La querella de La Vaca que Ríe
Actualizado: GuardarCon el bajío que tenemos, de un momento a otro, La Vaca Que Ríe se querellará contra Cádiz por usurpación de marca. Cádiz, la ciudad que sonríe, como la Gioconda y como Dan Brown al ver sus derechos de autor por el Código Da Vinci. Él tiene motivos para la risa, como Umberto Eco los tuvo para el nombre de la rosa. Nosotros, sólo tenemos mala sombra y la jeta que se le quedaba a Woody Allen ante el espejo, en Sueños de un seductor, mientras se preguntaba: «¿Cuánto tiempo podré aguantar esta estúpida sonrisa?». La nuestra es la efímera sonrisa del fotomatón, el rictus de un comparsista ante un cajonazo, la mueca que se te queda cuando un trilero te manga el móvil en plena conversación con Nicole Kidman.
Ríete, niño, ríete, siempre, como recomendaba Miguel Hernández en las Nanas de la cebolla, que ya era moral la del pobre hombre, en chirona y tuberculoso. «Tu risa me hace libre,/me pone alas», canturrean seguramente los gaditanos caminito de Castellón. En Cádiz ya no podemos ni morirnos de risa: hay que hacerlo en Chiclana, mire usted qué ángel de Luis Quintero sobre el tanatorio.
Y muy poquito le queda a Navantia para desternillarse o destornillarse de risa o de contratos en el aire de Venezuela como aquel Búster Keaton -le llamaron Pamplinas seguramente en homenaje a la Plaza Mina-, cuando colgaba de las manecillas mudas de un reloj gigante. Mirad cómo crecen las listas del INEM o del SAE, sin risa pero sin pausa. Qué más quisiéramos que la de Cádiz fuera la sonrisa vertical, aquella impagable colección de literatura erótica que dirigió Luis García Berlanga, quien soñaba que sus lectores sólo usaran una mano para tal empeño. Pero qué va, es la sonrisa fósil de los caricatos, la de cualquier automovilista que encuentra aparcamiento en el Cádiz-Cádiz aunque tenga que pagar la zona azul o la que esbozan los espaldas mojadas en el ínterin en que son salvados del cayuco y poco antes de saber que van a devolverlos esposados a Senegal. En Cádiz, nos partimos de risa como España se parte en el imaginario del dúo cómico Acebes-Zaplana, a quien le haría falta un curso de perfeccionamiento con el Risitas.
No es lo mismo despertar sonrisas que dar risa, como no es lo mismo despertar de un sueño que dar sueño. Cádiz sonríe, como los niños ante el pajarito que anunciaban los fotógrafos añejos. Lo peor es que ya no está la cámara de azufre de Jumán, para que creamos que de allí van a salir las aves del paraíso.
Lo peor es que ya no está su padre, Pericón, para que nos riamos de nuestra sombra y de nuestra mala sombra. Lo peor es que nuestra risa parece la de una máscara teatral o la del muñeco diabólico que ya ni siquiera le da miedo a nadie. La risa goza de un prestigio tan discutible como la risa enlatada de la serie Con Dos Tacones: los científicos ya hace tiempo que saben que el sistema límbico, que maneja la risa, es una de las partes menos evolucionadas del cerebro humano.
Y, además, no tenemos la exclusiva, ya que la compartimos con ciertos animales inferiores. Los bebés lloran primero y sonríen después. Antes de que se nos querelle la vaca de los quesitos, propongo humildemente cambiar el lema turístico: Cádiz, la ciudad que llora. Así, quién sabe, tarde o temprano podríamos mamar. Dicho sea sin ánimo de señalar ni de hacerle cosquillas a usted, cariacontecido lector: maldita la gracia que tiene este artículo.