![](/cadiz/pg060625/prensa/fotos/200606/25/081D7JE-OCI-P1_1.jpg)
«Mi raza es característica, pero yo evolucioné y soy una gitana puesta en la sociedad»
Rosario Montoya atraviesa su mejor momento profesional. Es el referente del piano flamenco, pero el camino no ha sido fácil: «Me han dado palos hasta debajo de la lengua»
Actualizado: GuardarRosario Montoya es un clavel joven, menudo y racial hasta la médula, que ha hecho realidad sus sueños de niña desde que con cuatro años pidió a los Reyes Magos un piano de cola. "Po no pide na" decía su familia; ésta se cree que es la reina gitana".
Sus manos son un poema y la prolongación de las teclas que toca con furia y con mimo, a cada nota, a cada espacio y a cada compás, porque La Reina Gitana y su piano, cuando se acarician son unicidad. Pero ella no actúa, ella vive, siente y recrea lo que corre por sus venas: arte, sangre y confabulación. Igual que en el amor, del que no se desentiende y del que afirma: "soy entrega cien por cien y por miedo nunca dejaré de amar. Si me aman no pienso en el mañana y la palabra amor para mí no es un riesgo. Yo soy entrega, pasión y temperamento. Y con mi piano, abierta y sensual Aunque aquí donde me ves soy una gran tímida ¿no te has fijado que cuando actúo me cubro el rostro con el pelo? Lo hago para esconderme porque lo que realmente deseo es que me sientan. No pido más».
"Carmen Amaya vio bailar a mi madre, Pilar Montoya y quiso llevarla a recorrer el mundo, mi padre, Antonio El Pescaero, cantaor, me trasmite el arte que yo valoro con el respeto de una gitana de mi raza, la guitarra que hay en mi casa puede tener ciento diez años... Pero a mí me gustaba el piano y, cuando lo conseguí, si estaba lejos de él sentía presión en el pecho; entonces iba, acariciaba sus teclas de plástico y, relajada, me iba a jugar. Con muy poca edad entré en el conservatorio donde no creían que una gitana pudiera llegar a eso; hice tres cursos en uno, compuse mis Quebrantos, que interpreté en la inauguración de la Feria de 2006 y me prometí ser artista con las teclas de un piano de cola para ser una gitana distinta. Además de mis bulerías y otros autores me gusta interpretar a Beethoven. Aunque es muy difícil; su sufrimiento trasmite emociones y hay que tener mucha madurez ya que cuando yo voy, él ya está de vuelta. Las bulerías al piano son cuestión de efusividad y yo exteriorizo lo que siento. Si el amor me va bien toco rabiosamente bien, y si me va mal, también toco rabiosamente bien porque me entrego y crezco con la furia. ¿Mis metas? No me las impongo. Ni provoco a la vida. La brujería que toco es mía, de mi cosecha, porque soy autodidacta y creativa por heredad. Y aunque en mi casa lo normal era la guitarra, me impuse y hoy por hoy tengo mi cuarteto de música clásica. Si amé o desamé lo plasmo en mis notas con entrega y con efusividad. Soy una mujer gitana con ganas de innovarme y orgullosa de serlo porque ¿no te extraña que una gitana de pura raza sea profesora de piano del Conservatorio de Jerez? Inexplicable ¿verdad? Pues incluso mis hermanos no están de acuerdo. Es normal, pero yo fui persistente y tengo ilusión por mi futuro a pesar de que me he llevado palos hasta debajo de la lengua. En mi mundo artístico surgen rencillas Ya sabes. Y no es fácil aceptar que una mujer, de mi clase, toque el piano 'como una reina'. Así me siento, sobre todo cuando interpreto bulerías. Ni ven con buenos ojos mi rebeldía ni mi independencia. Mi raza es característica, pero yo evolucioné y soy una gitana puesta en la sociedad".
Paco Suárez, gitano, compositor y director de orquesta de la Escuela de Música de Zafra, escuchó que había una «gitana" que tocaba el piano y dijo a alguien: "ve y lo compruebas". De ahí parte un proyecto en ciernes que dará qué hablar. El mes pasado tocó en 'La Bodega de la Concha' de González Byass, para la presentación del Pregón del Rocío del 2006 junto al pregonero José María Núñez, arrancando una honda ovación en el público.
Rosario Montoya es también una pregunta que le hacemos al destino, pero ése destino asienta sus pasos cuando la ve comulgar con su arte. En su primera actuación la acompañaban dos guitarristas y una percusión, luego fue telonera del Torta y, de ahí a donde piensa llegar sólo hay un paso. No tuvo muchas tensiones cuando la responsabilidad la llevó a tocar ante la Infanta doña Elena que le dijo: "tú eres muy jovencita, tocas muy bien y esto no se va a quedar aquí. Yo me encargaré". A los dos meses tocó ante la Infanta doña Pilar y los representantes de la CEE. Su ilusión es contagiosa. Y de su reciente paso por Salzburgo, le queda el honor de puesto en pie como solista las salas del Musicum y del Palacio Mirabell. Pronto irá a México y se embarcará en una misión de envergadura y, cuando le pido que toque unos acordes no espera, va, abre el piano de cola, acaricia el teclado y entregada, se deja llevar.
Desde que nació, Rosario Montoya descubrió su destino. Y hablando con él hizo del piano de cola una prolongación de sus manos. Éste ríe, grita y llora con ella, salta con sus ímpetus y baila a su compás. "Si rompo el piano ya lo arreglarán".
Lleva con gallardía su jerezanismo y el ser pionera y única en España, con ese saber suyo que deslumbra y anuda las gargantas. A la vida le pide salud, "porque con salud todo es hermoso. ¿El amor? Es algo grande que la vida me ha regalado. Pero si me quitan el piano me dejan muda". No teme al escenario. "Allí arriba somos dos en uno: el piano y yo. Jerez pesa, la semilla produce y hay que ser creativa para sembrar. El público paga por ver y hay que echarle valor. ¿Las malas críticas? Me las reservo con respeto porque no todos saben fiscalizar lo que siento». «Niña, el día que tú explotes ya no hay quien te baje», le dice su representante. Aunque está en su mejor momento asume que aún tiene mucho que aprender. El éxito y la fama le dan cierto miedo, pero la atraen y se arriesga porque quiere demostrar de lo que es capaz La Reina Gitana, un duende tímido que se cubre la cara para que no la vean
En el silencio del Alcázar de Jerez, donde quien esto escribe la vio actuar por vez primera, destacaban las irisaciones de luz entremezcladas con sus cabellos mientras que con sus dedos expandía maravillas en la serenidad de la noche. Y es que hay que ser de piedra para no sentir lo que trasmite con su arte, en un soliloquio tan mágico y original como íntimo. Es raíz y expresividad cuando siente, cuando habla y cuando interpreta.
Y ahora quedará por siempre
sobre un piano en el alba
el estallido rojo de un clavel...
Maribel Cano