El ex campeón bohemio
Villeneuve pasa por ser un bicho raro en el 'paddock', pero es mucho más creativo que otros; ha grabado un disco, no se ata los cordones y utiliza un mono muy holgado, varias tallas por encima de la suya
Actualizado: GuardarTodo aquel que no sigue el carril es un bicho raro. Pasa en el deporte y en cualquier actividad de la vida. Pasa, claro, en la Fórmula 1. Acostumbrado el paddock al piloto de siempre, al que mamó y creció calculando el par/newton del coche, el que distingue a la primera el arco antivuelo de un chasis, Jacques Villeneuve representa lo excéntrico, la anormalidad de alguien que se niega a consumir su existencia en la única dirección de las carreras, los neumáticos, las suspensiones y toda suerte de conversaciones herméticas.
Lejos de la aureola de Michael Schumacher (siete veces campeón) o la efervescencia de Fernando Alonso (camino de su segundo título), Jacques Villeneuve también ganó. Fue campeón del mundo en 1997. Pero es una estrella en la penumbra, alguien a quien se mira de reojo en los entresijos de la parrilla.
Ayer compitió en el circuito que lleva el nombre de su padre, Gilles Villeneuve. Un piloto canadiense de los años ochenta que hizo vida en Ferrari y que murió en la tanda de clasificación del circuito de Zolder (1982), el mismo trazado donde Mario Cipollini ganó el Mundial de ciclismo en 2002. Pero a diferencia de su progenitor, Jacques Villeneuve (34 años) ha buscado otras licencias menos concurridas en el mundo de la F-1.
Le gusta, por ejemplo, componer canciones. Le encanta sujetar su guitarra eléctrica y dedicar la tarde a inventar acordes. Y disfruta, sobre todo, dejándose llevar por la influencia de su grupo favorito, los míticos The Cars, con su Hello Again o aquel fantástico Tonight she comes. Este fin de semana Villeneuve presentó su primer disco en el restaurante que posee en Montreal. Se llama ¿Aceptarás? y sólo sacará a la venta 5.000 copias. De momento, es su pasión. Tal vez su profesión en el futuro. «Soy piloto desde hace 17 años y he vivido grandes sacrificios para llegar donde estoy. El próximo objetivo es formar una familia, pero lo que nunca dejaré de hacer será tocar con mi banda».
Muy lejos de las aficiones de otros pilotos, cuya ocupación más sofisticada es la play-station, Jacques Villeneuve pasea por el paddock con un mono varias tallas superior a la suya. Otro hábito que choca contra la corriente. Todos sus compañeros, titulares, probadores, pilotos de categorías promocionales, utilizan el mono ignífugo como una segunda piel, ajustado, perfilado en torno al cuerpo.
Villeneuve usa gafas y nunca se ata los cordones de los zapatos. Una forma como otra cualquier de rebatir una opresión. Y fue campeón del mundo de F-1.
Sucedió casi en el pleistoceno, 1997, a los mandos de un Williams Renault. Desde esa fecha su caché ha ingresado siempre en las tablas semioficiales de pilotos mejor pagados. En su día, 2003, alcanzó la cuarta cifra más valorada de la historia, 19 millones de euros en la última temporada con BAR-Honda. Por detrás de los 35 actuales de Michael Schumacher, los 25 que le paga Toyota a su hermano Ralf (¿?) y los 24 que recibe Raikkonen de McLaren.
Y ahí sigue, pese a que BMW, su actual equipo, intentó deshacerse de él a principio de año. Villeneuve hizo valer el contrato que había firmado con Peter Sauber, copatrocinador de la firma alemana. Un superviviente, al que ha retratado con elocuencia Pat Symonds, el ingeniero jefe de Renault, con quien compartió tres carreras en 2004 cuando el equipo de Alonso echó a Trulli. «Me esperaba una mente a tono con su aspecto descuidado, pero me encontré un chico inteligente que trabaja duro».