VOCES DE LA BAHÍA

Paradojas del progreso

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Aunque no tenemos la menor duda de que el progreso constituye uno de esos valores que alcanzan mayor cotización en nuestro mundo actual, hemos de reconocer que, a veces, por el excesivo precio que pagamos, sus efectos pueden ser perniciosos. Es frecuente que, ingenua y bobaliconamente, hagamos ingentes esfuerzos y sacrifiquemos bienes efectivos en aras de unas metas que, aunque en los ambientes progres tienen la vitola de la modernidad o de la postmodernidad, comportan sensibles pérdidas de crecimiento humano y de desarrollo social. Recordemos que ya Max Weber, uno de los padres fundadores de la moderna sociología, vio el mundo moderno como una paradoja en la que el progreso material sólo se obtenía a costa de la burocracia que aplastaba sistemáticamente la creatividad y la autonomía individual.

Hemos de reconocer que el progreso, además de todo lo bueno que nos aporta, posee unas zonas oscuras que hemos de analizar para evitar que siga progresando y desvirtúe sus mejores logros y tire por tierra sus conquistas auténticamente humanas. Como ejemplo ilustrativo podemos aducir las consecuencias degradantes de la creciente industrialización. Aunque es cierto que los movimientos ecologistas se esfuerzan por sensibilizarnos ante el progresivo deterioro de la naturaleza, también es verdad que la influencia real de estos colectivos es sensiblemente desproporcionada a los destrozos provocados por las emisiones contaminantes en las zonas urbanas e industriales. Otra muestra de los efectos negativos del progreso es el aumento incontrolado del poder de las armas destructivas. Gracias a los inventos tecnológicos modernos, se puede aniquilar toda una nación empujando simplemente una tecla de un ordenador. Como han reconocido todos los historiadores, el siglo veinte, debido al aumento de contiendas militares, ha sido denominado el siglo de la guerra. Recordemos que perdieron la vida más de cien millones de personas, un número que, si lo comparamos con la población mundial, representa una proporción más alta que la registrada el siglo diecinueve. Creo que no exageramos si afirmamos que existen armas suficientes para erradicar de golpe a la humanidad entera. En mi opinión, sin embargo, el progreso comporta otros peligros que, aunque nos impresionan menos, son también letales. Me refiero al ámbito de la economía y al de los medios de comunicación. La Organización Internacional de Trabajadores ha expresado su preocupación porque «la mundialización favorece el crecimiento económico, pero entraña el riesgo de acrecentar la desigualdad social». En el informe se llega a la conclusión de que, si bien la liberalización del comercio estimula la actividad económica y favorece la productividad, entraña también el riesgo de acrecentar las desigualdades sociales si no se adoptan medidas adecuadas para limitar la conmoción que causa la creciente competencia internacional en la vida de los trabajadores.

La prensa oral y escrita, el cine, la televisión y el último invento, internet, sin olvidarnos de las empresas de publicidad y mercado, son instrumentos potentes de democracia, de libertad, de promoción económica, social, cultural y ética, pero pueden ser también unos factores importantes para la dominación. Recordemos cómo se utilizaron y se siguen utilizando para apoyar el ejercicio del poder de los grandes grupos antaño políticos y hoy económicos. Si el periodismo desempeña un papel decisivo en la revelación de los escándalo políticos, también sabemos la prensa, en manos de determinados poderes políticos o económicos, puede ser un arma de confusión, de alienación, de desinformación y, por lo tanto, de demagogia y de antidemocracia.