Más futuro que presente
España vuelve a fracasar en un gran torneo, pero la calidad y juventud de su núcleo central de jugadores permite albergar esperanzas de que sea competitiva
Actualizado: GuardarEl autobús oficial de la selección española en el Mundial de Alemania llevaba escrito en su carrocería un lema que venía a ser un llamamiento a la unidad sentimental de todos los aficionados: «Un país, una ilusión». La realidad, sin embargo, ha vuelto a desmentir este deseo. «Un país, una desilusión» retrataría de manera más apropiada el efecto de un equipo que, se quiera ver o no, continúa lejos del ramillete de los grandes del fútbol mundial, de esa aristocracia formada por las selecciones que siempre están en la pelea por el título. Como selección (otra cosa son sus clubes), España se encuentra en un escalón inferior, en el de los aspirantes que sueñan con cruzar un día la frontera de la mediocridad y descubrir qué hay al otro lado.
La derrota ante Francia ha hecho mucho daño, pero no más que las anteriores en Mundiales y Eurocopas. Otro batacazo en una historia repleta de ellos. El mismo cuento de siempre desde 1964. A partir de ahora, el desarrollo de los acontecimientos será el que ya se conoce: primero, con la herida todavía abierta, unos días de rabia y malestar, luego unas semanas de desapego y, por último, unos cuantos meses de sano escepticismo mientras se juega la fase de clasificación para la próxima gran cita: la Eurocopa 2008. Cuando se llegue a ella, el globo volverá a hincharse poco a poco. Puede parecer absurdo, una gran engañifa de los medios de comunicación, pero se trata de algo inevitable. En el corazón de los aficionados al fútbol, incluso de los más escarmentados, las esperanzas de gloria son un tejido vivo y se regeneran por sí solas. Y es que el deporte sólo puede vivirse desde la fe en la victoria.
En este caso, además, no puede hablarse de una selección acabada a la que hay que buscarle acomodo en el asilo. Ha fracasado en Alemania, es cierto, pero lo ha hecho con una media de edad que no llega a los 25 años. Y no es que la juventud sea una disculpa. No puede serlo de ninguna manera. A un Mundial se viene a competir, no a foguear cadetes en la trinchera, por lo que da exactamente lo mismo jugar con veinteañeros imberbes que con señores de 35 años. Francia lo ha demostrado. Ahora bien, obligados por este presente aciago a pensar en el futuro, la percepción general es que España dispone de un bloque importante de futbolistas de calidad cuya cota más alta llegará en los próximos años: Casillas, Sergio Ramos, Xavi, Xabi Alonso, Cesc, Villa, Fernando Torres, Iniesta... Vamos, que en Alemania se ha perdido una gran oportunidad, pero no se ha enterrado una generación.
El culebrón Raúl
De hecho, el único jugador español cuyo porvenir como internacional ha quedado en entredicho ha sido Raúl. La figura del capitán ha flotado sobre el equipo durante toda la estancia en el Sportcentrum de Kaiserau. Han corrido ríos de tinta sobre su titularidad o su suplencia, sobre su alegría o su contrariedad, sobre sus relaciones con Luis, mejores o peores. Demasiada movida, ciertamente, para un futbolista cuyo impacto en el juego de la selección es cada vez más pobre. Y no será porque el sabio de Hortaleza no haya confiado en él. Fue suplente en los dos primeros partidos ante Ucrania y Túnez, pero en ambos jugó las segundas partes. Y fue titular ante Arabia Saudí y volvió a serlo en el mata-mata de octavos. Luis Aragonés se la jugó con él como enganche y el delantero madridista no le respondió. No tenía ritmo para hacerlo y el seleccionador debió ser consciente de ello.
