ESPAÑA

Un socialista heterodoxo

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Cumplió los 65 el pasado 13 de enero, pero la idea de la jubilación nunca ha sido de su agrado. Sólo se va porque sabe que su continuidad sería fuente de problemas, como ha podido comprobar en sus dos años y medio de gestión al frente de la Generalitat. Problemas con la oposición, que serían lo de menos, pero también con el Gobierno central, con el PSC, con el PSOE, con sus socios.

Es un político heterodoxo en toda regla, socialista con ribetes nacionalistas para unos, nacionalista con carné socialista para otros. Su peculiar forma de actuar ha hecho que el término maragallada, con el que se bautizan muchas de sus decisiones, haya pasado a formar parte del vocabulario político catalán.

Su figura se agigantó fuera de Cataluña y España con la designación de Barcelona como sede para los Juegos Olímpicos de 1992, un logro que catapultó en todos los sentidos a la capital catalana y a su alcalde. Con esta hoja de servicios, el PSC requirió su concurso en 1999 para batir al imbatible Jordi Pujol en las elecciones de aquel año. Ganó en votos, pero no en escaños y pasó a ser jefe de la oposición. Lo logró a la segunda, en 2003, y aunque esta vez no venció en votos, urdió la alianza con Esquerra e Iniciativa, sellada en el muy discutido pacto del Tinell.

Ahí comenzaron sus días de miel, aunque hubo más de hiel, en el Palau de la Generalitat. A trancas y barrancas, sacó adelante su proyecto estrella, la reforma del Estatuto de Cataluña, con el regusto amargo de no haber sido el protagonista del alumbramiento porque las comadronas fueron Rodríguez Zapatero y Artur Mas.

ETA, El Carmel, el 3%...

Paladeó también los sinsabores del poder compartido. Se estrenó con una reunión a sus espaldas de su socio principal, el republicano Josep Lluis Carod Rovira, con ETA que forzó su salida del Gobierno autónomo; siguió con la crisis de El Carmel por el hundimiento de un túnel de metro que obligó a desalojar edificios en ese barrio; y llegó la agria polémica del 3% a propósito de su acusación a CiU de cobrar ese gravamen a los constructores para las obras públicas cuando gobernaban.

No acabaron ahí las polémicas. Un viaje a Israel con su defenestrado, pero amigo, Carod-Rovira desencadenó una tormenta diplomática por las preferencias entre las banderas catalana y española, y la guinda fue la foto que hizo a su acompañante con una corona de espinas.

Su gran obra, el Estatuto, fue su tumba política. Las disensiones en el tripartito motivaron una frustrada crisis de Gobierno en octubre pasado. De aquellos polvos llegaron los lodos de la crisis final con la expulsión de los republicanos del Ejecutivo autónomo por su oposición al Estatut. Ese día abrió las puertas a las elecciones anticipadas y a su jubilación.