Un catalán contra España
El controvertido seleccionador de Francia, Raymond Domenech, dirige el equipo de un país al que nunca ha perdonado el trato reservado a exiliados como su padre
Actualizado: Guardar«No soy español, soy catalán». De esta forma respondía el niño Raymond Domenech cuando los chavales de su barrio en Lyón le llamaban «sucio español». «Porque mi padre nació catalán y republicano antes de huir del franquismo a los 16 años», declaró el seleccionador francés en una reciente entrevista. En ese diálogo con 'Libération' elogiaba a Frank Rijkaard por haberse presentado en catalán como entrenador del Barça. «Conservar su identidad es decir que existo y no tenéis derecho a apartarme», sentenciaba.
El hijo de exiliado de la Guerra Civil dirigirá hoy a Francia en el primer derbi transpirenaico en los anales de los mundiales. Formado en un ambiente catalanista y antifranquista, este orgulloso heredero de la resistencia al fascismo nunca ha perdonado al país cuya bandera defiende en Alemania el trato reservado a los republicanos españoles, encerrados en campos de refugiados y a menudo entregados a la dictadura para ser juzgados por rojos y separatistas.
Su padre, un obrero metalúrgico de ideales anarquistas, evitó el retorno forzado porque tenía menos de 18 años. Pero aquellas vivencias de la diáspora hicieron mella en la personalidad política de un deportista que se sitúa «a la izquierda de la izquierda». El semanario 'Le Canard Enchaîné' atribuye a este permanente acusador del ultraderechista Frente Nacional la búsqueda de un «ídolo negro» para su equipo y haber votado a favor de la Constitución europea en el referéndum francés pese a que algunos le ven cercano a las tesis extremistas del cartero trotskista Olivier Besancenot.
«Quizá soy anormal, pero no tengo la impresión de haber vivido malos momentos con los 'bleus'. Hay cinco millones de parados en Francia, gente que duerme en la calle o que no se levanta. Mil millones de personas viven en el mundo por debajo del umbral de pobreza. Por tanto, todas las mañanas, sé que soy un privilegiado», reflexionaba hace poco en 'L'Equipe'. «Que se publiquen artículos críticos a mi manera de funcionar no va a lograr perturbarme», añadía.
Domenech nació hace 54 años en una barriada lyonesa de nombre premonitorio. Se llamaba Estados Unidos y sólo había una familia de pura cepa francesa. «Era una mezcla permanente. Había congoleños, marfileños, malienses pero no 'negros', una palabra que yo jamás he utilizado», recuerda el entrenador francés, que en Hamelín ha prefierido no entrar al trapo tendido por los periodistas franceses sobre la expresión «negro de mierda», alusiva a Thierry Henry, proferida por Luis Aragonés hace un par de años. «Otros venían de África del Norte o de España. Jugábamos al fútbol y montábamos nuestro Mundial».
Entrenamientos
Raymond padre, obrero en las fundiciones Roux, se había casado con Germaine, francesa de clase media que trabajaba en una fábrica de electrodomésticos. Albert, su hermano pequeño y futuro jugador profesional de Lyón y Martigues, era su compañero de partidos en el patio. «A mediodía mi madre nos llamaba por la ventana para comer y le decíamos: 'no podemos subir, vamos 27-26'». El padre, a veces, bajaba a jugar con ellos en pantalón corto y terminaba discutiendo con el primogénito, que asumía el papel de árbitro. «Los partidos comenzaban a primera hora de la mañana con equipos de dos contra dos y terminábamos a 20 contra 20. Nadie quería que se acabara».
Cuando el padre entró a trabajar en los servicios de mantenimiento y limpieza de los grandes almacenes Nouvelles Galleries, el joven Raymond ya se entrenaba por las mañanas con los profesionales del Lyón. Por las noches, acudía a trabajar con su progenitor hasta las dos o tres de la madrugada. Tenía 18 años y clausuraban la jornada paseando por los muelles del Ródano. «A veces, no me iba antes de las seis de la mañana. Me comía los pasteles de chocolate de la confitería hasta el empacho».
A los 19 años se compró un piso y abandonó el domicilio familiar. Era el comienzo de una carrera profesional en la que pronto se ganó la reputación de jugador bronco y leñero. Una anécdota infantil revela su carácer luchador e insumiso. «A los diez años le hice una fuerte entrada a mi entrenador. Casi le rompo la pierna. Era vital. Necesitaba aquel balón. Era mío. Siempre he razonado así. Incluso con los grandes».