda, y la comunidad, y para responder, porque si empieza a no pagar comunidad comienzan la suciedad y las peleas. Al mismo tiempo adquiere un compromiso de escolaridad, si no pierde la casa. Entonces el niño está en el colegio y allí vamos a hacer unos referentes para que esté a gusto, que permanezca, y si no sabe leer a los 10 años, tiene que empezar por otra cosa distinta, ya llegaremos a lo curricular. Estamos haciendo en un plan de compensatoria para todos los colegios. Los servicios sociales están atrincherados en una mesa de despacho, pasando consulta como si fueran un médico. Pues los sacamos a los barrios, los conectamos con los colegios, con las familias, qué le pasa a este niño, porqué no ha venido, qué le hace falta a esa familia, se hace un seguimiento de habilidades. Esas políticas juntas, es decir vivienda, empleo, colegio, salud..., pues también se incluye un examen preventivo. Eso se llama integralidad

-Supongo que chocará con la concepción estanca de la Administración. ¿Cómo lo resuelve?

-Sí, la Administración no entiende de integralidad, a lo sumo el deseo es que nos coordinemos, y coordinarse es todavía un estadio menor. Integralidad es sentar a la mesa al de Empleo, al de Salud, al de Educación y al de Vivienda. Entonces, ya no piensa cada uno en su parcela, en su área, se acaba el «esto no es mío, esto es tuyo», porque si es así el dinero es para tirarlo a la alcantarilla, no sirve. En el Polígono Sur se han gastado más de 7.000 y 8.000 millones de pesetas de las antiguas en los planes anteriores y no han servido para nada, porque hay buena intención pero no se ha sabido trabajar. Los técnicos van por un lado, los proyectos vienen de fuera, y los vecinos saben lo que hace falta pero nadie les pregunta, y nadie los mete a todos en un sitio a complicarles la vida. Bueno, pues nosotros lo hemos hecho. Venga talleres, jornadas, espacios de encuentros. Están mareados todos.

-¿Los modelos son exportables?

-No, lo que vale para el Cerro del Moro no vale para el barrio del Carmen. Te pongo un ejemplo. Se dice vamos a conciliar la vida familiar con la vida laboral y entonces en vez de proteger la guardería al cien por cien, vamos a subvencionar el 75% porque los dos están trabajando y ya pueden pagar, y el niño está en la guardería y ellos pueden trabajar, pero, claro, en el Polígono Sur es que no trabajan ninguno de los dos, y en algún caso es uno, el 40% de los hogares del Polígono no tienen ningún empleo, y el 89% es trabajo precario, sin contrato o economía irregular, venta ambulante, entonces resulta que de pagar 20 euros, tienen que pagar 60 euros por niño para poder tener en un guardería y que coma. En el Polígono esa norma hace que los niños no coman, o que se lleven al niño. Las políticas hay que hacerlas desde la flexibilidad y la adaptabilidad del medio.

-¿Qué horizonte temporal maneja?

-El proceso de trabajo de cambio real, no de limpiado de cara, es lento. Yo necesito 15 años. Se puede hacer cosas rápidas, claras, pero eso no es suficiente para cambiar un barrio. Es decir, hay un elemento humano que es lento en el proceso y si esas políticas están pensadas y aceptadas por la gente, priorizadas, con comisiones de barrio, para que todo esto se cuide, se mantenga, si esas condiciones se dan, dentro de 6 u 8 años, eso es lo que pasará.

-Dice que más que la pobreza le preocupa la exclusión ¿Cuál es la diferencia?

-Hay una pobreza que es efectiva, que vive al día, de lo que logra en la venta ambulante o en el comercio irregular, etc., pero a mi lo que me preocupa es la exclusión. Es decir, bajarse del sistema, pensar que yo soy un rancho aparte, lo que veo en televisión no es para mí, las marcas me provocan pero no son para mí, tengo tristeza porque no pertenezco al mundo tuyo, no tengo incluso los caracteres físicos, no tengo acceso a las mismas oportunidades, las tecnologías, los medios, la innovación, el espíritu emprendedor, los Erasmus, los Sócrates y el arte, eso es para otros, nosotros no, tenemos los autobuses peores, aquí tardan el doble, y entonces nosotros formamos nuestra pandilla, nuestra tribu, y tenemos nuestra forma de divertirnos. Estas personas no ponen en ningún currículo que viven en el Polígono, dan el domicilio del novio o de un familiar, porque saben que si no, no se colocan. «¿Tú qué eres, de 'las tres mil'?» Están estigmatizados. Entonces se han atrincherado y se han dicho, bueno pues me bajo del autobús, cógelo para ti, si puedo hacerte daño te lo haré porque tengo rabia, porque algunos reaccionan con rencor, invaden el otro espacio, atentan, caen en pequeñas venganzas.

-Oyéndole parece que tenemos Portoalegre cerca de casa, que otro mundo es posible a pequeña escala ¿no?

-Exactamente, siempre me preocupó eso de piensa globalmente y actúa localmente. No hay que buscar el tercer mundo, lo tenemos en nuestras propias narices. Tú puedes empezar a construir la ciudad y además como no empieces ya, no vas a construir ninguna. Yo veo Portoalegre y lo aplico al Polígono. La lección de Portoalegre es coger impulso, pasión, que te contagies, que veas que hay gente todavía que se la juega, que dejan de estar cómodos, que está lloviendo y están ahí, diciendo «no». Y ahora aplícalo a lo que tienes delante. Yo siempre digo que el que quiera arreglar algo de una parte del Polígono, tiene que tener filosofía de todo el Polígono. Entonces hay que pensar globalmente y hay que actuar en lo que se puede tocar, en lo concreto, en el día a día, porque si no se está en una especie de empacho conceptual, y la burbuja no se explota, porque la realidad es la que te hace adaptar el pensamiento. No vale para nada Portoalegre si no lo aplicas a lo que tienes en tu mano.