Reconciliación en Irak
Actualizado: GuardarEl primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, ha presentado al Parlamento de su país un plan de diálogo y reconciliación nacional para tratar de evitar una guerra civil interétnica. El mensaje central que el primer ministro intenta hacer llegar a todos los ciudadanos de Irak es que la violencia les está robado a los iraquíes la oportunidad que se presentaba tras la caída del dictador Sadam Husein y que ha llegado el momento de que todas las facciones se integren en el proceso político de estabilización. Para los que estén dispuestos, Maliki ha ofrecido «una rama de olivo», y para quienes lo rechacen, el primer ministro ha augurado duras medidas contraterroristas.
El documento de 24 puntos presentado ayer debe ser aún debatido, y seguro que suscitará un amplio y acalorado debate interno, pero será aprobado con toda probabilidad gracias a que el sujeto esencial al que va dirigido, la comunidad suní, ya ha anunciado a través de su factor principal, el Frente de la Concordia, que lo respalda. Sin embargo, esas buenas intenciones deberán superar las incógnitas que se plantean sobre el núcleo central de la cuestión: quién y bajo qué criterios podrá ser amnistiado si decide dejar las armas y el calendario de la eventual retirada de la Coalición; porque si bien se reitera que en año y medio los iraquíes se habrán hecho cargo de todas las tareas de seguridad, nada se dice de la presencia extranjera. La primera versión, que presentó como «amnistiables» a quienes no tuvieran «sangre iraquí» en las manos, fue abandonada porque parecía «comprender» a quienes hubieran matado a soldados de la fuerza multinacional y se ha optado finalmente por una fórmula deliberadamente vaga -se cita solo a quienes «no han cometido crímenes contra el pueblo iraquí»- que prevé, además, indemnizar a los injustamente encarcelados o las familias de los muertos en acciones del Gobierno o sus socios extranjeros, excarcelaciones rápidas y el fin de la proscripción en la función pública para antiguos «baasistas». Donde Al Maliki se ha mostrado inflexible, en cambio, ha sido en su reafirmación de que ninguna medida que no sea llevarlos ante la Justicia está prevista para los dos grupos clave de la rebelión armada y sus expresiones terroristas más sangrientas: los seguidores de Al Qaeda y los «sadamistas», diferenciados ahora de los meramente «baasistas».
El plan de Maliki, que no es sino el principio de un proceso largo y delicado, asume riesgos inevitables y de segura tensión, como ocurrirá con el recién creado Consejo Nacional para el Diálogo, donde se detallará qué se puede hacer, con quién y con qué precio. Pero es imposible no defenderlo porque se ajusta a la realidad del país y, sobre todo, porque conceptualmente se basa en la convicción tácita de que un desenlace aceptable para todos solo podrá ser resultado de una negociación política e intercomunitaria.