DE RÉCORD. Con sus dos goles de ayer, Ronaldo igualó a Muller como el máximo goleador de la historia de los Mundiales. / REUTERS
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Ronaldo entra en escena

El jugador brasileño participó con dos tantos en la goleada a un combinado japonés que sorprendió al adelantarse al marcador

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Brasil es así. Juega con el trasero y gana por la cara. Sale con los jóvenes, pone la fábrica a cien por hora, crea cien ocasiones y le pintan la cara, sólo por algunos minutos, pero los suficientes para adivinar que este equipo es impredecible, poco fiable para lo bueno y para lo malo, pero con una fe en sí mismo que no tiene nadie. Lo cierto es que la 'canarinha' tuvo una excelente pinta en el primer tramo de partido. Rápido, tocando de primera, con Cicinho entrando como una bala por la derecha (que no Gilberto por la izquierda) y poniendo en muchos apuros a los japoneses.

Los nipones vivieron en esos minutos de angustia del trabajo de Kawaguchi, que volaba por arriba, por abajo, a los lados, y sacaba un balón sí y otro también. Jugadas generalmente inspiradas por Robinho, que estuvo espléndido en su bullir por todos los lados de la delantera, incordiando lo que no está escrito a los japoneses. Pero estos son duros de mollera, tercos y con una fe de acero. Imperturbables al acoso, marcaron duro, apretaron en la presión y consiguieron aburrir a los brasileños, que cejaron en su empeño.

En cuanto les dieron un centímetro, se crecieron y ya parecían más Oliver y Benji que el equipo que está a medio metro del abismo. En una grandísima jugada de Alex, vio el desmarque de Tamada, que se metió con velocidad terminal a la espalda de los centrales brasileños, que se comieron el desmarque con patatas. El japonés la metió por el primer palo de Dida, que se tragó las patatas y también el postre. Ni una ceja movió Brasil, con ese aire de superioridad que se gasta en el terreno de juego, deslizándose por la hierba como si fuera suya. Tocó con paciencia, con la habilidad que le caracteriza y al borde del descanso, cuando más daño podía hacer, Ronaldinho hizo un cambio de orientación a Cicinho, que entró como un rayo, cabeceó al segundo palo y allí estaba Ronaldo para marcar, sin un japonés que le incordiara. Ni tiempo a sacar de centro dio. Los japoneses no se lo creían. Habían jugado como nunca, habían marcado y todo estaba como al principio, como si no hubieran hecho nada. Es lo que tiene ser japonés y no brasileño. Ocho minutos tardó Brasil en cortarle la cabeza a los nipones. Llegó Juninho a la medular rival y lanzó una «folha seca» desde su casa, que debe de estar en Pernambucano, o más lejos. El balón no daba vueltas y llegó como una bala. El bueno de Kawagachi no vio el efecto del balón y se lo tragó enterito.

A la selección de Japón ya no le llegaba con nada. Se le había ido el físico en la presión de la primera mitad y dejó pensar a los jugadores brasileños. Estaba muerto ya antes de salir del vestuario en la segunda mitad. Le llegó Gilberto en la única subida que hizo por la izquierda, en el momento oportuno y sin marca.

Luego, un tremendo cañonazo cruzado imparable para Kawagachi. Después, ya nada, taconcitos, túneles, pases sin mirar y los lazos que Brasil le pone al fútbol. Una coral que acabó con otro gol de Ronaldo, que ya iguala a Muller como máximo goleador de los Mundiales. Y lo que queda.