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Caras largas y ojos llorosos en el regreso a Madrid menos deseado

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El cuadro de un viaje de regreso después de perder un título o de quedar eliminado en una gran competición es siempre la misma. Caras largas, rostros serios, miradas cortantes a la Prensa, alguna sonrisa furtiva, mucho silencio, pocas ganas de comentar el partido que acaba de raíz con las opciones a seguir adelante y mucha prisa por salir del escenario cuanto antes para perderse en otro mundo menos incómodo. En esta ocasión el equipo se desplazó a Madrid en bloque, embutido en el traje oficial y haciendo piña -no se repitió la escena lamentable de Portugal 2004-.

La selección abandonó el Centro Deportivo Kaiserau de Kamen con los ojos rojos. Por las lágrimas y con déficit de sueño. La mayoría trillaron la cama de tanta vuelta como dieron en las escasas horas de que dispusieron entre el regreso del partido en autobús -llegaron sobre las tres de la madrugada- y el traslado al aeropuerto de Kamen.

Luis lucía un perfil triste, con un aire de cierta melancolía. Había perdido el tono bravucón de la zona mixta. Las horas cargadas de decepción habían minado su rocoso armazón. No rehuyó en ningún momento a los periodistas y concedió varias entrevistas antes de subirse al avión. También los futbolistas atendieron la solicitud de la Prensa. La mayoría de los internacionales reconocieron que sintieron impotencia dentro del campo porque nunca lograron imponer su juego ante una Francia. «No encontramos la fórmula. Tampoco pudimos y acabamos entregados», señaló Sergio Ramos.