Fue uno de los errores del técnico madrileño, que en los próximos días dejará su cargo, tal y como había anunciado en su momento. Otro grave error que se le debe achacar a Luis es su falta de reacción durante el partido ante Francia. El fallo de Luis no fue apostar al todo o nada con sus mejores peloteros. Es cierto que esta apuesta resultaba muy arriesgada ante una selección tan cuajada como Francia, pero quien no se arriesga nunca llega a ninguna parte. Debajo de la cama no se ganan las guerras. Tampoco metido en el armario. Aragonés sabía perfectamente a lo que se exponía y hay que aplaudir su valentía en la defensa de un estilo que había consensuado con los jugadores. Por cierto, un estilo con el que la gente se identifica mucho más que con la otra España futbolística: la de la cachiporra. Entre otras razones porque, puestos a perder siempre, mejor hacerlo con una propuesta sugestiva y una cierta altura de miras.
El error del seleccionador, decíamos, fue su inmovilismo durante el partido. No supo corregir al equipo cuando éste necesitaba un poco de luz, de experiencia. Y ayer, en el aeropuerto de Dortmund, rodeado de caras largas y un pelotón de cámaras, grabadoras y micrófonos, vino a reconocerlo. Una cosa es que el equipo sea bisoño y otra que su entrenador, desde la banda, no corrija ese pecado. El primer gol que encajó España no lo puede recibir ninguna selección que aspire seriamente a ser campeona del mundo. Fue un gol que te desacredita. No se puede jugar con fuego sin necesidad. Dicho de otro modo: no se puede jugar con la defensa a 40 metros de la portería cuando vas ganando, tienes problemas para profundizar y el rival, viejo y sabio para conocer a la perfección sus virtudes y flaquezas, te sigue esperando atrás con la armadura puesta porque no tiene otro plan que protegerse y lanzar sus dardos al contragolpe. Y esto lo tuvo que ver Luis Aragonés. La maniobra era sencilla: un repliegue inteligente, un poco de frío al partido y obligar a que les bleus salieran de la madriguera.
A España le faltó esta vez oficio en el instante decisivo. Había dado una buena imagen en la primera fase y en Alemania, de hecho, todo eran elogios y optimismo antes de la gran cita de Hannover, es decir, antes del examen final que la selección acabaría suspendiendo. ¿Se estaba vendiendo humo? ¿Tenían sentido tantas expectativas? ¿Estaban justificados los aplausos que Luis recibía? Es difícil decirlo. Posiblemente, se exageró en lo bueno lo que ahora se exagerará en lo malo. Es muy complicado ser neutro escribiendo de emociones. Ahora bien, tampoco hay que confundir las cosas. España funcionó bastante bien durante la primera fase.
Descontando el partido ante Arabia Saudí, que no dejó de ser un trámite engorroso, el equipo nacional completó un bonito partido ante Ucrania (no deja de ser curioso que la selección que salió goleada de Leipzig siga en el Mundial y la goleadora haya vuelto a casa) y una buena segunda parte ante Túnez, con remontada incluida. Es cierto que ante los pupilos de Blokhin todo estuvo a favor, desde el calor sofocante, hasta la fortuna, pasando por el árbitro. Pero también lo es que España tuvo momentos de gran fútbol, que marcó cuatro goles y que su imagen de selección joven, talentosa y descarada fue una de las más atractivas en las dos primeras semanas de Mundial.
Pequeños detalles
La mala suerte, sin embargo, parece acompañar a la selección. Aunque hablar de esto suele parecer frívolo, no se puede negar que a España siempre le pasa algo. Es la Pupas de las selecciones. Esta condición es, de hecho, uno de sus grandes diferencias respecto a las que se disputarán el título en Alemania. En los pequeños detalles, como dice Luis, España nunca sale favorecida. Las grandes, sí. No falla. La cosa empieza a parecer un maleficio. Ante Francia, en un partido que se encaminaba a la prórroga, llegó una falta inexistente e innecesaria de Puyol. Fue el segundo. La ruina. Otras veces ha sido Al Ghandour, o la mala suerte en los penaltis en la Eurocopa de Inglaterra, o el fallo de Julio Salinas y el codazo de Tassotti en el Mundial de Estados Unidos. La cuestión es perder y segar las esperanzas de los aficionados, que cuando llegue el momento volverán a crecer. Así es el fútbol.