MAR DE LEVA

Un himno sin letra

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Hace un par de veranos tuve la fortuna de traducir una novela policíaca, Muerte de un nacional, cuya trama se desarrollaba en la España de abril del 39, con protagonista sargento de la Guardia Civil y asesinatos de carácter político dentro de la Benemérita. La autora, la joven profesora norteamericana Rebecca Pawell, se siente fascinada por todo lo que rodea nuestra Guerra Civil, las brigadas internacionales y la caída de la República. Igual que muchos de sus compatriotas, por otra parte. Como ella misma era consciente de que podía haber gazapos en el argumento, una de mis misiones como traductor fue intentar pulir todas aquellas posibles salidas de la realidad a las que hubiera podido llevarla su visión romántica de la historia. Y la primera en la frente: en un momento determinado, el sargento Tejada intenta detener a un maestro de escuela por no tener colgada y a la vista la letra del himno nacional. Inmediatamente me puse en contacto con la autora para decirle que, ejem, el himno nacional español no tiene letra, y que en el ambiente que describe la novela (ya saben, 1 de abril, recién terminado el conflicto) quizá sería mejor cambiar la alusión a la letra del himno falangista. Ella accedió de buen grado, pero no pudo dejar de preguntarme, a vuelta de correo electrónico: «¿El himno de España no tiene letra? ¿Entonces qué cantan los futbolistas en los partidos internacionales?».

Lo que cantan los futbolistas ya lo hemos visto estos días pasados: los pobrecitos míos no cantan nada, o como mucho se les escapa tarearear «La la la» como si estuvieran recordando a Massiel y a otras gestas pasadas. Es uno de los temas tabú de nuestra democracia: ni banderas ni himnos. Ya comentábamos por aquí hace algún tiempo que debemos ser uno de los pueblos más tontos del mundo, en tanto nos dividimos en decenas de banderas y sentimos una especie de rechazo atávico hacia la bandera nacional, que es en teoría la que nos representa a todos (algún día habrá que reconocer que uno de los mayores errores de la Segunda República fue cambiar el color de la tercera franja, algo que no hizo la Primera). Si es triste ver que un sector se apropia de la bandera y la decora todavía de águilas que en buena hora pertenecen al pasado y resultan anti-constitucionales, igual de triste es verla adornada de toritos alcohólicos y que, en todo caso, sólo ondee en eventos futbolísticos... aunque la publicidad en las televisiones bien que se encarga, para no ofender a nadie, de reducirlo al color rojo de la camiseta y obviar el amarillo, como diciendo que en todo caso apoyamos a la selección, no al país. Envidia me sigue dando la bandera británica, la Union Jack, donde se unen las tres banderas del Reino Unido, galesa, inglesa y escocesa, para dar forma a un todo común y mayoritariamente aceptado.

Lo mismo con el himno. Aunque ha habido muchos intentos de ponerle letra (alguno de nuestro paisano Pemán, recordemos), nadie se atreve a proponer el consenso de buscarle unos versos que nos representen a todos y no hieran susceptibilidades... aunque tantos otros himnos, cercanos y lejanos, sí la tengan. Con la de poetas y cantautores que serían capaces de trazar unas cuantas líneas líricas que hicieran alusión a lo que somos, lo que hemos sido y lo que soñamos algún día con llegar a ser. Lo políticamente correcto, el no mentar la bicha a nadie, nos sigue dejando mudos en este aspecto. Y no tendríamos por qué rasgarnos las vestiduras por una simple cuestión de poesía y de orgullo: hace unos meses, en la sociedad francesa se propuso alterar la letra de la Marsellesa, que como himno de batalla tiene estrofas que hoy asustan un poco por la alusión a la matanza del extranjero invasor y el degüello. Nadie puso el grito en el cielo y el debate sigue abierto, como corresponde a una sociedad madura y democrática.

Mientras, nosotros, aquí abajo, seguimos tarareando por lo bajini «chinta chinta» mientras escuchamos la antigua marcha de granaderos, recurrimos a Manolo Escobar cuando llevamos dos sangrías más de la cuenta, y necesitamos mirar para otro lado en según qué ocasiones, porque parece que ser español y de izquierdas sigue dando vergüenza.